El proceso globalizador —con sus excesos y reacciones correctivas en diversos países manifestadas en resultados electorales— evidencia que toda medida que asuma un gobierno debe tener un cálculo de efecto de posicionamiento en el escenario internacional.
Todo tema que aqueja a los países con realidades diversas se reduce o confluye en el principal problema: la sobrepoblación mundial y sus efectos en el cambio climático, la inmigración, la seguridad, la salud, la posibilidad de trabajo, la marcha de la economía, la educación, el consumo y acceso a fuentes energéticas sostenibles y viables, y el desarrollo tecnológico y su transferencia.
Estos temas clave son analizados y se les da seguimiento desde más de una treintena de organismos supranacionales, regionales o globales, para detectar tendencias y oportunidades para coordinarse, apoyar o financiar, o para identificar lo que se puede desbordar y convertir en un problema global, fundamentalmente.
En consecuencia, toda política pública o medida que no considere su impacto benéfico o costo en el escenario internacional puede no resultar afortunada a largo —o mediano— plazo.
Esto último porque, además de lo expuesto, puede constatarse cómo los países que instrumentan cambios profundos —conforme a sus realidades— son exitosos cuando tienen además un impacto regional o internacional. Máxime en un nuevo escenario global que exige identificación de las oportunidades y peligros locales, regionales y globales, actuales y futuros; así como muestran una gran capacidad de adaptación.
Si bien puede haber tensión entre lo local y lo regional o global, esta no se debe asumir o tratar como conflicto.
Ejemplo
Ahí está como ejemplo el Grupo de Shanghai. Como hace años escribí en este espacio, existe una alianza regional no muy conocida en esta región de Occidente cuyos integrantes tienen su propia agenda, contrapuesta en intereses a sus Estados integrantes, pero que impulsa una agenda de fuerza regional relevante. Esta es la Organización para la Cooperación de Shanghai (SCO), conocida como Grupo Shanghai (http://eng.sectsco.org).
Su fundación formal en abril de 1996 parece consecuencia de la caída del régimen soviético. Los países vecinos, incluso los nuevos, valoraron con preocupación los posibles efectos, con independencia de las consideraciones positivas.
En un inicio lo conformaron China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. El tema inicial de consenso fue la seguridad frente a separatismo, extremismo y terrorismo. Posteriormente se incorporaron Uzbekistán (en 2001), India y Pakistán (a inicios de 2016). Destaca la coincidencia de dos Estados (estos últimos) en continua tensión por temas diversos.
Como integrantes observadores actualmente se encuentran Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia; los “socios de diálogo” incluyen a Azerbaiyán, Armenia, Camboya, Nepal, Turquía y Sri Lanka; entre los “Estados invitados” se encuentran Turkmenistán y los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, así como los de la Unión Económica Euroasiática; incluso es reconocida por la ONU. Finalmente, los países interesados en participar son Bangladesh, Siria, Egipto, Serbia y el Estado de reconocimiento “limitado” Palestina.
¿Qué población implica? A pesar de la independencia de varias repúblicas soviéticas, otras se mantuvieron en la Federación Rusa, y si el Grupo de Shanghai aglutina pueblos de cultura y raza diversa, habrá que observar sus avances y logros con independencia de sus disensos.
Todos esos países atienden sus desafíos, pero valorando los peligros y oportunidades regionales, no al margen. Y si hubiese medidas que no prevén lo regional o global habrá que analizar su desarrollo y fortuna a mediano y largo plazo.
Daniel Bell lanzó el apotegma literal de “piensa global, realiza local”, el cual se entiende mejor, sin mayor explicación en este espacio, como think global, do local.