RENUNCIA Y REEMPLAZO

El problema es que Herrera, quien no es neoliberal, tampoco es un ideólogo.

Sergio Sarmiento
Columnas
Ilustracio?n
Ilustración

La renuncia de Carlos Urzúa el 9 de julio cimbró al medio financiero mexicano. Y con razón. Se le atribuyen a Urzúa muchas de las virtudes del manejo económico de los primeros siete meses de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Si bien el presidente es quien ha dictado la tónica, especialmente en las restricciones al gasto público, le ha tocado a Urzúa manejar los recortes en un momento en que también ha incrementado la recaudación. La consecuencia es que en los primeros meses de 2019 el gobierno registra un superávit en lugar de un déficit.

A la disciplina fiscal se le debe en buena medida la fortaleza del peso a pesar de las varias decisiones del nuevo gobierno que han sido muy cuestionadas en los círculos financieros, como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la construcción de la refinería de Dos Bocas y el proyecto del Tren Maya.

Al final las diferencias entre Urzúa y el presidente resultaron demasiado fuertes. La renuncia no fue aderezada con palabras bonitas o con mentiras piadosas. Urzúa no justificó la decisión con problemas de salud ni asuntos familiares. Como Germán Martínez al renunciar al IMSS, lanzó una carta muy crítica de las decisiones del gobierno. Dijo que las políticas públicas se definen “sin el suficiente sustento” y atendiendo a “extremismos”. Al igual que Martínez Cázares, se quejó también de la imposición de funcionarios sin “conocimiento de la hacienda pública” debido a la intercesión de “personajes influyentes… con un patente conflicto de interés”.

Pragmatismo

El presidente reaccionó con rapidez al nombrar a Arturo Herrera como nuevo secretario de Hacienda. Si alguien podía tomar de inmediato las riendas de Hacienda era quien se venía desempeñando como subsecretario del ramo. Este nombramiento tranquilizó las aguas de unos mercados financieros que se volvieron turbulentos en el momento de la renuncia.

No será fácil para Herrera, sin embargo, encauzar la hacienda del país en esta Cuarta Transformación. Hay un lado conservador en el presidente López Obrador que lo lleva a insistir en mantener finanzas públicas sanas pese a encabezar un gobierno de izquierda; y en esto el nuevo secretario y el mandatario no tendrán dificultades en entenderse. Pero hay otros puntos en que seguramente aflorarán las mismas diferencias que Urzúa tuvo con el presidente.

Estos puntos de fricción ya se han manifestado en el pasado. Herrera declaró en marzo al Financial Times que la refinería de Dos Bocas estaba virtualmente cancelada ante la incapacidad de la Secretaría de Energía de ofrecer un proyecto cuyo costo se aproximara a los ocho mil millones de dólares que la secretaria Rocío Nahle había propuesto. De igual manera Herrera defendió la posibilidad de fortalecer las finanzas públicas con una reactivación de la tenencia a los automóviles. En ambos casos el presidente lo desmintió públicamente.

En su conferencia de prensa del 10 de julio López Obrador descalificó las posiciones del ex secretario Urzúa como “neoliberales”. El problema es que Herrera, quien no es neoliberal, tampoco es un ideólogo. Sus soluciones a los problemas económicos del país no son muy distintas a las de Urzúa. Hasta el momento ha preferido buscar políticas económicas sensatas que resulten en una mayor prosperidad para los mexicanos. El problema es que estas soluciones pragmáticas pueden ser vistas como neoliberales por quienes insisten en impulsar medidas populistas a pesar de que no lleven más que al empobrecimiento de la población y en particular de los más pobres.