VENEZUELA: MÉXICO, SIN GEOPOLÍTICA

La geopolítica de la globalización exige posicionamientos claros del gobierno mexicano.

Carlos Ramírez
Columnas
Ilustración
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Cualquiera que sea el resultado del conflicto en Venezuela en el corto plazo, la crisis y las opciones de solución revelan el reacomodo del mapa geopolítico de la región americana y caribeña, la reactivación del modelo de Guerra Fría de la Casa Blanca y la configuración de nuevos bloques de poder.

El problema de Venezuela, en este contexto, no es Nicolás Maduro; en todo caso Maduro es solamente la expresión de la crisis de liderazgos regionales. La Doctrina Monroe —resumida como América para los americanos, es decir, para Washington— de 1823 pasó por el expansionismo estadunidense sobre los asesinatos de diez millones de indios y la apropiación de la mitad del territorio mexicano y el dominio del dólar.

Como ocurrió con Cuba en 1962, hoy Venezuela representa la oportunidad para redefinir los límites del expansionismo ideológico del dólar. Lo malo es que con Cuba en el periodo 1959-1962 hubo un liderazgo social sólido en la figura de Fidel Castro, pero luego su sumisión a Moscú le restó legitimidad. En Venezuela ni Hugo Chávez ni Maduro han representado una opción real de alternativa de modelo de desarrollo económico y decantamiento ideológico.

La política exterior mexicana no ha representado ninguna opción al imperialismo estadunidense, aunque ha servido cuando menos para eludir el sometimiento total. La diplomacia mexicana de 1960 a 1979 (de Cuba a la revolución sandinista) fue de solidaridad progresista; el ciclo neoliberal 1980-2018 desdeñó el papel de la política exterior en el eje de la política interior y la globalización subordinó a Estados Unidos no solo la economía sino además los principios de soberanía.

Oportunidad

La invasión estadunidense a Panamá en diciembre de 1989 coincidió con dos parámetros equidistantes: el consenso de Washington para la apertura comercial y el endiosamiento del mercado, por un lado, y el desmoronamiento de la Unión Soviética, por el otro. México avaló esa invasión, en violación a los principios mexicanos de diplomacia progresista.

La crisis en Venezuela por el pronunciamiento de Juan Guaidó como presidente legítimo y su reconocimiento por parte del presidente Donald Trump se dio con el arranque del gobierno de López Obrador. El problema de México frente a Venezuela radica en que no puede avalar al gobierno represor de Maduro, pero tampoco puede darle la razón a un nuevo presidente venezolano que surge desde la Oficina Oval de la Casa Blanca.

La política exterior de principios de México tiene la oportunidad en Venezuela para revalidar aquel pasado que le dio nivel histórico a la diplomacia, pero en el entendido de que la política exterior es continuidad de la política interior. El gobierno de López Obrador ha comenzado con un deslindamiento de la diplomacia.

La geopolítica de la globalización exige posicionamientos claros del nuevo gobierno mexicano, sobre todo vis a vis el acoso y desdén del presidente Trump. En el pasado la política exterior de México, beligerante y al lado de los países progresistas, fue un factor de equilibrio ante los acosos del imperio. La capacidad económica y la fuerza de su historia le dan a México la oportunidad para tomar iniciativas y no quedarse solo en mensajes tangenciales o indirectos.

México podría replantear el escenario venezolano, pero el canciller Marcelo Ebrard peca de disciplinado. México puede potenciar sus posibilidades con mayor participación internacional, pero parece que no quiere.