PASAJES COMERCIALES

Allí la escenografía cobijaba las tiendas más famosas en moda, lencería, zapatería, camisería.

Alberto Barranco
Columnas
Foto: Especial
CMB

En afán de inmortalidad, perseguido por el estigma del primer fraude electoral, aterrado ante el fantasma de Daniel Flores descargando su revólver sobre el elegantísimo Lincoln negro apenas traspasada la Puerta de Honor del Palacio Nacional, el presidente Pascual Ortiz Rubio ideó la obra cumbre de su gobierno de dos años y medio: un túnel para cruzar la calle 16 de Septiembre en línea recta de San Juan de Letrán, sin peligro del brutal tráfico de 1932.

El pueblo bautizaría la magna obra como el “pasaje del nopalito”.

Ahí, en aquellos cincuenta de instantáneas en la esquina con Madero, de la Casa Noste, de la Librería Zaplana, Lady Baltimore, la Casa Nieto y Cinelandia se vendían pipas, tabaco, encendedores, paraguas, pisacorbatas, plumas fuente, billetes de lotería…

El problema era cuando se inundaba…

La ruta sería extendida, bajo otra circunstancia —es decir, una ruta corta entre dos calles—, con el Pasaje Iturbide que une aún Bolívar y Gante.

El terreno pertenecía al Convento de San Francisco, el primero de la Nueva España.

El encuentro nacía con el edificio San Carlos y crecía con una feria de plafones cuadrados estilo vitroblock.

Ahí estuvo por años la Casa Roa, una tienda de ropa elegante para damas y caballeros: pieles, smoking, abrigos, sombreros, trajes, corbatas, vestidos largos, guantes…

La huella mayor, sin embargo, la dejó la Taberna Libraria, del periodista, poeta y polemista Jesús Guisa y Acevedo.

Abanico

Ahí la tertulia se volvía eterna en diferentes épocas con el maestro José Vasconcelos, Carlos Pereyra, Salvador Novo, Nemesio García Naranjo, Gerardo Murillo, conocido como Doctor Atl, Diego Rivera, Agustín Arroyo Chávez y Miguel Alemán Valdés.

El escenario cobijaba lo mismo a periodistas bohemios que a toreros con ansias de hacerla, escritores incipientes o políticos de toda la geometría.

Ahora que el pasaje Savoy, cuya construcción se inició en 1943, conectaba bajo un trazo de ele a dos calles perpendiculares: San Juan de Letrán y 16 de Septiembre.

Conocido originalmente como Wong, el nuevo nombre llegó con el cine Savoy, alguna vez orgullo del barrio y otra refugio de mariposas nocturnas con vocación diurna, desocupados, estudiantes en pinta y uno que otro gendarme desbalagado.

En sus buenos tiempos, en los cincuenta y sesenta, allí la escenografía cobijaba las tiendas más famosas en materia de moda, lencería, zapatería, camisería. El terremoto de 1985 dejó moribundo al pasaje comercial más famoso del Centro Histórico.

A su vez el Pasaje Catedral, construido entre 1944 y 1946, con sus invisibles seis niveles, está todavía lleno de olores, colores y primores. Ahí se vende la fe. Desde todo el herbolario azteca, ya sea para curar la pleuresía, la tuberculosis, las úlceras estomacales o la cefalea, hasta el cáliz para la nueva iglesia, la casulla, el alba, la sotana…

Y, en el abanico, todo el santoral. San Ramón Nonato, para protegerse de chismes; San Charbel, para las causas difíciles; Santa Cecilia, para afinar la guitarra, San Pascual Bailón, para los males del alma.

Y en el edificio que cobija al Pasaje Polanco en Presidente Masaryk, edificado por el ingeniero Raúl de Basurto, el artífice del edificio Basurto de la Condesa, vivió Pedro Infante tras su boda con Lupita Torrentera.

El departamento 105 cobijó el romance efímero.

Y al 207 llegaba la Doña, María Félix, para posar para el pintor Mario Chávez Marrón.

Y la colonia Roma conserva intacto el pasaje conocido como El Parián, obra maestra del art noveau; en tanto Santa María, sobre las ruinas del cine Majestic, frente a la Alameda, presume su pasaje esotérico con el Brujo Mayor en el centro de la postal.