LA PINTURA, SIEMPRE CONTEMPORÁNEA

La pintura es evolutiva, una extensión del hombre mismo.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Archivo Juan Carlos del Valle
Juan Carlos del Valle

A lo largo de la historia de la humanidad la pintura ha sido ritual, mitología, doctrina, memoria y misticismo; se ha utilizado para hacer presente al ausente, como instrumento de poder, aparato moralizante, símbolo de identidad, mecanismo de propaganda y vehículo para transmitir diferentes valores estéticos, filosóficos e ideológicos.

En México, lugar retiniano de luz transparente y clara y colores intensos, se ha pintado siempre: desde los murales prehispánicos, pasando por la pintura de Juan Rodríguez Juárez, Miguel Cabrera y Cristóbal de Villalpando en los siglos XVII y XVIII; José María Velasco, Agustín Arrieta, Joaquín Clausell, Saturnino Herrán, Julio Ruelas y Dr. Atl en los siglos XIX y principios del XX, hasta los brillantes y diversos exponentes del muralismo, el surrealismo y la Ruptura.

Hacia finales del siglo XX ocurrió lo que parecía inconcebible: la pintura en México empezó a desvanecerse. Su enseñanza dejó de ser prioritaria en las escuelas de arte, se limitó su exhibición en los museos de arte contemporáneo y el mercado dominante ya no se interesó por ella. En los noventa una generación completa de pintores se encontró de pronto sin representación galerística.

En una entrevista de 2016 la fundadora de la galería más importante del país, ante la pregunta “¿tú crees que tiene futuro el formato clásico del óleo sobre tela?”, respondió categóricamente: “No”. “Pero lleva 500 años el óleo”, le insistió el entrevistador, a lo que ella replicó: “También el arte conceptual lleva muchos años y en el arte conceptual la pintura puede no existir, que estamos todos bien”.

Ficción

Así la pintura se ha decretado antagonista de la contemporaneidad, enemiga de lo conceptual —como si la buena pintura no fuera conceptual. A tal punto ha llegado esta sentencia que ya el puro hecho de hablar de pintura incomoda y molesta. ¡Ya no se diga practicarla! Especialmente si se hace a la manera tradicional: en un estudio con óleos, lienzos y pinceles.

Como pintor he trabajado con algunos curadores y académicos que, al encontrarse con mi trabajo, se han dado a la agotadora —y en mi opinión innecesaria— tarea de justificar y casi disculpar mi quehacer pictórico. Me han negado exposiciones bajo el argumento de que “aquí no se muestra pintura, solo arte conceptual”.

La escena del arte actual se caracteriza por su heterogeneidad, su apertura y su libertad: todo se vale, cualquier cosa cabe, afirman muchos. Sin embargo se trata solo de una diversidad postiza y simulada. En México el discurso permanece polarizado de una manera absurda, hablándose de arte contemporáneo por un lado y de pintura por otro, como si fueran nociones mutuamente excluyentes; dos fenómenos ajenos uno del otro, aislados, anacrónicos y contrapuestos. En este sentido, contrario a lo que quiere comunicar, el sistema artístico de nuestro tiempo es homogéneo, rígido y discriminatorio.

“La pintura hoy ya no es estática sino que se mueve y se llama video”, comentó hace poco una funcionaria cultural, pretendiendo ignorar algo que parece evidente: cada medio tiene propiedades que le son específicas y ninguno es sustituible por otro. La proclamación de muerte de la pintura y su contraposición a otros medios y lenguajes —sea instalación, video, performance, o cualquier otro— es una mera ficción, orquestada, impuesta y perpetuada por mecanismos institucionales, y esta seguirá siendo la narrativa hasta que deje de convenir.

Lo cierto es que el impulso artístico de pintar es inmortal e irremplazable, trasciende modas, intereses y funciones utilitarias. La pintura es evolutiva, una extensión del hombre mismo. La pintura es siempre contemporánea.