CERTEZA PARA INVERTIR

Todas las desventajas del tratado no alcanzan a opacar su principal virtud.

Sergio Sarmiento
Columnas
Ilustracio?n
Foto: Especial

Los temas más importantes no son necesariamente los más taquilleros. En un año muy agitado en lo económico y lo político quizá la nota más importante fue la aprobación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá, el TMEC. No generó la atención de temas como la batalla de Culiacán o la aprehensión de Genaro García Luna, pero es la que mayor impacto tendrá en los mexicanos en el largo plazo.

Lograr este acuerdo no fue fácil. Donald Trump fue electo presidente de Estados Unidos en 2016 tras prometer que detendría no solo la migración sino las importaciones de México. Se declaró un enemigo del libre comercio, defendió los aranceles y afirmó que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte era el peor acuerdo comercial jamás negociado.

Del otro lado Andrés Manuel López Obrador, un viejo militante de la izquierda, fue electo presidente de México en 2018. Años atrás había sido un crítico del TLCAN y del libre comercio, y cuando asumió la Presidencia declaró que todos los males del país eran producto del neoliberalismo.

Hay que añadir el triunfo del Partido Demócrata en las elecciones para la Cámara de Representantes de Estados Unidos en 2018. Los demócratas han sido tradicionalmente enemigos del libre comercio. Sus vínculos con los sindicatos los motivan a impulsar políticas proteccionistas. Algunos demócratas han entendido la importancia de la libertad de comercio, como Bill Clinton, quien cuando era candidato en 1992 combatió el TLCAN solo para aceptarlo y firmarlo al llegar a la Casa Blanca en 1993, pero la mayoría lo rechaza en automático por razones ideológicas.

El que a pesar de todas estas circunstancias adversas México haya podido negociar un nuevo tratado comercial con Estados Unidos y Canadá es casi un milagro.

Reglas

Ningún tratado comercial es perfecto y el TMEC ciertamente no lo es. Un verdadero acuerdo de libre comercio tendría una sola página y un solo artículo, que señalaría que no se aplicarán aranceles ni barreras a los productos o servicios que intercambien los signatarios. El TMEC, sin embargo, tiene más de dos mil páginas y cientos de reglas, condicionamientos y excepciones.

En algunos puntos el TMEC es mejor que el TLCAN. Incluye, para empezar, reglas en materia de comercio electrónico, que no estaban presentes en el tratado original, simplemente porque esas transacciones no existían. Por lo demás es en buena medida el viejo TLCAN reciclado, con algunas reglas aportadas por el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (que Trump repudió tan pronto llegó a la Casa Blanca) e imposiciones proteccionistas de Trump, como los límites cuantitativos a las exportaciones de la industria automotriz mexicana. A esto hay que sumar las medidas proteccionistas en materia laboral impulsadas de último momento por los demócratas en la Cámara de Representantes para hacer sentir que ellos también, y no solo Trump, tenían vela en la negociación.

Los agregados laborales, funcionarios diplomáticos que aparentemente buscarían supervisar el cumplimiento de las leyes laborales mexicanas por México, fueron la última sorpresa de la negociación. No faltó quien dijera que por ellos México debía cancelar el acuerdo.

Sin embargo todas las desventajas del tratado no alcanzan a opacar su principal virtud. El TMEC da certeza a la inversión. Un empresario difícilmente invertirá en un país si no conoce las reglas que se aplicarán a sus productos. No hay peor regla que la que no existe. Y el TMEC, por lo menos, nos da reglas.