EL INAGOTABLE GENIO DE LEONARDO DA VINCI

Leonardo da Vinci, un adelantado a su época.

Hector González
Todo menos politica
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Aquella mañana del 21 de agosto de 1911 Vincenzo Peruggia, un pintor de brocha gorda, consiguió que se hablara de él en buena parte del mundo. Con cierta facilidad entró y salió del Museo de Louvre con el cuadro de La Mona Lisa bajo su abrigo.

Pasaron más de dos años antes de que las autoridades recuperaran la obra maestra de Leonardo da Vinci (1452-1519). Tras el hurto el museo estuvo cerrado una semana. Apenas reabrió sus puertas rompió todos los récords de asistencia. La gente acudía a ver el hueco que había dejado la pintura. Incluso Franz Kafka y su amigo Max Brod no se resistieron al morbo de formarse por varias horas para ver el espacio vacío.

Es probable que ningún otro artista hubiera despertado un interés similar. La anécdota tiene al menos dos aristas a considerar: la forma en que nos relacionamos con el arte y la presencia cotidiana e inconsciente de Leonardo da Vinci, el artista de quien el próximo 2 de mayo se conmemorarán 500 años de su muerte.

Renacentista

Hombre de conocimiento universal, Leonardo fue un adelantado a su época. Un artista incuestionable que cultivó el gusto por la ciencia y la naturaleza.

En su ensayo Leonardo da Vinci y la idea de la belleza el historiador y crítico John T. Spike reseña que a la misma edad y época que el genovés Cristóbal Colón, el florentino “encauzó la obsesión del Renacimiento por la indagación hacia el mundo visible, interior y exterior”.

El especialista califica de ejemplar su Códice sobre el vuelo de las aves, de la Biblioteca Reale de Turín. El documento, integrado por 18 folios de texto y dibujos de pájaros en vuelo, “muestra el supremo afán de Leonardo por abandonar su escritorio para aprender de la naturaleza”.

Actualmente se conservan más de seis mil páginas del genio florentino. En ellas hay miles de dibujos y gráficos acompañados de textos que reflejan sus obsesiones. Según los especialistas están esparcidos por Europa y muchos incluso perdidos. Unos cuantos han reaparecido casi por milagro. Los más recientes se encontraron en la Biblioteca de Madrid en 1965.

Prueba de sus intereses diversos son sus tratados por medio de los cuales pretendió abarcar todo tipo de disciplinas, desde las matemáticas a la anatomía, y a los que bautizó como Libro sobre perspectiva, Tratado sobre la cantidad continua y La geometría como juego, Tratado sobre los nervios, los músculos, los tendones, las membranas y los ligamentos, y Libro especial sobre los músculos y los movimientos de los miembros.

Cada uno de los textos recoge sus descubrimientos en materias como la óptica, la acústica, la mecánica, la dinámica de fluidos, la geología, la botánica y la fisiología.

A la postre de sus investigaciones Leonardo alcanzó fama como un hombre sabio. No es gratuito que Rafael usara algunos de sus rasgos para caracterizar a Platón en su fresco La escuela de Atenas (1509). El guiño tiene como trasfondo que varias de sus ideas acerca de la belleza y la naturaleza se ubican dentro de la tradición platónica, a pesar de que el propio Leonardo intentara desmarcarse de eso.

La naturaleza

Empático con el conocimiento empírico, Leonardo tenía a la naturaleza casi en un pedestal. Su respeto a la pintura en buena medida proviene de su capacidad para representar al entorno. “La pintura sobrepasa todos los trabajos de los hombres en virtud de las sutiles posibilidades que contiene: el ojo, que se dice ventana del alma, es la principal vía para que el sentido común pueda, de la forma más copiosa y magnífica, considerar las infinitas obras de la naturaleza (…) Si ustedes saben cómo describir y escribir la apariencia de las formas, el pintor puede hacer que aparezcan animadas con luces y sombras que crean la misma expresión de los rostros; el poeta no puede lograr con la pluma lo que el pintor logra con el pincel”, escribió en su Códice Ashburnham.

