EL UTÓPICO SUEÑO OLÍMPICO DEL PUGILISMO

En el profesionalismo los peleadores se entrenan para ser letales con sus golpes.

Alejandro Zárate
Todo menos politica
Foto: Especial
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Los Juegos Olímpicos están en un nuevo intento por introducir a boxeadores profesionales a sus competencias para la próxima edición de Tokio 2020. Es un anhelo del Comité Olímpico Internacional (COI) de terminar con esta barrera del amateurismo en uno de los deportes más populares del mundo, pero el panorama no luce sencillo.

El movimiento olímpico defendió por muchos años el espacio de competencia a los deportistas amateurs. Sin embargo, como sucedió en varios escenarios deportivos, terminó por abrirse a los atletas de paga para reunir a lo mejor del planeta.

Tiene un gran mérito el COI porque en los ochenta tomó el reto de profesionalizar sus competencias y supo negociar exitosamente con varias federaciones. Como consecuencia logró edificar un producto atractivo para el espectador y sumamente comercial.

El futbol es un ejemplo de cómo supieron respetar los espacios tanto del movimiento olímpico como de los eventos de esta federación. El futbol olímpico ocupa su escalafón de importancia por delante de un Mundial Sub-20 pero por detrás de una Copa del Mundo.

La NBA, por su parte, permitió que sus basquetbolistas fueran a unos Olímpicos desde Barcelona 1992, con el gran atractivo de ver a una selección estadunidense plagada de estrellas. Al principio dominaban pero poco a poco las otras naciones han mejorado su nivel.

Otros deportes, como el tenis y el golf, trabajan arduamente para incluir a sus mejores exponentes ofreciéndoles puntos en el ranking y considerando a los Juegos Olímpicos como un torneo estelar dentro de sus calendarios.

En contraste el beisbol es una disciplina que no ha contado con todo el apoyo de la MLB para permitir que sus peloteros se integren a los representativos nacionales y eso le costó desaparecer del programa olímpico por un tiempo.

Box

El boxeo presenta varias situaciones complicadas. La primera es que el COI confío en un organismo como la AIBA, enfocado al pugilismo amateur y que vio en su posición de ofrecer acceso a unos Juegos Olímpicos la oportunidad para lucrar en el boxeo profesional. Aunado a sus problemas internos fue un fracaso su intento por profesionalizar la justa en Río 2016.

Otra dificultad es que no hay un solo organismo que regule el profesionalismo. Son cuatro principales, más las comisiones locales y varios organismos menores. Cada uno cuenta con sus propios estatus, rankings y campeonatos.

A esto se suma la naturalidad de la competencia. Los pugilistas olímpicos compiten varias veces a lo largo de una semana, con un estilo de conectar a su rival en busca de puntos, mientras que en el profesionalismo los peleadores se entrenan para ser letales con sus golpes y acostumbran a tener un combate en periodos de dos a seis meses.

El principal problema de este intento por llevar el box a Tokio 2020 es la apertura tan abrupta a los profesionales para participar en sus eliminatorias contra boxeadores que en su mayoría son amateurs. Un choque entre ellos es un combate desigual, irresponsable y peligroso para la integridad del que apenas comienza su carrera boxística.

El profesionalismo en el pugilismo olímpico sí es un paso natural pero se necesita una mayor planeación y cabildeo con todas las partes para tener un esquema en el que converjan todos. Algo que, por el momento, está muy lejos de concretarse para la justa olímpica nipona.