EL ELEFANTE

De una vez por todas los demócratas deberán decidir con qué visión competirán por la Oficina Oval.

Lucy Bravo
Columnas
Foto: Especial
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La elección presidencial en Estados Unidos aún está a cientos de días de distancia pero el proceso electoral de 2020 ya comenzó. La expectativa del primer debate entre los 20 candidatos demócratas que buscan la nominación de su partido era mayúscula pero ninguno de los ahí presentes tuvo el momento eléctrico de un lanzamiento de campaña que todos esperaban. Paradójicamente los aspirantes que subieron a ese escenario porque creen que el presidente actual no merece un segundo mandato ignoraron al elefante en la habitación: Donald Trump.

Al parecer los demócratas hicieron honor a este modismo estadunidense que reza the elephant in the room no solo por tratarse de la representación por excelencia de los republicanos sino por eludir un tema espinoso que todos conocen pero del cual nadie se atreve a hablar.

Y hoy la interpretación original del elefante que ha caracterizado a la iconografía conservadora desde 1828 está más vigente que nunca: la de una criatura lenta, torpe, débil y fácil de confundir por su enorme tamaño, como es el caso del Partido Republicano bajo la presidencia Trump.

De tal forma que resulta difícil de entender por qué los demócratas fracasan una y otra vez en presentar una postura contundente sobre el ocupante de la Casa Blanca. Durante los próximos meses tomarán el escenario para los doce primeros debates de la carrera presidencial, de los que seis se llevarán a cabo en lo que resta del año.

Amenaza

Hasta el momento no hay debates primarios programados para los republicanos. La verdadera prueba no será en las urnas sino en esta etapa preliminar de la contienda. De una vez por todas los demócratas deberán decidir con qué visión competirán por la Oficina Oval: una que busque restaurar el orden tras el paso del huracán Trump o una que confirme que el sistema sí está roto pero que el republicano no era la respuesta.

Es ahí donde radica la importancia del arranque de una elección cuyo verdadero objetivo es ser un referéndum sobre el magnate. La paradoja de los debates presidenciales es que son horribles —demasiado cortos, sin sustancia y triviales— pero siguen siendo la mejor oportunidad de los votantes para comparar a todos los contendientes.

Sin duda algunos lograron sobresalir en temas clave como el sistema de salud, el empleo y el comercio. Pero la mayoría fracasó en presentar argumentos concisos sobre cómo salir del pantano en el que Trump se ha metido en temas como la crisis migratoria, el cambio climático, el Acuerdo Nuclear con Irán, así como las relaciones con aliados y adversarios de EU.

Para muchos las grandes ganadoras fueron las senadoras Elizabeth Warren y Kamala Harris por sus emotivas respuestas y propuestas concretas en temas de salud y economía. Mientras que el antiguo vicepresidente Joe Biden y el antiguo congresista del estado de Texas, Beto O’Rourke, quedaron desdibujados y mal parados ante los ataques de sus contrincantes por su trayectoria y decisiones fallidas.

Bernie Sanders fue Bernie Sanders. Arremetió contra la oligarquía, los ejecutivos corporativos multinacionales, los banqueros de Wall Street y ese 1% de estadunidenses que posee más de 40% de la riqueza en el país. Repitió su propuesta de atención médica universal administrada por el gobierno, matrícula universitaria gratuita, regulación ambiental y un salario mínimo nacional de 15 dólares por hora.

Podría decirse que la pregunta más importante para todos aquellos que compiten por la nominación demócrata debería ser cómo lidiar con Trump. ¿Lo conviertes en el epicentro de tu estrategia presidencial? ¿O lo confinas al basurero de la historia? La aclamación más fuerte de la audiencia de NBC News fue para el gobernador de Washington, Jay Inslee, quien cuando se le preguntó cuál creía que era la mayor amenaza contemporánea para EU respondió: “Donald Trump”.

Pero al parecer el resto de su partido no se ha enterado.