EL VERDADERO “CAMPEÓN DE SUDAMÉRICA”

Pertenecer a la Concacaf es un arma de dos filos.

Alejandro Zárate
Todo menos politica
Foto: Especial
Notimex

El poder político, social y económico de América se mide de arriba hacia abajo. Las potencias de la región se encuentran en el hemisferio norte y después del Río Bravo el abismo cada vez va en crecimiento. Pero cuando se habla de futbol el mapamundi se invierte y es en Sudamérica donde se encuentran los poderosos del continente.

Brasil, Argentina y Uruguay son las potencias de estos meridianos. En tanto que arriba de la frontera colombiana con Centroamérica las naciones son marcadas por el balón como “en vías de desarrollo”.

Para ser más notoria la diferencia geopolítica del balompié la Confederación Sudamericana (Conmebol) se ufana de nombrar a su torneo como Copa América, relegando al torneo de las selecciones de la Confederación de América del Norte, Centroamérica y del Caribe (Concacaf) el nombre de la Copa de Oro.

Ambos torneos se disputan al mismo tiempo, con notorias diferencias futbolísticas y de cartel.

El certamen de la Conmebol reúne a nueve campeones del mundo y cuatro clasificados a la segunda fase de la última Copa Mundial de Rusia 2018. Las plantillas de Uruguay, Argentina y Brasil, por separado, valen más que el total de las 16 plantillas que participan en la Copa de Oro, incluida la selección mexicana, según datos del portal Transfermarkt.

En esa notoria diferencia de torneos americanos México dejó de participar por primera vez en la Copa América desde 1993. Las explicaciones se resumen en dos: el empalme con la Copa de Oro y la falta de interés del seleccionado nacional por los torneos sudamericanos en los últimos años.

Opciones

Para el representativo azteca el torneo sudamericano era la oportunidad de medirse con las potencias del continente y mejorar su nivel. Pertenecer a la Concacaf es un arma de dos filos: el camino a los mundiales es un trámite pero también significa un estancamiento al no tener rivales de jerarquía con quien se puede medir.

El Tricolor es un negocio para la Concacaf. Cada partido en que se presenta en Estados Unidos representa un lleno en las gradas con signo de dólares para la confederación, que exige al seleccionado llevar a sus mejores estrellas. Mientras que Brasil —el país anfitrión— llegó a meter en la primera fase de la Copa América a 46 mil aficionados al Estadio Morumbi de Sao Paulo en su debut ante Bolivia, México atascó al Rose Bowl de Pasadena con 65 mil aficionados ante Cuba.

Gerardo Martino, técnico de la selección mexicana, aquilata cada partido para observar jugadores e inculcar un estilo de juego, mientras busca guardar el renombre del país en la región. Pero fuera de este objetivo el representativo no saca más de la presente Copa de Oro.

Si Surinam, Guyana y Guyana Francesa optaron por jugar en la Concacaf pese a estar geográficamente en Sudamérica, México tiene las mismas opciones de solicitar jugar en la Conmebol. Por ejemplo, Australia se cambió de confederación en busca de un desarrollo futbolístico y se pasó de la asociación de Oceanía a la Asiática.

Los torneos americanos entran en su fase final con México soñando en ser un falso coloso mientras que las potencias sudamericanas disputan legítimamente el título de “campeón de América”.