EN AMÉRICA LATINA PREDOMINAN DESIGUALDAD Y VIOLENCIA

Las propuestas revolucionarias se han ido por el caño provocando desastres humanitarios en Venezuela.

Hector González
Todo menos politica
Foto: Especial
FIL Guadalajara

Sergio Ramírez conoce los procesos revolucionarios de primera mano. Acompañó a Daniel Ortega durante el levantamiento armado en Nicaragua para derrocar al dictador Somoza. Fue incluso vicepresidente de su país. No obstante, el desencanto lo encaminó a convertirse en uno de los mayores escritores de América Latina con libros como Adiós muchachos, Castigo divino, Margarita, está linda la mar o Sombras nada más, títulos que lo han llevado a ganar los premios Alfaguara, Cervantes e Internacional Carlos Fuentes.

No obstante, y dada la crisis social en su país, Ramírez se vuelve a involucrar en el activismo, solo que ahora lo hace por medio de la palabra.

—Una vez más vivimos tiempos convulsos para Latinoamérica.

—Muy convulsos e inciertos. Se han juntado factores de incertidumbre en todo el continente, como las caravanas de migraciones masivas de centroamericanos. Una vez más predominan la desigualdad y la miseria. Cambios abruptos como el sucedido en Brasil demuestran que triunfa la demagogia y el populismo. Las propuestas revolucionarias se han ido por el caño provocando desastres humanitarios en Venezuela, de donde la gente sale rumbo a Colombia o Chile.

—En el caso de la caravana centroamericana algunos aseguran que estuvo organizada.

—Eso es un mito. Puede ser que alguien incite a la gente para emigrar pero nadie tiene el poder de movilizar a miles de personas y obligarlos a dejar sus hogares. Asumir esto como verdad implica negar las necesidades profundas que hay en estas sociedades, además de olvidar la gran inseguridad que existe en Honduras, Guatemala, El Salvador o Nicaragua.

—¿La revolución se terminó de torcer en Nicaragua?

—La revolución terminó en 1990, una fecha lejana ya. Ahora tenemos a un régimen autoritario que quiere mantenerse en el poder a sangre y fuego. Es el fenómeno del viejo caudillismo latinoamericano, que no tiene apellido ideológico. A Daniel Ortega no le importa que el país caiga en el abismo del rezago económico. No hay estabilidad posible sin un entendimiento político que garantice la permanencia de un sistema democrático.

—¿Ve viable el acuerdo a corto plazo?

—Sí, vamos a encontrar esa salida. Hoy parece cerrada porque el gobierno se niega al diálogo pero no hay otro camino que no sea el entendimiento.

—Usted conoció bien a Daniel Ortega.

—Lo conocí hace tiempo, cuando el poder en Nicaragua estaba asentado sobre unas bases colectivas y de equilibrio. El Frente Sandinista provenía de tres facciones que se juntaron poco tiempo antes del triunfo y por lo tanto se respetaron los equilibrios: no había oportunidad para que surgiera ningún caudillo único. La figura que hoy conocemos de Daniel Ortega se construyó en los noventa.

—Hace un momento dijo que el caudillo latinoamericano no tiene apellido. ¿Por qué seguimos siendo una región de caudillos?

—Todavía vivimos los estilos políticos heredados de las sociedades rurales, donde todo parte de la obediencia a un líder único que se hace cargo de resolver la vida y los problemas de los demás casi de una manera mágica. El caudillismo se basa también en los grandes abismos de educación e ignorancia. Si los electores fueran educados y conscientes otro gallo cantaría. El problema de hoy es que son caudillos electos: no provienen de golpes de Estado.

—Lo que se traduce en una crisis de la democracia.

—Claro. Y llegamos a esto porque el bipartidismo y el multipartidismo se agotaron. Las fuerzas políticas tradicionales han sido barridas del panorama y cuando un caudillo llega al poder no hace más que reunir los escombros políticos de los otros partidos.

—¿Los ciudadanos están cansados de los partidos tradicionales?

—La gente se cansó de la ineficacia del sistema de partidos. Un ejemplo reciente es Brasil. La inseguridad ciudadana no se ha podido resolver; entonces llega Bolsonaro y promete que acabará con la delincuencia como sea; solo que a la gente se le olvida que como sea significa el crimen.

—¿Es por eso que encontramos líderes como Bolsonaro o Trump?

—Son fenómenos diferentes en su origen aunque parecidos en su resultado. Los electores de Trump representan a lo más atrasado de la sociedad norteamericana: gente de esencia rural y alejada de las ciudades. Finalmente Estados Unidos está compuesto por distintos países.

—¿Qué incidencia puede tener Bolsonaro en América Latina?

—Brasil es un continente en sí mismo. No sé realmente cuánta influencia puede llegar a tener en países como los centroamericanos, más allá de que se repliquen algunas de sus propuestas demagógicas.

—¿Y un personaje como López Obrador?

—Él sí puede tener incidencia en Centroamérica. México tiene una frontera norte importante, pero también una sur y ni López Obrador ni ningún otro gobierno puede olvidarla e ignorarla. Hasta ahora el discurso de su gobierno me parece contradictorio. Es un error ignorar lo que sucede en Nicaragua: México no puede hacerlo. Un problema candente es la migración y el río Suchiate representa la primera gran estación.

—¿La caravana migrante debería ser un punto de inflexión en la relación de México con Centroamérica?

—Tiene que serlo. Por eso México debe mirar hacia el sur y contribuir a que en Centroamérica existan condiciones de estabilidad democrática y económica que aminoren el número de migrantes. La solución es no que México dé visa de trabajo para todos: la estrategia debe estar en retener a los trabajadores en su lugar de origen. Entiendo que se creará un fondo de amortiguación económica para Centroamérica, pero no es suficiente: se necesita una amortiguación democrática. Los gobiernos de casi toda la región son ineficaces para solucionar el problema de las migraciones por su propia naturaleza.

—¿Qué idea de la América Latina da el liderazgo de Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador?

—México y Brasil son las dos grandes potencias de América Latina y su comportamiento influencia a los demás. Argentina depende muchísimo del comportamiento de Brasil y Centroamérica del de México. Cada uno de ellos representa un proyecto diferente: Bolsonaro es una pésima referencia, en cambio tengo grandes esperanzas de cambio con López Obrador.