ODIO PROGRAMADO

Es algo que se asemeja al fuego: entre más leña le pongamos más arderá.

Daniela Suárez
Columnas
Foto: Especial
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Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien.

Martin Luther King


La palabra odio es sumamente interesante. De hecho le damos una importancia monumental sin quizás entender realmente lo que es. A veces nos resulta fácil pronunciarla pensando que la comprendemos y en un arrebato de ira es sencillo expresar que odiamos algo, a alguien, una situación o un momento efímero que pronto se esfumará.

¿Qué es el odio?


El odio es difícil de definir ya que es un fenómeno muy complejo que se compone por partes iguales de enojo, miedo e ignorancia. El odio es un mutante experto, toma la forma de varias situaciones y se disfraza de discriminación, agresión, violencia o amenaza con base en características distintas como raza, género, orientación sexual, religión, etnicidad y hasta incluso nacionalidad.

Lo que entendemos como odio parece ser que tiene raíces firmes en el centro más primitivo de nuestros cerebros. Aunque hay estudios científicos acerca del odio, estos son limitados. Sin embargo en algunos se ha comprobado que hay emociones que lo componen (miedo, ansiedad, falta de empatía, dolor), es decir, el procesamiento de estímulos sensoriales que se activan intensamente en distintas partes del cerebro como la amígdala, el hipotálamo, la corteza insular y en la sustancia gris periacueductal. Estas estructuras sirven para activar el sistema nervioso simpático, aquel que estimula la respuesta automática de “corre o pelea”. Esta es una respuesta que se activa de manera inconsciente e instantánea en respuesta a una amenaza.

Afortunadamente esta respuesta automática que todos tenemos no se acaba ahí sino que estructuras cerebrales elevadas como la corteza prefrontal ventromedial (vmPFC, por sus siglas en inglés) nos ayudan a evaluar nuestras respuestas al considerar distintas consecuencias; podemos actuar primitivamente o racionalmente. Lo mismo quizá suceda con el odio: al percibirlo o incluso sentirlo podemos correr de él o tratar de pelear contra él.

Dejar ir

Lo que queda claro es que es más fácil entender el odio hacia algo externo. Pero ¿qué sucede cuando el odio es interno? A pesar de que sea algo obvio muchos de nosotros nunca hemos considerado el impacto que tiene el odio hacia nosotros mismos.

Tal vez ni siquiera hemos hecho conciencia de este sentimiento tan personal pero al alojar odio nuestro sistema de respuesta a amenazas está activo de manera constante. Esto provoca que tengamos un estado crónico de estímulos en el sistema simpático, lo que significa que nuestro ritmo cardiaco y presión arterial estarán constantemente elevados y nuestro sistema inmunológico se queda siempre alerta y listo para atacar. Con el paso del tiempo estos cambios incrementan nuestra posibilidad de tener enfermedades cardiacas, embolias, diabetes, depresión y otro tipo de enfermedades. Así que la pregunta del millón en este caso es: ¿cómo dejamos ir al odio?

Tal vez la respuesta es mucho más obvia de lo que pensamos y es tan fácil como la elección. A pesar de que el odio se encuentra en la parte primitiva e inconsciente de nuestro cerebro, estructuras como la vmPFC nos dan la libertad de elegir si nos enganchamos con el enojo o si lo dejamos ir. Suena como algo fácil porque en verdad lo es: con la observación y la paciencia podemos ir viendo estos sentimientos y al notar que se presenta uno dejarlo ir en vez de seguir alimentándolo. Es algo que se asemeja al fuego: entre más leña le pongamos más arderá.

Y tú, ¿qué sentimientos quieres dejar ir?