EN NOMBRE DEL ARTE

Ser artista se ha vuelto entonces una búsqueda obsesiva por convertirse en la figura de moda.

Juan Carlos del Valle
Columnas
“Yo...”, óleo sobre lienzo, 50 x 40 cm
Juan Carlos del Valle

En octubre de 2017 la afamada casa subastadora Christie’s anunció al mundo que pondría a la venta “el último Leonardo”, es decir, el último Da Vinci que aún permanecía en manos privadas. En una espectacular conferencia de prensa se develó la pintura en cuestión: un Salvator Mundi extendiendo su bendición con la mano derecha y sosteniendo un mundo de cristal con la izquierda.

La prensa internacional, maravillada, disparaba sus cámaras fotográficas como si de una estrella de cine se tratara.

En una dramática sala oscurecida, iluminada por un halo que la dotaba de una cualidad sobrenatural, se exhibió la mítica pieza en varias ciudades del mundo. A pesar de que varios especialistas manifestaron abiertamente sus dudas sobre la autenticidad de la obra y no obstante de que se trata de un óleo casi completamente repintado, el Salvator Mundi se vendió tras una emocionante puja al Departamento de Cultura y Turismo de Abu Dhabi en la sensacional cantidad de 450 millones de dólares, rompiendo todo récord para cualquier obra de arte en la historia del mercado.

Hace pocos meses, ante el asombro de los asistentes, una obra del artista callejero Banksy, titulada Girl with balloon, se autodestruyó mediante un mecanismo triturador escondido en el marco, segundos después de haber sido martillada por Sotheby’s en 1.4 millones de dólares. Se ha escrito mucho sobre la muy probable colusión entre el artista y la casa de subastas y se ha comentado la ironía de que un artista aparentemente subversivo y antisistema como Banksy se haya valido de las estructuras del capitalismo para hacerse aún más famoso y más millonario. Un cinismo parecido al de Andy Warhol, quien pretendía criticar a la sociedad de consumo y al mismo tiempo hizo de sí mismo el objeto de consumo por excelencia.

Estos dos casos son notables porque ilustran, de forma muy pública y muy clara, un fenómeno de gran actualidad: la preponderancia del espectáculo frente al arte.

Negocio

Y es que el arte hoy poco tiene que ver con arte. En una entrevista reciente hablé sobre la frecuente desilusión y el vacío existencial que se manifiesta en los artistas al darse cuenta de que trabajan en un medio donde nada es lo que parece y donde todo —espacios de exhibición, apoyos, mercado y recursos públicos y privados— está acaparado por unos pocos. Muchos simplemente desisten, mientras que otros eligen jugar las reglas de un juego cruel y abusivo donde casi nadie gana: adaptarse o morir.

Ser artista se ha vuelto entonces una búsqueda obsesiva por convertirse en la figura de moda. Asistir a fiestas simplonas y frívolas que embotan los sentidos, invertir tiempo y energía en acumular e incluso comprar likes y seguidores en redes sociales, es más importante que el propio acto creativo. Las relaciones públicas son más efectivas que el talento y es preferible pertenecer a un determinado círculo de poder que producir trabajo de calidad.

Una de las grandes contradicciones de esta simulación es que, a pesar de las ventas estratosféricas de obras de arte que llegan a los titulares de la prensa, la gran mayoría de los artistas no logra vivir de su trabajo. Muy pocos son los que logran hacer negocio con el arte. Al contrario, muchos artistas pagan por exponer. Y sé de galerías que trabajan todo el año para poder costear un booth en una feria de arte contemporáneo —misma que subsiste gracias a estas elevadísimas rentas de espacio— y luego no recuperan su inversión a falta de ventas, mermando así su rentabilidad año tras año hasta quebrar. Todo esto en aras de figurar y pertenecer. Es decir, ni siquiera se trata de quién vende más sino de quién aparenta mejor.

Pareciera que el medio del arte es cada vez más un microcosmos autocomplaciente, viciado, falso y esnobista. Cabe reflexionar sobre si esta es una cuestión propia de nuestro tiempo. Yo anhelo que el arte sea un lugar de libertad; un espacio incluyente, de encuentro de mentes y corazones, donde quepa la diversidad; un verdadero agente de transformación social, generador de conciencias, enriquecedor del espíritu y plataforma de los valores más elevados.