EL CONDE DE SÁNDWICH

Se dice que su sirviente le preparó un filete de buey entre dos mitades de panecillo.

Redacción
Todo menos politica
Foto: Especial
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Por Sergio Pérezgrovas

Nadie puede ser sensato con el estómago vacío.

George Eliot


John Montagu (1718-1792) no fue conocido por su educación en los mejores colegios ni porque ocupó cargos importantes como embajador plenipotenciario (primer lord de Almirantazgo, lord Justicia, vicetesorero adjunto de Irlanda) ni por su viaje al Mediterráneo en 1738, en el que recopiló un millar de objetos de arte, entre ellos una placa de mármol cuya enigmática inscripción revelaría en 1743 el académico John Taylor y que se denomina “mármol de Sándwich”.

Su fama llegó cuando James Cook descubrió un archipiélago en el Atlántico y lo nombró Isla de Sándwich en honor al conde por haber costeado su viaje de expedición.

Hoy es nada menos que Hawái —aunque hay unas islas al sur que todavía conservan el nombre de Sándwich.

Carlos Fisas relató en sus Historias de la Historia (Planeta, 1985) la vida un tanto escandalosa del conde. Su esposa, lady Dorothy Fane, se separó de él pero no se divorció nunca. La declararon loca. Él mantenía un romance con una joven de 17 años llamada Martha Ray y quien fuera asesinada por otro amante celoso en el Opera House de Covent Garden.

Todo esto hubiera pasado al olvido de no ser por la pasión que le producía el juego al conde: cuenta la leyenda que John podía pasar días y noches enteras jugando naipes. Según Fisas su pasión era tal que “no se levantaba de la mesa ni para comer”.

No está claro si fue el propio conde o su cocinero quien ideó el popular emparedado hecho de dos rebanadas de pan de molde, jamón y queso. Se dice que su sirviente le preparó un filete de buey entre dos mitades de panecillo para que Montagu pudiera seguir jugando con una mano mientras comía. La idea tuvo tanto éxito que pronto se puso de moda en las reuniones aristocráticas. Se empezó a servir lo que hoy se conoce como el famoso sándwich.

La espera

Después de un día agitado Tris gustaba de prepararse un sándwich con mucho jamón, queso, mostaza, mayonesa, cátsup, chiles y un vaso de leche. Se sentaba a ver el noticiero de su amigo Javier Alatorre, a quien por cierto le habían robado su casa unos malandrines colombianos que operaban por la zona de Polanco; así fue como lo conoció. Sonó su celular —ya eran pasadas las once: sabía que no sería nada bueno. Tomó el teléfono y contestó.

—Hay una balacera a cinco cuadras de tu casa, en la taquería de la esquina adonde a veces vamos.

Ni modo, el emparedado tendría que esperar. Sería una noche larga. Agarró su sobaquera, colocó la Glock en la pantorrilla y salió rumbo al restaurante. Cuando llegó no había mucho qué hacer. Los matones acribillaron a una familia: un hombre de unos 35 años, su esposa y un pequeño de cinco años. Preguntó a un mesero y este le contestó que se fueron en un coche gris plata con placas 225 algo. Llegó a la comisaría y buscó en el banco de datos: encontró diez autos grises con placas parecidas. Descartó cinco y comenzó la cacería.