HOJA EN BLANCO

Una hoja en blanco posee las mismas probabilidades que el Universo: dentro de sus límites todo sucede.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Foto: Especial
Foto: Especial

Por Mónica Soto Icaza

Llego al café. Me dan la bienvenida y adopto la primera mesa, a la derecha de la entrada, donde me siento en un sillón de apariencia confortable. El mesero me ofrece el menú, lo rechazo: solo voy a tomar un latte con leche light. La persona con la que tengo esta reunión quedó de encontrarme aquí a las nueve de la mañana pero me mandó un WhatsApp a las 8:56 para avisarme que el transporte público retrasó su camino: Metro cerrado, caos seguro. Una de las costumbres de esta ciudad. Muy apenado se disculpa porque la demora será de aproximadamente 45 minutos. Lejos de enojarme le agradezco los tres cuartos de hora que me regala para escribir.

Llegué a Terracota café, en Polanco, a las nueve en punto. Como decía, me dieron la bienvenida, me senté y pedí una bebida. En este momento son las 9:41 y apenas hace unos cinco minutos empecé a escribir este texto que se convertirá en las letras (impresas en el papel o en la pantalla de algún dispositivo) de esta columna en la revista Vértigo que usted, estimado cómplice, hace el favor de leer cada 15 días gracias a que a Jaime Aljure, director general, le pareció una idea apropiada que mis letras formaran parte de las colaboraciones de esta publicación política, lo cual para ser franca y entusiasta me parece extremadamente afortunado.

A las 9:46 del martes 13 de agosto de 2019 confieso que, contraria a mi costumbre, decidí no continuar el texto que empecé el fin de semana para este espacio: el tema y su ejecución no acababan de convencerme. Entonces me enfrenté al legendario temor frente a la hoja en blanco que los creadores de ficciones y no ficciones experimentamos de vez en cuando (algunos de cuando en vez).

Una hoja en blanco posee las mismas probabilidades que el Universo: dentro de sus límites todo sucede. Por eso a veces resulta tan aterradora.

Cúmulo de posibilidades

Una hoja en blanco puede ser un avión de papel que se vuela por la ventana y desaparece en una alcantarilla, o llegar a valer 1.9 millones de euros si pasó por las manos de Francisco de Goya para dibujar El toro mariposa.

En una hoja en blanco Picasso alguna vez inició los trazos del Guernica con la certidumbre del tema y la solidez de su estilo, mas sin la certeza del resultado. En una hoja en blanco Charles Dickens escribió: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también la de la locura”, que da entrada a su Historia de dos ciudades.

También en una hoja en blanco los creadores de los grabados Shunga japoneses dibujaron los encuentros sexuales que se transformaron, siglos después, en la delicia de los amantes del erotismo en todas sus manifestaciones y nos han puesto a suspirar más de una vez (bueno, no solo a suspirar…)

Las hojas en blanco son actas de nacimiento o de defunción, ya sea de personajes de tendones y pelo o de personas imaginarias; letreros que rezan consignas en las manifestaciones o la carta que enamorará al amor de la vida.

Las palabras que se eligen, entre todas las combinaciones posibles, las líneas, puntos y figuras en esos pedazos de papel las definen de tal modo que de pronto la responsabilidad que cae sobre quien la marca es abrumadora. ¡Y nosotros tratándolas como algo tan cotidiano!

Porque superado el miedo a la hoja en blanco de esta mañana ahora el terror es saber cómo le haré para recortar esta perorata y ajustarla a tres mil 500 caracteres.

Son las 14:26 y al fin terminé este artículo, cita de trabajo, compra de útiles escolares y declaración de amor después. La próxima vez que lo lea será en una hoja blanca de papel cuché.