LA INSOPORTABLE DENSIDAD DEL SER

Entre 8 y 10% de los Gases de Efecto Invernadero se relaciona con la comida desperdiciada.

Juan Pablo Delgado
Columnas
Foto: Especial
Ilustración

¿En qué quedamos, entonces? Me refiero a mi columna anterior. ¡Ah, sí! Quedamos en que ya empezaron las posadas y estamos en muy graves y serios problemas. Todo porque somos un país de gordos despilfarradores sin remedio.

Estamos en el peor de los mundos: no cabemos en nuestros pantalones y al mismo tiempo tiramos casi la mitad de los alimentos que producimos. No lo digo yo, lo dice la OCDE, que en su Panorama de salud 2019 nos informa que 72.5% de la población mexicana tiene obesidad o sobrepeso. El gobierno federal complementa e informa que desperdiciamos 37% de los alimentos producidos.

Pero esta bronca se desborda más allá de México. De acuerdo con la OMS la obesidad a nivel global casi se ha triplicado desde 1975. En 2016 cerca de dos mil millones de adultos en el mundo tenían sobrepeso; y de estos, más de 650 millones eran obesos. Esto significa que 39% de los adultos tiene sobrepeso y 13% obesidad. ¡Cochinos, marranos… cerdos!

En cuanto al derroche, la FAO dice que un tercio de toda la producción de alimentos a nivel global se desperdicia, lo que suma mil 300 toneladas de comida con un valor de 680 mil millones de dólares. Les digo: ¡no tenemos remedio!

¿Pero qué creen? ¡La cosa se pone todavía peor!

Porque entre más se industrializa el mundo y más sedentarios nos volvemos la posibilidad de volver a una alimentación orgánica y saludable se aleja del alcance de muchos. Por ende, cada vez somos más gordos, lo que termina por causar más daño al medio ambiente, lo cual nos acerca a la destrucción de nuestra civilización. ¡Ni más ni menos!

Punto crítico

¿No me creen? Consideren lo propuesto por el profesor Mauro Serafini (Universidad de Teramo, Italia) en un estudio publicado en Frontiers in Nutrition. Serafini nos propone el concepto de “desperdicio metabólico de alimentos” (DMA). Dicho en castellano, el DMA mide la cantidad de comida producida que solo causa exceso de peso corporal y el impacto que estas “calorías innecesarias” tienen en el medio ambiente.

¿Y cuál es el veredicto? Pues que las mil 300 toneladas de comida que se tiran en todo el mundo resultan ser una niñería: de acuerdo con Serafini el DMA a nivel global asciende a más de 140 mil millones de toneladas cada año. ¡Diez veces más de lo que tiramos directamente a la basura!

En resumen, hablamos de un doble desperdicio: por un lado tiramos comida a la basura y por otro comemos alimentos de manera excesiva e innecesaria, ya que no contribuyen a nuestra salud, sino únicamente a acrecentar nuestras caderas, pantorrillas y barrigas.

El DMA de toda esta comida redundante resulta en 240 mil millones de toneladas de CO2 que lanzamos a la atmósfera, ya que se requieren cantidades enormes de recursos para producirla, incluyendo las millones de hectáreas de tierra, los miles de millones de litros de agua y toda clase de transporte para mover esta comida hasta nuestras bocas.

Que quede claro: no los regaño. Yo soy un culpable de ese incremento del DMA en el mundo. Pero algo sí tenemos que hacer al respecto. Ya la ONU anunció que estamos en un punto crítico en nuestra batalla contra el calentamiento global y el IPCC indica que entre 8 y 10% de todos los Gases de Efecto Invernadero se relaciona con la comida desperdiciada, ya sea en la cosecha, la producción o simplemente desechada por consumidores.

De continuar así no solo perderemos la capacidad para entrar en nuestros pantalones: podríamos incluso perder a nuestro planeta.

Por lo pronto, ¡disfruten sus posadas! Nomás acuérdense: cada tamal cuenta.