DAVOS REORIENTA SU ESTRATEGIA Y MIRA A ASIA

El eje del crecimiento lleva más de tres quinquenios desplazándose de Occidente hacia los mercados asiáticos.

Redacción
Política
Foto: Especial
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Por Claudia Luna Palencia

A esta cita del Foro Económico Mundial de Davos faltó Donald Trump, en un acto de desprecio hacia el cónclave europeo, una actitud recurrente por parte del mandatario estadunidense hacia los organismos internacionales y los foros multilaterales, a los que considera innecesarios y quisiera desmontarlos, uno por uno, para rehacerlos a su forma.

Esta vez su ausencia la secundó el primer ministro británico, Boris Johnson, émulo de Trump y discípulo de las formas políticamente incorrectas y la diplomacia de vecindario. El premier inglés anunció desde finales de diciembre que ni siquiera enviaría una delegación a Davos para evitar que perdieran su tiempo “tomando champaña con los más ricos”, porque su prioridad pasa por desmontar los nexos de Reino Unido con la Unión Europea (UE) a partir del próximo 31 de enero.

Tiempos confusos. Las estrellas de Davos ya no son los más ricos de los ricos del planeta, ni los líderes supremacistas: el foco recae ahora en la adolescente sueca Greta Thunberg, adalid del cambio climático, quien por segundo año consecutivo tendrá una relevante participación y oratoria para exigir a los empresarios y a los políticos más acciones en pro de preservar el mundo.

Más compromisos y menos corte de caja, precisamente el tema de este año ha estado dedicado al stakeholder capitalism —en español: capitalismo de las partes interesadas—, una llamarada de luz que el alemán Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, defiende como vital para la supervivencia del tejido empresarial global.

Primordialmente en aras de adaptarse a desafíos inminentes, como la Cuarta Revolución Industrial con la eclosión de la Inteligencia Artificial y el cambio en el modo de producción y de los hábitos de consumo para favorecer otro modelo productivo verde, menos contaminante y amigable con los seres vivos.

Para Schwab la pregunta inevitable es: ¿qué tipo de capitalismo queremos? A lo que el empresario teutón responde que se trata de una encrucijada que “definirá nuestra era” porque habrá que hacer un “sistema económico sostenible” para las generaciones futuras.

Las respuestas a dicha interrogante parecen estar marcadas por tres derroteros, según la percepción del líder empresarial que fundó en 1971 el Foro Económico Mundial, y pasan por encaminarse hacia: 1) Un capitalismo de accionistas que “considera la obtención de beneficios como el principal objetivo de las empresas y que es el modelo actual”; 2) después está el capitalismo de Estado, esto es, un modelo que “confía en el Estado para que marque la dirección de la economía”, algo bastante usual en los mercados emergentes; y 3) el capitalismo de las partes interesadas o stakeholder capitalism, concepto que hace medio siglo se abordó desde la conceptualización de empresas administradoras de la sociedad.

De los tres esquemas referidos el primero representa el presente, el segundo el pasado y el tercero el futuro. Para el mentor de Davos no hay forma de que los empresarios se eximan de su responsabilidad en la sociedad… una que va mucho más allá de la responsabilidad corporativa porque se trata de ubicar a la empresa como una entidad vinculada con sus empleados, con sus accionistas, con sus proveedores, sus clientes y con la comunidad local, el mercado nacional, el medio ambiente, la generación de residuos y su propia huella ecológica.

En las montañas alpinas se dejó de hablar de pobreza, de hambre y de la transnacionalización del capital: los más ricos del mundo entienden que deben ser más corresponsables para con la sociedad y anticipan un futuro en el que los consumidores —por el cambio generacional de hábitos alimenticios y de consumo— terminarán penalizando con su bolsillo a las empresas poco comprometidas.

Schwab le pone nombre a la actual sacudida en las conciencias de los dueños de las grandes multinacionales. Se trata del efecto “Greta Thunberg”, el rostro de la ira y la indignación de la generación millennial pero fundamentalmente de la Generación Z dispuesta a renunciar al consumo de carne o a subirse a un avión.

“La joven activista sueca nos recordó que el sistema económico actual constituye una traición a las generaciones futuras por el daño ambiental que provoca. En segundo lugar, y en línea con lo anterior, los millennials y la Generación Z ya no quieren trabajar para invertir en o comprar en empresas que no se rijan por unos valores más amplios. Y por último, cada vez son más los ejecutivos y los inversores que empiezan a comprender que su éxito a largo plazo depende también del éxito de sus clientes, empleados y proveedores”, reconoce el consultor.