En defensa del arte que habría de llevarlo a los cuernos de la Luna añadió: “Si desprecias la pintura, única imitación de todas las obras evidentes de la naturaleza, desdeñas una invención sutil que sirve para considerar con filosofía y con fina especulación todas las cualidades de la forma: tierra y mar, plantas, animales, hierbas, flores, rodeadas todas ellas de sombras y luces. Ciertamente esta ciencia es la hija legítima de la naturaleza, como engendrada por ella; pero yo diré más bien, con más exactitud, que es nieta de la naturaleza, porque todas las cosas evidentes son hijas de la naturaleza, y de estas cosas evidentes nace la pintura. Con razón, pues, la llamaremos nosotros nieta de la naturaleza, emparentada con Dios”.

Al igual que Miguel Ángel y Rafael, los otros tótems del arte de la época, Leonardo era un amante de la belleza. Cuenta Spike que aconsejaba a los artistas mantener los ojos bien abiertos para ver a las mujeres bellas y memorizar sus mejores rasgos.

Su teoría estética se sostenía en la armonía y en la simetría, como lo muestra su dibujo Hombre de Vitruvio (1490), al que se debe la frase: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

Al respecto el crítico y ensayista español Félix de Azúa ha escrito: “Para Leonardo, conocer era dibujar. No bastaba con la palabra; era imprescindible cazar las cosas con su representación, como si la línea fuera la red de pesca del entendimiento. Lo que llamamos arte era, aún, ciencia. Los dibujos sobre la vida del agua son de los más portentosos: torbellinos, tifones, cataratas, tempestades, remolinos y el diluvio, todo lo dibujó, con preferencia por los estados anímicos del agua más turbulentos y belicosos. También, claro está, las máquinas que se le podían oponer, los ingenios técnicos capaces de paliar su destrucción”.

La Mona Lisa

De su interés por representar la naturaleza lo más cercano posible a la realidad se desprende el retrato de Lisa Gherardini, esposa del mercader Francesco de Giocondo y conocido como La Mona Lisa o La Gioconda, por mucho el óleo más famoso del mundo.

La dimensión simbólica e histórica de la obra, realizada entre 1503 y 1519, es superior a los 77 por 53 centímetros de su tamaño real.

El lienzo nació por encargo del comerciante. Aún no está muy claro si se debió al traslado de la familia a su nueva vivienda o al embarazo de su mujer. La identidad de la dama, sin embargo, fue una incógnita hasta todavía no hace mucho.

En 2005 se dieron a conocer unas notas del florentino Agostino Vespucci fechadas en 1503 y en las cuales comenta que Leonardo se encontraba realizando un retrato del busto de Lisa del Giocondo.

Desde un principio la pieza del florentino llamó la atención. Quienes pudieron verla en su taller corrieron la voz y la expectación creció exponencialmente. Durante 1504 Rafael realizó un dibujo de la pintura de Leonardo. El boceto sirvió de base de su retrato de Maddalena Doni fechado en 1506.

En su libro Vidas (1550) el pintor y escritor italiano Giorgio Vasari resaltó las virtudes de la apreciación anatómica de Da Vinci: “Todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la naturaleza lo podría comprender en la cabeza de La Gioconda (…) en ella se representan todos los detalles que se pueden pintar con sutileza. Los ojos tenían ese brillo y ese lustre que se puede ver en los reales, a su alrededor había esos rosáceos lívidos y los pelos que no pueden realizar sin una gran sutileza (…) La nariz, con todas esas aperturas rosáceas y tiernas, parecía de verdad. La boca, con toda la extensión de su hendidura unida por el rojo de los labios y lo encarnado del rostro, no parecía color sino carne real. En la fontanela de la garganta, si se miraba con atención, se veía latir el pulso. Y en verdad se puede decir que fue pintada de una forma que hace estremecerse y atemoriza a cualquier artista valioso”.

La maestría en el uso de la técnica del sfumato le permitió reducir el peso del dibujo y difuminar los contornos, fundir las sombras y generar una apariencia de objetos pocos definidos.

