ROMA: NOSTALGIA PEQUEÑO-BURGUESA

No alcanza a prefigurar una intencionalidad que no sea solo la que refiere que todo tiempo pasado fue mejor.

Carlos Ramírez
Columnas
Ilustración
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La euforia despertada por la película Roma del director Alfonso Cuarón tiene varias lecturas de las circunstancias, pero una es la que se contonea a lo largo del filme: una visión nostálgica del México de los setenta cuyo idealismo priista pequeño-burgués no se sacude con los pequeños sobresaltos políticos de 1971: el grupo paramilitar de Los Halcones usados por el gobierno para reprimir a estudiantes.

La película tiene dos referentes inevitables de carácter cinematográfico, político, sistémico y de temporalidad: de un lado el neorrealismo cinematográfico italiano de la posguerra y hasta los setenta, inaugurado como guiño por Roma: ciudad abierta, de Roberto Rossellini, en 1945, y Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, en 1948; de otro lado, en el espacio mexicano, Los olvidados, de Luis Buñuel, de 1950. Roma queda triturada entre la cinematografía del shock de la realidad.

En este contexto la lectura de Roma no alcanza a prefigurar una intencionalidad que no sea solo la que refiere que todo tiempo pasado fue mejor. Cuarón pasa de largo del contexto nacional; inclusive la irrupción de Los Halcones el 10 de junio de 1971 se mira unos segundos desde el primer piso de una mueblería de clase media-media, con suficiente distancia como para no ahondar en las contradicciones.

En su tarea de reconstruir realidades para difundirlas a través de imágenes y sonidos procesables la cinematografía ha logrado casi siempre eludir cualquier explicación de esas realidades. Cuarón ganó el Oscar en 2014 por la película Gravity, que transcurre en la estratosfera y que narra la lucha por la vida en una nave espacial; es decir, fue reconocido por su pericia en el manejo de imágenes y técnicas visuales.

Lo mismo ocurre con Roma: el blanco y negro, la reconstrucción del pasado al estilo de Regreso al futuro (1985), las relaciones sumisas de clase, los reacomodos urbanos de las clases campesinas, el PRI en las campañas de Luis Echeverría y Carlos Hank González como trasfondo acrítico y en toda la película una clase media desclasada, cómodamente situada en la pequeña-burguesía de los gobiernos de Adolfo López Mateos (1958-1964), Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y el inicio de Echeverría (1970-1971).

Nostalgia

La película de Cuarón es el México de mis recuerdos de Juan Bustillos Oro en 1943 mirando con nostalgia el porfirismo. Al ser acrítica con la realidad de 1970-1971 Cuarón no hace más que revitalizar esa comodidad pequeño-burguesa que se vino a pique en agosto de 1976 con la devaluación del peso frente al dólar, la gran crisis económica 1973-2018. En los años de Roma fue posible que un médico del Seguro Social tuviera esposa, cuatro hijos, una casa amplia de dos pisos, dos sirvientas, dos coches, hasta chofer y amante, y todo ello ocultando la lucha de clases que había emergido en México en 1968.

De ahí que Roma sea una imagen de la nostalgia pequeño-burguesa que vivió Cuarón, sin capacidad para cuestionar la realidad real detrás de la realidad idílica de una sirvienta campesina absorbida por los sentimientos clasemedieros de una familia de tantas.

Queda al final Yalitza Aparicio, una actriz en proceso de madurez, pero ya arrastrada por Cuarón a la parte idílica del glamour hollywoodense al presentarla con una máscara de afeites y maquillajes que tergiversan su belleza indígena y que define ya el sometimiento de Cuarón a las reglas del capitalismo trumpiano.