AMANECÍAN LOS CINCUENTA…

El primer condominio con conserje y toda la cosa se construyó en Paseo de la Reforma 12.

Alberto Barranco
Columnas
Foto: Especial
Foto: Especial

Aunque no hubo moños negros en las ventanas de impecable corte francés, plantones de “fifís”, “pisaverdes”, “currutacos”, “planchados” o “pollos”, ni furioso revoloteo de abanicos sevillanos frente al edificio del ayuntamiento… los suspiros asumieron la protesta ante la piqueta implacable sobre el kiosko de la banda del Primer Regimiento de Caballería que le daba fragor a la fiesta cívica y calor a la dominical.

Y ya para qué llorar ante la mudanza de las viejas bancas de cantera, algunas de ellas circulares, y aun los andadores de piedra de románticos recuerdos.

Agotado el responso por el viejo estilo porfirista el Paseo de la Reforma se revestía de concreto hidráulico; de postes de luz de ocho metros, con lámparas de 15 mil lúmenes; de banquetas de concreto de 16 metros de ancho, y de un esbelto camellón central decorado con cactus, magueyes y biznagas.

La modernidad llegó a la Ciudad de México al amanecer de la década de los cincuenta apretujada en los camiones de a 30 fierros San Rafael-Aviación, Roma-Mérida, Juárez-Loreto, Estrella-La Villa, o el tranvía Obregón-Insurgentes de 8.50 cada martes y a viajar por todas partes.

Y mientras el edificio de la Secretaría de Recursos Hidráulicos se erguía bajo los escombros del romántico Café Colón y los murales se metían a los hoteles de lujo, surgía en 1956 esbelta, impecable, inexplicable, la Torre Latinoamericana.

San Juan de Letrán de las fotos instantáneas, de las crinolinas almidonadas, las calcetas y los churros de El Moro, con proa ya hacia el Teatro Blanquita, el Salón Tenampa, las últimas carpas o el lujurioso Bombay.

Y la tele de blanco y negro con invitaciones para fumar Delicados ovalados, los cigarros de los hombres muy hombres; a seguir los tres movimientos de Fab; a conocer los sombreros Tardan que se usan de Sonora a Yucatán; a usar glostora líquida para brillar en sociedad, a refrescarse con loción Jockey Club.

Poesía

“Las traigo muertas”, decía Mauricio Garcés, mientras El Loco Valdés inyectaba la manía de terminar las palabras en os.

Y el primer condominio con conserje y toda la cosa se construyó en Paseo de la Reforma 12, con la pena de que aquí no se juegan canicas ni se sacan las consolas al patio al son de la Santanera tras romperse la piñata… de cooperacha.

Cuando no pegaba la cartita de amor de la muchacha sola y decente con intenciones de matrimonio, dirigida sin remitente a la revista Confidencias de Mujer, ahí estaba la Clínica de Almas de la Doctora Corazón para aliviar las penas.

Y cómo hacía llorar la señora Caridad Bravo Adams con sus historias radiofónicas.

Ahora que en los chicles se adivinaba la suerte; los cigarros y los lápices eran de chocolate, y los yoyos y diábolos se canjeaban por fichas.

Y los aros hula-hula nos volvieron flacos a todos… digo, para entrar a la pista del twist.

La poesía de los cincuenta.