LA ÚLTIMA MAÑANA DE DICIEMBRE

Juan Carlos del Valle
Columnas
Juan Carlos del Valle
Foto: Especial

Cantaba Chavela Vargas que uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida. Así, la última mañana de diciembre yo volví al número 52 de la calle Valladolid en la colonia Roma, la casa de mi querido y admirado Guillermo Tovar de Teresa, recientemente convertida en museo y abierta al público.

Al cruzar el umbral y subir las escaleras para entrar en la antigua casa porfiriana la agitada Ciudad de México se sintió de pronto muy lejos puesto que yo ya estaba inmerso en otra realidad, otro tiempo, otro espacio. Lo primero que me conmovió fue darme cuenta de que un olor conocido —mezcla particular de tabaco e historia— todavía flotaba en el aire. Tan familiar se sentía que me daba la impresión de que Guillermo estaría esperando sentado en el salón recibidor donde daba la bienvenida a sus invitados, igual que otras veces.

Nos conocimos por medio de un amigo en común, Diego de Ybarra. Y la nuestra fue una amistad inmediata, de esas que son producto de una afinidad espontánea y un aprecio genuino, donde parece que se conoce de toda la vida a la persona.

Conversábamos interminablemente sobre música, cine, genealogía, historia, libros y desde luego sobre pintura. Platicábamos acerca del retrato para el que me iba a posar, uno de tantos proyectos que se truncaron con su partida.

Recorrí el pasillo ajedrezado bañado por el sol decembrino y no pude evitar sonreír al recordar a Guillermo silbando el Cakewalk de Gottschalk, una de las últimas composiciones que escuchamos. De estancia en estancia me regocijé nuevamente ante la sucesión de preciosos objetos: pinturas, tallas, relieves, herrajes, cerámicas, escudos, arcones, libros, tibores y espejos, y admiré otra vez al extraordinario hombre de cultura, riguroso investigador y exquisito coleccionista. Eché en falta algunas piezas, así como el característico desorden ordenado de su propietario, ahora reemplazado por una pulcra y delicada exhibición, en beneficio de los visitantes y la conservación de la propia colección.

Eslabón

Se dice que no se puede amar lo que no se conoce ni defender lo que no se ama. Y yo nunca he visto a nadie que conociera, amara y defendiera a México como lo hizo Guillermo Tovar de Teresa. Es historia conocida que desde niño ya devoraba la biblioteca de su abuelo y leía los textos de grandes estudiosos como Francisco de la Maza, Justino Fernández o Manuel Toussaint; y que teniendo apenas doce años se acercó a hablar en una reunión familiar con el presidente Gustavo Díaz Ordaz para pedir su intervención en la correcta restauración del Altar del Perdón de la Catedral Metropolitana. Esto le valió el nombramiento presidencial de Consejero en Arte Colonial y auguraría el incansable trabajo de Guillermo como defensor del patrimonio nacional por el resto de su vida.

Guillermo era una voz poderosa, un agente transformador de conciencias y opiniones. Al descubrir las redes sociales, y reconociendo el alcance que estas tenían, las convirtió de forma orgánica en una extensión de su persona, en una muestra de su espíritu agudo y generoso, en un espacio de encuentro, análisis y discusión, en una suerte de tertulia virtual donde compartía fragmentos de películas, fotografías antiguas, música y trivias sobre arte. Gracias a su excepcional poder de convocatoria reunió rápidamente a cientos de personas en un grupo de Facebook llamado El Caballito, mediante el cual denunció, ejerció presión y logró detener la desafortunada restauración que se le estaba haciendo a la famosa pieza ecuestre de Manuel Tolsá. Era un influenciador natural y auténtico.

Guillermo fungía como eslabón entre el pasado y el presente y su muerte dejó un silencio oscuro. El mérito de la casa-museo Guillermo Tovar de Teresa es, sobre todo, preservar y compartir el carácter y vitalidad del historiador, cronista de la ciudad y estudioso de la cultura mexicana. Visitarla fue una experiencia simultánea de presencia y ausencia, así como un recordatorio sobre la necesidad y el valor de que existan Voces, en mayúsculas.