LA ANATOMÍA DEL TERROR

Hoy la radicalización, de cualquier ideología, se produce ante todo en internet.

Lucy Bravo
Columnas
Foto: Especial
Foto: Especial

“Es un terrorista. Es un criminal. Es un extremista. Pero él, cuando yo hable, no tendrá nombre”. Con esas palabras la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, selló el destino de un hombre que buscó la notoriedad por medio del terror, pero que solo alcanzará la ignominia.

Sin embargo, condenar a un terrorista al anonimato no resolverá el innegable ascenso del extremismo de la ultraderecha en el mundo.

Después de que un supremacista blanco abrió fuego en dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, matando al menos a 50 personas y transmitiéndolo completamente en vivo en redes sociales, el mundo tendrá que aceptar que estamos ante una nueva clase de terrorismo: un ataque hecho por y para internet.

La masacre se transmitió durante 17 minutos por Facebook, pero su alcance fue mucho mayor: en menos de 24 horas usuarios de esta plataforma habían publicado 1.5 millones de copias del video del ataque. El desafío que implica mantener material violento y ofensivo fuera de las redes sociales es enorme y los gigantes tecnológicos aún no logran crear soluciones para combatir este cáncer.

Pero la historia del atacante no es aislada. Horas antes de perpetrar la agresión publicó un manifiesto de 74 páginas titulado El gran reemplazo, cuyo único mensaje es aplastar a la inmigración musulmana. Desafortunadamente su ideología es todo menos única. Está plagada de referencias a memes y chistes sustraídos de la llamada “red oscura” cuyo contenido, estructura y tono giran en torno de dos grandes resentimientos: aislamiento y enojo.

Al igual que muchos, el autor se ve a sí mismo como una víctima y utiliza términos como “invasión”, “inmigración masiva” y “genocidio blanco” para describir lo que considera la destrucción de su país. Incluso trata de crear un fondo de normalidad citando poemas de Rudyard Kipling, pero solo se trata de un lenguaje codificado para referirse a las figuras de la derecha más radicales.

Hasta ahora los esfuerzos de inteligencia de los gobiernos se han centrado en el extremismo islámico, pero el péndulo también se inclina hacia la extrema derecha. Hoy la radicalización, de cualquier ideología, se produce ante todo en internet, donde los extremistas violentos se encuentran e incitan entre sí. Hay toda una generación de personas que han estado expuestas a pensamientos y violencia fascistas en línea. Y ya no lo podemos ignorar.

La anatomía del terror que se vivió en Nueva Zelanda solo podrá ser diseccionada adecuadamente al exponer las ideas y las vidas de estos supremacistas blancos. Superar este tipo de traumas colectivos exige arrojar mayor luz a los pensamientos que prosperan en la oscuridad. Necesitamos entender cómo estos individuos se convierten en terroristas.

El infierno no son los otros. Debemos recordar que no luchamos con extraños. En cambio enfrentamos lo peor del legado de un mundo cada vez más interconectado: la indiferencia o, peor aún, nuestra fascinación por la violencia.