¿SIRVE EL ARTE?

Así nace Tetabiakte, el primer ballet penitenciario formal de todo México.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Foto: Especial
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Mónica Soto Icaza

Treinta mujeres ríen, cómplices. Pasan pestañas postizas de mano en mano; una le pone el tocado de flores a la que se pinta los labios frente al espejo; en el patio contiguo se escucha la voz de la maestra de baile que da la misma instrucción por enésima vez a sus alumnas: mañana será su primera presentación y el nerviosismo se apodera de sus emociones.

Es el 29 de junio de 2019 y estamos dentro del Centro de Adaptación Social Femenil de Cajeme, Sonora. Los ojos que miran lo que sucede y permiten que sea yo quien cuente este relato son los de Mara Romero, escritora, poeta y promotora cultural que lleva creatividad y esperanza a las cárceles del estado.

¿El arte es útil? ¿La creación artística tiene repercusión en la sociedad o es nada más una actividad de egos, placeres y perversiones?

Juzgue usted:

“Irma Lorena Padilla Sosa tiene 23 años”, me cuenta Mara. “Hace tres años llegó al Cereso. Su novio cometió un secuestro y mató a la víctima; en ese problema Irma y su madre fueron parte del paquete. Irma tenía solamente 19, estaba en el primer semestre de Derecho y había participado en varios ballets folclóricos de la ciudad; una niña inteligente que ama el baile y que ama la escuela”.

Una vez presa el novio la obligó a casarse; violentada de nuevo, las visitas conyugales se convirtieron en un infierno. Irma se volvía una mujer cada vez más triste, más alejada de sus compañeras. Hasta que fue precisamente una de ellas quien le dijo a Mara, promotora también del taller La letra escarlata, en el que las presas cuentan sus historias por medio de la ficción y al que una vez tuve la fortuna de asistir, que Irma podría dar clases de danza.

Dignidad

Mara recuerda: “La primera vez que se reunieron conmigo me causó mucha ternura ver el entusiasmo por crear un ballet; me aterré cuando vi que eran como 30 jovencitas que querían bailar. Entonces me cayó el veinte: 30 zapatos, 30 vestuarios, 30 todo y yo sin un cinco”.

Ese año no contaban con la beca Pronapred pero continuaron como pudieron con el apoyo del Instituto Sonorense de Cultura y de algunas personas de buen corazón que conocían lo que estaban haciendo y les ayudaban a pagar a los maestros. También con la anuencia del director de la cárcel.

“Así nace Tetabiakte, el primer ballet penitenciario formal de todo México, con Irma Lorena Padilla Sosa, que ese año cumplió 20, como maestra al frente de casi 30 jóvenes. Recuerdo que compré telas negras y el vestuario era falda negra, blusa negra. Nos la rifamos para comprar zapatos profesionales con gente que nos apoyó”, dice Mara Romero. Ellas cosen y tejen su vestimenta para las presentaciones.

“Casi 75% de la población femenil ha sufrido de abuso sexual por algún pariente; violencia doméstica la mayoría, por no decir todas; ninguna de ellas tiene carrera profesional. Gran parte ha estado involucrada de manera indirecta en algún secuestro. Siempre ha existido un hijo de puta que se aprovecha de ellas. Casi siempre son las más bonitas las que no saben leer. Y así están por seis, siete años, sin sentencia”.

Mara continúa: “El logro más grande es la disciplina que se ha logrado, la armonía entre ellas, al mando de una jovencita que lleva la batuta; es la dignidad que les ha devuelto saber lo que son capaces de lograr. Si tú pudieras ver las caras cuando la gente les aplaude; si pudieras ver el entorno que se crea en este lugar donde el cielo está prestado. El logro es ver a sus hijos, a sus familias, mirándolas con admiración y cariño cuando en general la gente las repudia.

“La historia de Irma es una historia muy triste porque siendo inocente ha pasado sus mejores años en este lugar, aunque ya logró divorciarse y tener una vida más tranquila. Me da escalofrío porque cuando te lo escribo me dice que quién iba a pensar que en la cárcel sería la directora de su propio ballet”.

El arte devuelve la libertad al pensamiento, el asombro por lo que somos capaces de hacer, de crear. Nos hace humanos.

Así que ya sabe, querido lector, la próxima vez que le digan a usted que el arte no sirve para nada recuerde el nombre de Irma Lorena Padilla Sosa.