ECONOMÍA ESTRATÉGICA (1): ESTADO, CLASES Y DESARROLLO

Los sectores productivos tendrán que ajustarse a ese modelo no funcional de política económica.

Carlos Ramírez
Columnas
Foto: Especial
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La salida de Carlos Urzúa Macías de la Secretaría de Hacienda fue producto de desacuerdos con el presidente de la República en materia de gasto pero el enfoque analítico del suceso debiera ser más estratégico: la diferencia entre la economía presidencial y la economía estratégica.

Los modelos de desarrollo posrevolucionarios, de Cárdenas a Peña Nieto, operaron en función de visiones globales en tiempo político y espacio productivo. Los modelos determinaron las políticas económicas y los que distorsionaron este esquema condujeron al país a crisis económicas estructurales: Echeverría y López Portillo.

El gobierno del presidente López Obrador ha invertido las prioridades: los objetivos sociales sectoriales asistencialistas han determinado la política de gasto, sin insertar sus decisiones en los escenarios económicos nacionales e internacionales. Los sectores productivos tendrán que ajustarse a ese modelo no funcional de política económica.

La estrategia económica posrevolucionaria agotó en 1970 el modelo centralista del Estado rector. A partir de 1971 se construyeron nuevos acuerdos productivos: la Comisión Nacional Tripartita de Echeverría, la Alianza Nacional para la Producción de López Portillo, la planeación con De la Madrid y Salinas y el Pacto por México con Peña. Fox y Calderón se desentendieron del modelo económico y descansaron en sus secretarios de Hacienda ortodoxos.

El presidente López Obrador ha definido su modelo estatal de manejo de las estrategias del desarrollo:

1. La política debe estar por encima de la economía.

2. Los programas sociales asistencialistas directos son el eje de la demanda efectiva.

3. El sistema de decisiones se basa en el ejecutivo unitario.

Confrontación

La ruptura entre López Obrador y Urzúa Macías ilustró la dimensión de los enfoques y confrontó dos modelos de planeación: el presidencialista de las 63 cuartillas del Plan Nacional de Desarrollo de Palacio Nacional y el programático de Hacienda de 225 páginas. En el fondo los dos son prácticamente iguales solo que el de Palacio es más político y el de Hacienda más de objetivos.

Lo que está en juego hoy es la redefinición del Estado. El error estratégico de la reforma del Estado de Salinas de Gortari radicó en la meta de un Estado autónomo de la disputa entre las clases, cuando el Estado social administraba en su interior la disputa entre clases y grupos. Se trataba, en el modelo sistémico de David Easton, de que el Estado era una caja negra en cuyo seno se administraban las contradicciones, las disputas, los espacios de acción y se les daba salida en función de un modelo de desarrollo.

De manera paradójica el Estado de López Obrador es el mismo Estado autónomo de Salinas —tomado de la propuesta de Theda Scokpol— para superar el Estado marxista que contaminó a los Estados populistas. Y el defecto central es el mismo: el Estado se distancia de las disputas productivas y de clase pero sin liberar el sistema político con mayores espacios democráticos. La separación del Estado y del presidente de la República no deriva en un modelo democrático sino en una estructura verticalista que centraliza en el presidente las definiciones del desarrollo, tensa la producción y siempre conduce a recesiones por atribuciones erróneas.