¿Habrá nuevos instrumentos para medir el compromiso? Se anticipa que pronto podría nacer otro parámetro para recabar información acerca de la creación de valor compartido que incluya baremos ambientales, sociales y de gobernanza.

Empresas como países

Si desde hace décadas Washington defiende a ultranza el binomio de democracia y libertad (también en la esfera económica), en la más reciente edición del foro anual de Davos se puso énfasis en el peso preponderantemente económico, financiero, social y ético de las empresas, así como en la nueva fase de capitalismo que debería construirse bajo el amparo de la Cuarta Revolución Industrial.

Y es que hay multinacionales con un tamaño económico equiparable o superior al de la generación de la riqueza anual de diversas naciones del mundo; de ahí el llamado a hacer más en pro de la sociedad.

De acuerdo con información de Forbes cinco son las multinacionales más grandes del orbe por valor de capitalización bursátil: Microsoft, con 769 mil 325.76 millones de dólares; Apple, con 733 mil 568.64 millones; Amazon, con 719 mil 727.68; Alphabet con 708 mil 780.8, y Berkshire con 492 mil 548 millones de dólares.

Sumando el valor de capitalización de estos cinco gigantes, además todos estadunidenses (cuatro dedicados a la tecnología, menos Berkshire que es un gestor de inversiones), aglomeran la exorbitante cantidad de tres billones 423 mil 950.88 millones de dólares, que según datos recabados del Factbook de la CIA 2019 equivaldrían a toda la riqueza anual generada por el PIB de 23 países del mundo, entre los que por ejemplo se encuentran Groenlandia, Belice, Andorra, República Centroafricana e Islas Caimán.

De allí las voces emergentes desde Davos, ecos de cambio y de transformación urgente y necesaria, demandando una mayor corresponsabilidad tanto de las grandes multinacionales como de otros corporativos, en su relación con sus empleados, sus accionistas, las comunidades que afectan, el medio ambiente, la ética, la sociedad y el cumplimiento de las leyes, pero igualmente creando una cadena de retroalimentación que permita construir círculos virtuosos para beneficio de la sociedad en su conjunto.

Tal como lo subraya Schwab, ha llegado el momento de que las empresas comprendan que alcanzaron “un tamaño tal”, que se han convertido en una parte interesada de nuestro futuro común.

“Obviamente la empresa debe aprovechar sus competencias básicas, su espíritu empresarial y sus habilidades, pero también debe trabajar con otras partes interesadas para mejorar el estado del mundo. Ese debería ser su fin último”, analiza el economista germano.

Asia acapara el crecimiento

Un reciente análisis publicado y elaborado por expertos del Foro indica que Asia será precisamente la región de la aldea global que más crecimiento registrará en 2020. Y en una década más llegará a representar 60% del crecimiento mundial: “También será la región de Asia-Pacífico donde radique la inmensa mayoría (90%) de los dos mil 400 millones de nuevos integrantes de la clase media que accederán a la economía mundial”.

Según el documento el grueso de ese crecimiento provendrá de los mercados en desarrollo de China, India y el sudeste asiático y obligará a empresas, gobiernos y ONG’s a tomar toda una serie de decisiones nuevas. “Suya será la responsabilidad de guiar el desarrollo de Asia de manera que sea equitativo y se encamine a resolver numerosos problemas sociales y económicos”.

Otra consideración, indica el dossier, es que los gobiernos de los países en desarrollo de Asia-Pacífico se dan “prisa” para superar la pobreza, la falta de infraestructuras y otros obstáculos importantes para alcanzar al resto del mundo digital. “La transformación digital y la Cuarta Revolución Industrial de los mercados desplazarán a los puestos de trabajo existentes y la distribución del empleo entre sectores variará de forma considerable durante este proceso”.

El eje del crecimiento lleva más de tres quinquenios desplazándose de las economías industrializadas de Occidente hacia los mercados asiáticos de China, India y otras economías de la región.

Se trata de naciones en las que el capitalismo de Estado anida de forma fructífera y les da un gran resultado a China, India e Indonesia; y sucederá con otros países de la región. China, a pesar de aminorar su crecimiento económico debido a los varios meses de guerra comercial con EU, mantiene un PIB por encima de 6%, tasa que triplica al PIB de la economía norteamericana.

En tanto, India e Indonesia llaman poderosamente la atención de miles de inversores: la economía india supera 7% de PIB, en tanto Indonesia se expande a 5%. Son tasas que envidian las economías industrializadas europeas, lastradas por famélicos crecimientos: Alemania registra un PIB marginal que preliminarmente no llegó a 1% en 2019, mientras los de Francia y Reino Unido se ubicaron de 1.2 a 1.4%, respectivamente.