Will Gompertz, director de arte de la BBC y autor del libro ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno, sintetiza el trabajo plástico del florentino: “Cuando hace 500 años pintaba sus obras maestras comenzaba dando a la superficie una imprimación blanca sobre la que añadía gradualmente leves capas de pintura. Cuando se contempla la obra terminada, el cuadro parece poseer una asombrosa luminosidad interior, fruto del brillo que emite la imprimación blanca en la superficie”.

Las lecturas alrededor de la obra no han disminuido con el tiempo. Su realismo incluso ha dado para interpretaciones sicológicas. No son pocos los estudios dedicados a descifrar qué hay detrás de su sonrisa o los secretos de la mirada.

Por si fuera poco se ha convertido en uno de los símbolos de las bellas artes a nivel mundial. Buen tino tuvo Duchamp cuando en 1919, a su regreso a París, compró una postal de LaMona Lisa y le dibujó un bigote y una perrilla en el rostro. Al firmarla y escribir L.H.O.O.Q (las interpretaciones de los estudios coinciden en que es un juego de palabras que en castellano se traduce como “Ella tiene el trasero caliente”) en el borde el polémico artista no solo inició la era de la apropiación como subgénero de la plástica sino que también lanzó una crítica contra el sentido casi sagrado del arte serie.

Al intervenir la obra de Leonardo, Duchamp profanó una pieza hasta entonces intocable y por consiguiente la institucionalidad del arte.

Sin fecha de caducidad

A 500 años de su muerte las aportaciones de Leonardo da Vinci todavía hacen eco, incluso más allá de la pintura: estableció los principios básicos de la dendrocronología, es decir, la lectura de los anillos de crecimiento de los árboles para determinar su edad y las variaciones climáticas que han experimentado a lo largo de su existencia.

Su clásico Tratado de la pintura, único texto de su autoría que circuló antes del siglo XIX, deja constancia de este descubrimiento: “Los círculos de los troncos de los árboles cortados muestran el número de sus años y si han sido más húmedos o más secos, según sea su grosor”.

Aportó, además, claves para entender la forma en la que las plantas despliegan sus formas en respuesta a la gravedad terrestre, así como sus cambios de orientación en función de la luz solar (fototropismo).

Su interés por la geología lo llevó a describir con certeza los procesos de erosión, sedimentación y acumulación en las rocas, así como al estudio de los fósiles, principalmente los marinos.

Stephen Jay, prominente biólogo y divulgador estadunidense, no escatimó en reconocer que Leonardo anticipó conceptos de la paleobiología que solo pudieron confirmarse hasta el siglo XX.

No menos innovadoras resultan sus indagaciones anatómicas. En su texto conocido como Manuscrito G afirmó que el corazón es un músculo con cuatro cavidades. Hasta entonces se mantenía la tesis promovida por Galeno en el siglo II dC. que consideraba que la diástole marcaba el ritmo del corazón y ocasionaba su expansión mediante el aire proveniente de los pulmones. En contraste, el florentino fue el primero en señalar lo contrario. Afirmó que el movimiento activo del corazón no es su expansión sino su contracción, o sea, durante la sístole, proceso durante el cual la sangre es expulsada hacia los vasos sanguíneos.

Inquieto y renacentista en el sentido más amplio del término, Leonardo da Vinci es un genio inabarcable. Alrededor de su figura hay cualquier cantidad de secretos y leyendas.

Apenas hace unas semanas y a unos días de que inicien las conmemoraciones por los 500 años de su muerte la Galería de los Uffizi en Roma mostró un estudio que confirmó que el artista florentino era ambidiestro. Las investigaciones se realizaron a partir de dos frases escritas por su puño y letra en su primer paisaje fechado en 1473, cuando apenas tenía 20 años.

Pocos artistas del tamaño de Leonardo da Vinci. Pocos como él trazaron tantas rutas de conocimiento. Su obra, a todas luces inagotable, mantiene su vigencia y hoy en el marco de su quinto centenario de su fallecimiento bien merece ser revisitada.