SIN ENTENDER A TRUMP

Trump ya encontró el lado flaco de la estabilidad mexicana: su dependencia económica y comercial.

Carlos Ramírez
Columnas
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A principios de otoño de 1986 el gobierno mexicano convenció al gobierno estadunidense republicano y ultraderechista de Ronald Reagan de que era mejor un buen arreglo histórico que un mal pleito de siglos. Reagan había fracasado en la ofensiva conservadora contra México en 1985 por el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar y necesitaba una salida política.

La propuesta mexicana fue de largo plazo: crear una Comisión sobre el futuro de las relaciones México-EU con el fin de pasar del conflicto histórico del siglo XIX y el resentimiento por el robo de la mitad del territorio mexicano al de la interdependencia fronteriza. El presidente Miguel de la Madrid y su sucesor Carlos Salinas de Gortari ya tenían en mente la integración productiva de los mercados.

El resultado fue un informe presentado a finales de 1989 bajo el concepto de El desafío de la interdependencia, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Ahí se buscó —valga el concepto— despolarizar la relación bilateral, cambiar el modelo educativo-cultural de percepción entre los pueblos de las dos naciones y, en los hechos, construir una alianza integracionista, aunque México como un protectorado estadunidense.

Ese informe allanó el camino cultural e histórico para el tratado de comercio libre 1991-1993.

La candidatura de Donald Trump vino a desarreglar ese arreglo: regresó a México a su papel negativo para el futuro de EU, acusó a su vecino de ser una carga para la grandeza norteamericana y explotó la agenda migratoria y narca para reactivar en EU el aislamiento nacionalista, racista y excluyente. En México, de 2016 a 2019, no ha habido una racionalización de lo que significa Trump y tampoco ha habido un proyecto nacional de desarrollo para salirse de la dependencia estadunidense. El tratado solo fue un acuerdo comercial, no un nuevo modelo de desarrollo.

Estrategias

A lo largo de dos y medio años trumpianos la estrategia mexicana ha sido la diplomacia Speedy González, ese ratoncito de caricaturas que solía darle pellizcos a los gringos y salir huyendo a velocidad luz. Salinas de Gortari se conformó con entregar a México a la diplomacia de seguridad de la Casa Blanca; Zedillo pactó en secreto con Clinton y cedió la cartera petrolera; Fox y Calderón nunca entendieron a Washington, y Peña Nieto continuó el modelo de Salinas de Gortari.

La estrategia de López Obrador no es diplomática, ni de seguridad estratégica, ni geopolítica, ni militar, sino de personal. Sin embargo, tiene como contraparte a un presidente audaz, sin pudor, imperialista y explotador. La parte más importante del nuevo conflicto se basa en dos hechos: Trump sí tiene la razón, porque México ha alentado la migración centroamericana hacia EU y su política de seguridad pública no ha liquidado a los cárteles, que están ya dominando la venta de droga al menudeo en más de tres mil ciudades estadunidenses.

La estrategia mexicana de mirar hacia ningún lado y no hacia su vecino estadunidense ha fracasado porque Trump ya encontró el lado flaco de la estabilidad mexicana: su dependencia económica y comercial. El subsecretario para América del Norte, la clave de la estabilidad de seguridad nacional de México, es Jesús Seade, el negociador del nuevo acuerdo comercial entre México, EU y Canadá. Y el canciller Marcelo Ebrard es hoy el funcionario más apagado del gabinete.

La relación de México con Estados Unidos es de seguridad nacional, no de nacionalismos.