El presente y el futuro están en Asia. Y siguen pasando por China, bajo la tónica de una economía boyante con una clase media en expansión pero con una democracia acotada, derechos humanos que no cumplen con los cánones de Occidente y una amplitud de problemas políticos y territoriales.

En estos se incluye a Hong Kong y Taiwán debido a la presión ejercida por China en momentos de tensión con ambos territorios. En opinión de Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China, habrá que poner especial atención a dichas relaciones: “Aunque afectan a lo territorial se mueven en niveles diferentes. Hong Kong está ‘dentro’ y Taiwán está ‘fuera’”.

Para el ensayista gallego en cuanto a Hong Kong y sus próximas elecciones habrá continuidad en lo esencial, pero cambios en la manera de abordar la crisis; y respecto de Taiwán, China podría optar por aplicar mayor presión, aunque los efectos serían contraproducentes.

—Precisamente en la relación entre Taiwán y China observamos que EU inyecta veneno. ¿Qué pretende lograr Washington al respecto?

—Actualmente en EU existe un claro consenso sobre la importancia de apoyar a Taiwán como expresión política e ideológica de que otra vía es posible en el mundo chino. Hay en ello también intenciones geopolíticas, obviamente ligadas a la estrategia del Indo-Pacífico, concebida para contener a China. Estados Unidos quiere dificultar la aproximación entre Beijing y Taipei y juega a la contra de la posibilidad de reunificación.

Sobre los peligros geopolíticos en 2020 Ríos cree que el nivel de riesgo para China es “bastante amplio”, habida cuenta de que se trata de una potencia global: “Por tanto, además de los que directamente le afectan en función de su posición geográfica (mares de China o Taiwán), también se extienden a otras latitudes donde sus intereses pueden verse afectados, como en Irán o Venezuela; y electoralmente estará muy atento a las presidenciales de EU en noviembre.

—¿Cómo decirle a la gente que la libertad y la democracia son buenas, si enfrente tiene datos económicos obrando en su propia contra?

—Los datos económicos per se, buenos o malos, no invalidan a la democracia, más cuando esta se ejerce en lo esencial en el marco estatal y la economía funciona con parámetros que lo trascienden con claridad. Esta se invalida cuando progresan los déficits elementales y cuando se vacía de contenido al convertirse en la caverna de Platón.

El problema, prosigue el directivo, radica en la necesidad de recuperar aquella concepción de la democracia que no solo es política sino también económica, social o cultural: “La pérdida de calidad de la democracia es una de las mayores amenazas para el bienestar general”.

Muy relevante ha sido igualmente que en los últimos días los equipos negociadores de EU y China lograron edificar un marco de entendimiento entre ambas naciones a fin de dirimir sus controversias y desinflar la batalla arancelaria de los últimos 18 meses.

Para frenar la escalada la semana pasada el Departamento del Tesoro dejó de considerar a China como “país manipulador de su divisa”, rebajando así la tensión sobre del yuan; la moneda china permanecía señalada por las autoridades norteamericanas como “un instrumento oficial” para obrar a favor de la balanza comercial del gigante asiático en la medida que permaneciese devaluada.

El miércoles 15 de enero, en Washington, el presidente Trump en compañía de Liu He, encargado de la delegación negociadora china, signaron un documento de 86 páginas previamente rubricado por el mandatario Xi Jinping para poner fin a la llamada guerra comercial.

Los compromisos asumidos son los siguientes: 1) EU cancela los aranceles a productos chinos por valor de 160 mil millones de dólares incluidos los teléfonos móviles y ordenadores; 2) una reducción de los aranceles de 15% a 7.5% en diversas mercancías por un total de 112 mil millones de dólares; 3) China importará de la Unión Americana bienes agrícolas y ganaderos por un monto de 200 mil millones de dólares repartidos así: 75 mil millones de dólares en bienes industriales, 50 mil millones de dólares en productos agrícolas, otra cantidad similar en energía y el resto para servicios; 4) precisamente EU presionó para que China permita una mayor apertura de servicios financieros norteamericanos; y 5) Beijing asume el compromiso de garantizar la propiedad intelectual.

Básicamente es una primera y relevante etapa, a la que de forma cordial el mandatario Jinping invita a su homólogo estadunidense “a cumplir y honrar”… y es que Trump no es de fiar.

Todavía quedan algunas negociaciones en curso para dirimir las controversias vertidas por el inquilino de la Casa Blanca denunciando subsidios, políticas proteccionistas y dumping; así como el escabroso tema de las empresas líderes de la tecnología china que la CIA acusa de espiar para el gobierno de su país.