DE CASCOS LIGEROS

Dos personajes que hicieron de su vida una aventura épica sin importarles su condición de féminas ni las costumbres sociales.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Foto: Especial
Ilustración

“No te preocupes por el qué dirán” es una frase que en ocasiones se convierte en mantra. Nacemos, crecemos, nos angustiamos por lo que otros creen que saben de nosotros, morimos. Esa es una visión realista de la que nadie se salva. Porque las personas somos seres de percepciones y al fallecer lo único que quedará serán los recuerdos en las memorias ajenas: nuestro legado está compuesto por ese famoso “qué dirán”.

En dos épocas distintas de la historia de México existieron dos mujeres “de cascos ligeros” que amamos: María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida como La Güera Rodríguez, y Carmen Mondragón, famosa por su sobrenombre Nahui Olin. Dos personajes que hicieron de su vida una aventura épica sin importarles ni su condición de féminas ni las costumbres sociales que se les exigían solo por haber nacido con matriz.

La historia de La Güera Rodríguez se vincula con los hombres que sedujo o por los que se dejó seducir, como Simón Bolívar, Agustín de Iturbide o Ramón Cardeña y Gallardo, pero definitivamente su herencia rebasa por mucho a la imposición masculina de la narrativa del pasado.

Mujer de gran belleza física e inteligencia notable, nació en 1778 y murió en 1851. Curiosa, inquieta y rebelde utilizó tanto los recursos de su personalidad como los de su privilegiada situación económica para apoyar la lucha por la independencia de México. Con dinero aportó armas, alimento, transporte; con ingenio obtuvo información clasificada que luego compartía con otros conspiradores; con carisma logró el favor de gente poderosa, y se enfrentó en dos ocasiones a tribunales de la Inquisición.

A pesar de que su reputación salía algo raspada después de cada atrevimiento ella siguió siendo fiel al ideal de libertad, no solo personal sino de la Nueva España, rompiendo todos los moldes: era rubia, bella, adinerada y aún así prefirió arriesgarse por ver liberada a la tierra que la vio nacer.

Elegir

Carmen Mondragón nació 43 años después de la muerte de La Güera Rodríguez, en 1894. Pintora, poeta, insurrecta, hoy es recordada como Nahui Olin, sobrenombre con el que la bautizó uno de sus grandes amores, el Dr. Atl (Gerardo Murillo).

Carmen, como María Ignacia, fue una mujer incomprendida en su tiempo. De una belleza extraordinaria, ojos verdes memorables y talento e inteligencia brillantes tampoco permitió que los hombres a los que amó definieran las respuestas a las interrogantes del devenir por los días.

Convivió con artistas como Frida Kahlo, Tina Modotti, Dolores del Río, José Vasconcelos, Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros. Se caracterizó por escribir con brillantez y valentía; por pintar, no con la mejor técnica, pero sí con honestidad, fijándose en detalles que para otros pasaban desapercibidos.

“¡Qué me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy…!” Y sí. Pasó los últimos días deambulando por la Alameda Central con sus gatos y contando anécdotas de tiempos de gloria a quien tuviera oídos para escuchar. Murió en 1978. Sus retratos de desnudo, sus poemas eróticos y las apasionadas cartas que compartió con quienes amó con el corazón y el cuerpo reflejan su actitud cautivadora, que conquistó a jaurías enteras.

Me gusta la gente “de cascos ligeros”: aquellos individuos de sexo masculino o femenino que eligen crear sus propias definiciones aun cuando implique habladurías y escándalo de los especialistas del chisme y “el qué dirán”.

De grande quiero ser como ellas.

Bibliografía: Barba, Guillermo (2019). La conspiradora. México: Planeta / Malvido, Adriana (2003). Nahui Olin. Barcelona: Circe.