PAÍS DE 2%

En la derrota del PRI hay lecciones para todos, incluso para el nuevo gobierno.

Sergio Sarmiento
Columnas
Ilustración
Ilustración

Enrique Peña Nieto no firmó ante notario cuando era candidato su compromiso de crecimiento para la economía. Qué bueno que no lo hizo, porque el pronóstico simplemente no se cumplió.

Peña Nieto dijo en campaña que, como los priistas sí sabían gobernar, él podría triplicar la tasa de expansión de 2% al año de las últimas décadas. Este 30 de enero, sin embargo, el INEGI dio a conocer la información preliminar sobre el crecimiento económico en 2018. La cifra para todo el año fue de 2%, un poco menos que 2.1% de 2017. De 6%, ni las luces.

El crecimiento de los seis años de gobierno de Peña ha quedado en un promedio anual de 2.4%. Es una cifra un poco mayor que la de sexenios anteriores, lo cual se debe a que en el gobierno de Peña Nieto, por primera vez desde los sesenta, no hubo una crisis económica.

La derrota electoral del PRI en 2018 se debió a varios factores. El más importante fue sin duda la percepción de corrupción en los gobiernos priistas. Otro fue el repunte de la violencia, que creció en el sexenio tras una reducción inicial y alcanzó niveles sin precedente. Detrás de todo, sin embargo, se encontraba otro factor: el fracaso de la promesa de que Peña Nieto llevaría al país a un ritmo de crecimiento de 6% al año, por lo menos al final del sexenio.

En la derrota del PRI hay lecciones para todos, incluso para el nuevo gobierno. La primera es la más clara. Las promesas deben cumplirse. Los candidatos muchas veces sienten la tentación de prometer lo que no pueden cumplir, pero la gente no es tonta y tampoco tiene tan mala memoria. Otra lección importante es que la gente vota con su bolsillo. Si no siente que su situación económica mejora difícilmente ratificará a un partido en el poder.

Expectativas

Las lecciones vienen a cuento porque, a pesar de la gran popularidad que tiene en este momento el presidente Andrés Manuel López Obrador, esta se puede caer si no cumple con las expectativas. La gente recordará que como candidato el tabasqueño prometió acabar con la corrupción, reducir la violencia y generar un mayor crecimiento económico.

Las cosas, sin embargo, pueden complicarse. La corrupción no se termina como por arte de magia, simplemente porque un nuevo partido llega al poder. La violencia tampoco desaparecerá tan fácilmente, aunque el propio López Obrador haya declarado terminada la guerra contra el narco.

En el crecimiento económico, por otra parte, muchas de las medidas que tomando el presidente reducirán antes que aumentar la actividad económica. La cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México no solo echa a la basura una inversión muy importante ya realizada sino que también afecta las posibilidades de desarrollo de las industrias turística y aeronáutica. El cierre de ductos de Pemex podrá tener el muy loable propósito de combatir el robo de combustible, pero reduce de manera dramática la eficiencia del sistema de distribución de gasolina y aumenta entre diez y 15 veces los costos de transporte. Permitir bloqueos de vías férreas, como ha ocurrido en Michoacán, genera incertidumbre y castiga las inversiones productivas.

Se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa, como decía el político estadunidense Mario Cuomo. Quizás es inevitable. Pero el presidente López Obrador debe hacer todo lo que pueda para cumplir con sus promesas. Mantener el viejo país de 2% no sirve ya para nada.