SE PARECEN PERO NO SON LOS MISMOS

La sustancial diferencia entre un terrorista y un traficante de drogas es el motivo de sus acciones.

Javier Oliva Posada
Columnas
Foto: Especial
Karel Miragaya

El terrorismo y el crimen organizado —en este caso como bandas de traficantes de droga— han existido y coexistido a lo largo de la historia contemporánea. Incluso en cuanto se refiere a la actividad delictiva la encontramos desde las remotas épocas en las primeras formaciones sociales. En efecto, las declaraciones informales del presidente de Estados Unidos a un desprestigiado y acosador periodista deberían tomarse en consideración por las áreas civiles del gobierno de México para evitar sobrerreacciones y precipitaciones al fijar nuestra postura ante un hecho que ni siquiera se encuentra en proceso legal en ese país.

En anteriores entregas he documentado cómo los círculos conservadores en Estados Unidos, que van de congresistas a medios de comunicación, pasando por estructuras burocráticas y centros de estudios y hasta circuitos del ámbito académico, son propensos a homologar los delitos del crimen organizado (transnacional le denominan para distinguirlo de “su” crimen organizado) con el terrorismo también internacional. La ventaja desde esa perspectiva y para los intereses de seguridad nacional es que la persecución de terroristas no tiene fronteras.

Cada país es libre de fijar su política en defensa de sus intereses nacionales dentro de sus estructuras y límites geográficos. Por eso es un grave error desde la política exterior de México argumentar que el planteamiento informal de EU respecto de calificar al narcotráfico como una expresión de las organizaciones terroristas internacionales es una afectación a la soberanía de México. Me parece que la precipitación e improvisación volvieron a ganarle la partida al análisis y conocimiento de cómo funciona la política en Estados Unidos. En fin.

Incentivos

Ahora bien, el terrorismo a lo largo de la historia contemporánea se clasifica en sus causales en cuatro. Es decir, que pese a que las democracias —como la nuestra— desde luego condenen sus tácticas estas se expresan apoyadas en difusos argumentos que intentan justificar el ejercicio de la violencia.

Tenemos así al separatismo o independentismo, a las reivindicaciones religiosas, a las causas de carácter étnico y, por último, a las justificaciones ideológico/políticas. De manera frecuente encontramos una conjunción de dos o más en los orígenes de organizaciones terroristas.

Pero sin duda bajo ese sencillo y breve análisis la sustancial y determinante diferencia entre un terrorista y un traficante de drogas es el motivo de sus acciones. Es decir, el incentivo para violar la ley y agredir a sus respectivos entornos. Mientras que al terrorista lo motiva alguna de las cuatro causales expresadas en el párrafo anterior, para el criminal su principal móvil es el lucro. No hay en este último una sola alusión, interés o consideración de carácter social o político para llevar a cabo sus crueles acciones contra la sociedad en general. Por eso es una grave generalización suponer que no obstante y ejercer una violencia inhumana ambos, el terrorista y el criminal, son diferentes.

Por supuesto que tienen similitudes. Dos son las más relevantes. La primera y obvia es que recurren a la violencia como método para amedrentar a sus enemigos (delincuencia) y a la sociedad y gobiernos (terrorismo). La segunda, que ambos viven en una situación de clandestinidad ya que sus actividades son, además de ilegales, contrarias a la democracia y convivencia pacífica.

Volveremos sobre el tema.