EL ASILO DE EVO

Con este asilo México manda la señal de que cambia de bando en el escenario internacional.

Sergio Sarmiento
Columnas
Foto: Especial
Ilustración

El debate sobre si se debió o no otorgar asilo político en México al ex presidente de Bolivia es intenso pero insensato. La vida de Evo Morales claramente corría peligro en su país. Esto no es un juicio de valor sobre su gobierno. Evo tuvo éxito en su gestión económica y social pero se convirtió en un dictador que violaba los preceptos incluso de la Constitución de 2009 que él mismo impuso. Su renuncia el 10 de noviembre, sin embargo, lo colocó en una situación de vulnerabilidad personal que ameritaba el asilo.

Mucho más cuestionable es el argumento de que Evo sufrió un golpe de Estado. Es verdad que el general Williams Kaliman, comandante de las Fuerzas Armadas, sugirió públicamente la renuncia del presidente, pero en ningún momento salieron tropas a las calles, ni tomaron instalaciones de gobierno, ni se presentaron en las emisoras de radio y televisión, ni se instaló una junta militar. Si acaso las Fuerzas Armadas se negaron a acatar las órdenes de Evo Morales de reprimir a la población que se había levantado en protestas en contra del presidente después de un presunto fraude electoral.

El ministro de Defensa, el general Javier Zavaleta, cercano a Evo, amenazó con cercar las ciudades, impedir la entrada de alimentos y rendir por hambre a los ciudadanos pero su superior jerárquico, Kaliman, se negó a aplicar esta estrategia.

Al final Evo renunció, como él mismo dijo, por temor a la violencia. Su casa y la de miembros de su familia fueron destrozadas por manifestantes. Tenía razones para temer por su seguridad personal pero difícilmente puede explicarse lo acontecido en Bolivia como un golpe de Estado.

Utilidad

Con este asilo México manda la señal de que cambia de bando en el escenario internacional. Las críticas de gobiernos anteriores a regímenes autoritarios, como el de Venezuela o el de Cuba, han desaparecido. En cambio crece su animadversión a los gobiernos democráticos. El presidente López Obrador se negó a recibir al presidente chileno, Sebastián Piñera, a quien de hecho ha cuestionado por la represión a las protestas en su país, pero sí acogió y elogió a Miguel Díaz-Canel, quien es presidente de Cuba, un país en el que solo candidatos aprobados por el Partido Comunista pueden participar en elecciones.

Este cambio de rumbo, que nos recuerda la política exterior de Luis Echeverría y José López Portillo en las décadas de 1970 y 1980, genera un inevitable enfrentamiento con el gobierno de Estados Unidos. Ya lo vimos en la OEA. Mientras México se quejaba del supuesto golpe de Estado en Bolivia, Washington señalaba que lo que realmente ocurrió fue un fraude electoral perpetrado por Evo. Pero esta imagen de confrontación con la Unión Americana fortalece al gobierno de López Obrador, que en otros temas, como la política migratoria, ha tenido que ceder a las exigencias de Donald Trump.

Por lo pronto el asilo a Evo Morales ha servido para un propósito político muy importante. La atención pública del país había estado concentrada en problemas como la inseguridad, particularmente después de la captura y liberación de Ovidio Guzmán en Culiacán y de la matanza de la familia LeBarón en Sonora. En los últimos días, sin embargo, esta atención se ha concentrado en el ex presidente de Bolivia. No sorprende que en esas circunstancias Evo haya sido nombrado huésped distinguido de la Ciudad de México y le hayan dado una escolta de miembros de ese Estado Mayor Presidencial que supuestamente ya no existe. Evo ya ha tenido una gran utilidad política para la Cuarta Transformación.