ESFUERZOS E HISTORIA

El sexenio apenas empieza y la experiencia nos dice que hay que ser pacientes.  

Sergio Sarmiento
Columnas
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Andrés Manuel López Obrador es un presidente con prisa. En su afán de cumplir una cita con la historia ha prometido trabajar 16 horas al día. Por eso empieza temprano: a las seis de la mañana, en su junta con el gabinete de seguridad, antes de ofrecer su conferencia de prensa de las siete.

López Obrador ha logrado una aprobación creciente. Fue electo con 53% de la votación. En encuestas posteriores su aprobación alcanzó niveles de entre 60 y 70%. Un sondeo del periódico El Financiero publicado el 3 de diciembre apuntaba que 80% de la población estaba satisfecha con la transición y se sentía optimista hacia el futuro. En los tiempos de la democracia ningún presidente ha logrado cifras tan positivas.

Preocupaciones hay muchas. La idea de que el liberalismo, que él denomina neoliberalismo, es culpable de todos los problemas del país es simplemente falsa. México no ha tenido nunca un régimen liberal. Los vicios que denuncia en la vida pública son reales pero producto no del liberalismo sino de un capitalismo de cuates que permitió el abuso y el enriquecimiento de unos cuantos políticos y empresarios.

Algunas decisiones de López Obrador son cuestionables y se remontan a antes de tomar posesión. La más notable ha sido la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco. Hubo argumentos válidos en su momento contra Texcoco, pero la opción tuvo el respaldo de la mayoría de los especialistas. Aun si estos se equivocaron es peor error cancelar un proyecto con 30% de adelanto y con financiamiento casi completamente cubierto. Al final es muy probable que la cancelación cueste más que concluir el proyecto.

Experiencia

Las intenciones de López Obrador de acabar con la corrupción son impecables pero es muy importante no equivocarse de enemigo. Los sueldos de los servidores públicos no son el problema, por lo que no se resuelve nada bajándolos a la mitad o despidiendo a 70% del personal de confianza. Ni vivir en Los Pinos ni usar el avión presidencial son actos de corrupción. La verdadera corrupción vive agazapada en muchas oficinas gubernamentales y se puede agudizar, en vez de desaparecer, cuando se pagan sueldos bajos.

La violencia y la inseguridad son dos de los mayores problemas de nuestro país y López Obrador está determinado a convertirlos en prioridad. Por eso decidió mantener al Ejército en labores de policía a través de la nueva Guardia Nacional, cosa quizás indeseable pero inevitable, y participa diariamente en juntas sobre seguridad con su gabinete.

A todos nos conviene que el presidente tenga éxito. La Guardia Nacional es solo un primer paso. Es importante mejorar la calidad de todo el sistema de justicia, desde los ministerios públicos hasta los jueces. Pero también hay que mejorar las leyes. Estamos viendo demasiados casos en que los jueces sueltan a criminales confesos, como los que participaron en la matanza de normalistas en Iguala, por meros formalismos.

El sexenio apenas empieza y la experiencia nos dice que hay que ser pacientes. No hay una varita mágica que borre los daños causados por dos siglos de malos gobiernos. López Obrador llega a la Presidencia sin aparentes deseos de enriquecimiento personal pero con la convicción de querer pasar a la historia y colocarse junto a Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. Para pasar a la historia, sin embargo, primero tiene que encabezar un gobierno eficaz.