LA FALSA CRUZADA DE ASSANGE

Aunque predica que toda la información es mejor pública que oculta su propia organización está envuelta en secrecía.

Lucy Bravo
Columnas
Foto: Especial
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Después de siete años de asilo en la embajada de Ecuador en Londres, Julian Assange está tras las rejas. Las imágenes que recorrieron el mundo mostraron al fundador de WikiLeaks esposado y gritando “¡Esto es ilegal!”, mientras policías británicos lo sacaban a la fuerza de la sede diplomática ecuatoriana.

Assange, quien se refugió en esta embajada para evitar su extradición a Suecia, donde enfrenta cargos por un presunto caso de abuso sexual, ahora tiene un futuro incierto. El cuerpo policiaco británico explicó que la detención del activista se debía a su falta de comparecencia ante los tribunales por una orden que data de 2012, pero esto no fue posible sin que el gobierno de Lenín Moreno suspendiera la nacionalidad y retirara el asilo a Assange por su presunta “transgresión de los convenios internacionales”.

Las reacciones no se han hecho esperar, pero cada vez son más las voces que manifiestan su indignación por el arresto bajo el argumento de que se trata de una amenaza a la libertad de expresión. Sin embargo los claroscuros del caso Assange no parecen sostener esta postura.

No es ningún secreto que la prensa está bajo ataque en Estados Unidos por parte del ocupante de la Casa Blanca. Pero este no es el caso de WikiLeaks, organización que no es y nunca ha sido prensa. Debemos recordar que la máxima del periodismo no solo es informar u opinar sobre ciertos eventos o fenómenos sino también proveer la historia, el contexto y los múltiples puntos de vista del suceso. A su vez los medios tienen la obligación de ceñirse a un código de ética que vele no solo por la veracidad de los hechos sino también las secuelas de su divulgación.

Batalla

Recordemos que WikiLeaks saltó a los titulares después de publicar documentos clasificados de la administración de Barack Obama, así como correos electrónicos pirateados por la inteligencia rusa que invariablemente afectaron la candidatura presidencial de Hillary Clinton. Para sus defensores Assange es un mártir de la libertad de expresión. Para el gobierno estadunidense es un lacayo del Kremlin que siempre ha tenido motivaciones políticas detrás de su “cruzada por la verdad”.

Nadie cuestiona el interés público legítimo de las revelaciones que se abrieron camino por medio de Wikileaks pero la consideración a fondo de las consecuencias de divulgar información relacionada únicamente con un partido político es de suma importancia. El criterio periodístico, que es la piedra angular de cualquier organización de noticias, no es censura.

Además, mientras Assange predica que toda la información es mejor pública que oculta, su propia organización está envuelta en secrecía. Y mucho antes de que un fiscal especial se adentrase en los intentos rusos de interferir en las elecciones de EU o de que Donald Trump entrara en la escena política, ya se habían formado las líneas de una batalla intelectual en la que el concepto de verdad absoluta simplemente no existe.

Sugerir que su detención establece un peligroso precedente para la libertad de prensa es simplemente menospreciar uno de los principios más fundamentales del oficio periodístico: el fin no justifica los medios. Hay formas de hacer periodismo de investigación con fuentes clasificadas sin poner en riesgo la seguridad de toda una nación.