LEONARDO, VIVO A 500 AÑOS DE SU MUERTE

La leyenda de Da Vinci se ha generado a partir del enigma.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Tzompantli IV, óleo sobre lienzo, 30 x 40 cm.
Juan Carlos del Valle

Es posible que una de las obras de arte más ignoradas por el público sea Las bodas de Caná, de Paolo Veronese. Es una colosal pintura de 7 metros de alto por 10 metros de ancho. La obra representa la escena bíblica del primer milagro de Cristo a la manera de un suntuoso banquete veneciano. Es una composición pictórica sobresaliente que cuelga en los muros de la sala más visitada del Museo del Louvre. ¿Cómo es posible que pase desapercibida, entonces? Sencillamente porque justo enfrente de esta grandiosa obra se exhibe la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, de apenas 77 por 53 centímetros.

Hordas de visitantes provenientes de todo el mundo —alrededor de diez millones cada año, de acuerdo a cifras oficiales del museo— apuntan las cámaras de sus teléfonos móviles hacia el inescrutable y lejano retrato de La Gioconda; algunos le dan la espalda a la pintura más famosa del mundo para tomarse selfies que luego publicarán en sus redes sociales.

Resguardada como una joya preciosa en una caja de cristal blindado que la aísla de las vibraciones y la mantiene en una temperatura y humedad constantes, la Mona Lisa vive literalmente encapsulada en su propia fama, cada vez más inaccesible a pesar de ser la obra más reproducida de la historia del arte. Recuerdo con nostalgia que teniendo siete u ocho años la vi por primera vez, con una proximidad que hoy es ya imposible.

Genio

Este año se cumplen 500 años de la muerte de Leonardo. Además de ser pintor abarcó prácticamente todas las áreas del saber: la ingeniería, la botánica, la anatomía, la música, la arquitectura, la astronomía y la cocina, entre otras; fue epítome del hombre del Renacimiento y unánimemente aclamado como genial a lo largo de los siglos.

A pesar de existir tantas libretas repletas de apuntes, dibujos y todo tipo de observaciones sobre el arte, la naturaleza y la vida, sabemos relativamente poco sobre Leonardo da Vinci. Todo parece estar cubierto con un halo de misterio; detalles de su vida personal, sus inventos, sus conocimientos, tan adelantados a su tiempo y, desde luego, sus pinturas han sido objetivo de asombro y estímulo inacabable de la ficción.

En mi columna anterior, El mito del pintor, reflexioné sobre Vincent van Gogh y el fenómeno de la construcción póstuma de una narración trágica —y lucrativa— en torno de su vida. La leyenda de Leonardo se ha generado a partir del enigma: todo lo que no sabemos sobre el artista contribuye a intensificar la fascinación que nos produce, reforzada e implantada en la cultura popular gracias a documentales, artículos de prensa y best sellers: ¿es la Mona Lisa en realidad un autorretrato de Leonardo? ¿La Mona Lisa que está colgada en el Louvre es la auténtica o una copia? ¿Pertenecía el artista a algún tipo de sociedad secreta?

La casa subastadora Christie’s, después de una de las campañas publicitarias más dramáticas, polémicas y efectivas que he visto, hizo de Leonardo el artista más caro de la historia del mercado. Después de su venta en el salón de subastas el Salvator Mundi iba a develarse en septiembre del año pasado en el Louvre de Abu Dhabi. Sin embargo la develación se canceló sin explicación alguna y hoy la pintura está desaparecida, sumándose esta a las muchas historias de intriga y suspenso que parecen siempre rodear a Leonardo. Hay incluso quienes dicen que la desaparición de esta pintura es deliberada: quieren rodearla de un aura de secreto, hacer de ella una nueva Mona Lisa.

Pero más allá de la cortina de humo de la mercadotecnia existen una serie de cualidades intrínsecas que hacen de Leonardo no solo uno de los pintores más importantes de la historia sino uno de los individuos más sobresalientes e inabarcables que han vivido. En el caso del excepcional Leonardo da Vinci ni siquiera la más detectivesca de las teorías puede prevalecer sobre su genio.