ESPAÑA ESTÁ EN JUEGO UN FUTURO VIABLE O UN SALTO HACIA ATRÁS

Cataluña está rota para generaciones.

Hector González
Todo menos politica
Foto: Especial
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Rosa Montero regresa a la ciencia ficción y lo hace con la tercera entrega de la saga protagonizada por Bruna Husky. En Los tiempos del odio (Seix Barral) la aguerrida detective emprende la búsqueda del inspector Lizard. Sus pesquisas la llevan a confrontar a la secta Nuevos Antiguos, una colonia reaccionaria y fanática.

Fiel a sus obsesiones —así lo dice la propia narradora española— explora la muerte y la pulsión de la vida; los totalitarismos y la posibilidad de una democracia más sana.

En entrevista Montero hace un diagnóstico de su época y de la política española de cara a las elecciones del próximo 28 de abril.

—¿Qué le da la ciencia ficción que no encontraba en el realismo y el periodismo?


—La ciencia ficción no es algo distinto al resto de mis vías narrativas. Mi primer acercamiento con este género fue en 1991 con Temblor. El periodismo me gusta mucho pero pertenece a mi ser social, mientras que la ficción me viene desde la niñez. A los cinco años comencé a escribir cuentos de ratitas que hablaban. No sé vivir sin escribir y dentro de este sector me da lo mismo irme al siglo XII, como en Historias del rey transparente, que irme al siglo XXII con la serie de Bruna. Uno escribe para intentar de arrojar un poco de luz en sus obsesiones. Y la ciencia ficción es una herramienta metafórica muy poderosa para hablar de la condición humana. Mis novelas de ciencia ficción son las más realistas que he escrito.

—Hay que reconocer que sus proyecciones a 100 años se quedan cortas…

—Sí, desde que empecé con la primera entrega de la serie había una democracia rota como las que hay ahora; y dos plataformas volantes que orbitan la Tierra: en una hay una especie de neoestalinismo y en la otra una comunidad hiperreligiosa y fanática. Cuando creé esas sociedades todavía no aparecía Isis. En la misma primera entrega hablé de un toque de queda para los jóvenes ya que a los seis meses de que se publicó la novela pusieron toque de queda para menores en los suburbios de París.

—Proyecta la prohibición de las corridas de toros…

—Las corridas de toros se acabarán en España de aquí a 30 años. Entre los menores de 25 años, apenas 15% disfruta de ellas.

—¿Le gustan a usted las corridas de toros?

—No, y eso que mi padre fue torero profesional. Cuando crecí abandoné el gusto porque pertenece a un mundo con un nivel de admisión de la violencia que no me parece bien. Nuestro nivel de civilidad ha subido.

Proyecciones

—Regresemos a las obsesiones. En Los tiempos del odio están la muerte y el tiempo, dos de sus temas.

—Sí, los efectos del tiempo en nosotros y el sentido de la vida, si es que lo hay. Vivir es deshacerse en el tiempo. También está la memoria como construcción imaginaria: lo que recordamos es un cuento que cambia todo el tiempo.

—Y el poder…

—Y sus abusos. El poder y el fanatismo pueden destrozar a la gente o volverla loca. La demagogia es un instrumento o arma del poder abusivo.

—En Los tiempos del odio está la muerte como certeza: Bruna sabe cuándo morirá.

—Todos sabemos que moriremos pero los humanos se las apañan para olvidarlo. Mi protagonista no puede hacerlo porque conoce la fecha de su muerte. Sabe que le restan diez años. Eso le da una ira contra la muerte terrorífica. Aunque ella es una replicante de combate comparto su furia por la muerte y por eso creo que es mi personaje más cercana. Cuando eres muy consciente de la muerte y del tiempo que huye eres muy consciente de la vida y te la comes a bocados, en eso también somos iguales. A pesar de que la novela trata temas tremendos quería dejar una esperanza sobre la capacidad de vivir una vida más plena e invitar a perder el miedo a las emociones.

—La eterna pregunta: ¿si le quedaran 24 horas de vida qué haría?

—Meterme debajo de la cama y aullar. El terror y la rabia serían tan terribles que no podría salir a la calle.

—Una proyección que me parece errada es la de las supranacionalidades. Parece que vamos al revés.

—No creo: todo el siglo XX fue un impulso para crear supranacionalidades; ahí tienes a la ONU y la Unión Europea.

—Aunque en Estados Unidos, Gran Bretaña e incluso en España hay tendencias hacia un nacionalismo radical…

—Es normal. Cuando hay un movimiento social en una dirección se crea un contrapeso y esto genera una lucha. Un impulso de progreso crea un impulso reaccionario increíble. El laicismo ha creado una reacción fanática. Ahora mismo este viento ultrarreaccionario que recorre el mundo crea una respuesta indispensable como el #MeToo; de lo contrario podemos perder logros democráticos.

—España atraviesa un momento de fragmentación. Ahora hasta la derecha está dividida.

—Por desgracia la izquierda, como siempre, está más fragmentada. Es una catástrofe. Ahora en España ha irrumpido la extrema derecha como en el resto del mundo. A pesar de que parecíamos vacunados por nuestra reciente dictadura el impulso de la historia es tan grande que nos alcanzó. Pero este gobierno, a pesar de estar en franca minoría y del separatismo, ha hecho cosas en poco tiempo. Desde 1982 no votaba al PSOE y ahora les voy a votar.

Elecciones

—¿Qué está en juego en las próximas elecciones en España?

—Está en juego un futuro viable o un salto para atrás radicalmente grande. Hay una movilización en España que desde 1982 no veía. Ojalá que la izquierda deje su puritanismo.

—El separatismo es un tema…

—El separatismo es una tragedia. No soy nacionalista para nada: me parece una enfermedad infantil del ser humano, como decía Einstein. Han vuelto locos a los catalanes con mentiras. Los independentistas llevan años haciendo verdaderas barbaridades. Siendo minoría han hecho todo tipo de tropelías. Cataluña está rota para generaciones. Urge buscar una solución. La política es una ciencia posibilista para manejar la realidad. Así que partiendo de que hay 45% de nacionalistas, según las encuestas, sería bueno celebrar un referéndum como lo hicieron los canadienses, es decir, con todo tipo de garantías.

—¿Ve un final feliz ahí, como en su novela?

—No, ninguno, es una pena. Cataluña es una sociedad rota para por lo menos 50 años.