RECHAZO AL POBRE ES PROBLEMA CULTURAL, ECONÓMICO Y POLÍTICO

En las sociedades democráticas el rechazo al pobre es inaceptable y debe ser combatido.

Hector González
Foto: Especial
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Según la ONU hay en el mundo mil 300 millones de pobres y la mitad son niños. Si bien la cifra alarma a cualquiera y genera consenso en términos del combate a la desigualdad, lo cierto es que el desposeído no siempre es bien recibido.

A finales de los noventa la filósofa española Adela Cortina (Valencia, 1947) acuñó el término “aporofobia” para definir el miedo al pobre. La investigadora y académica detectó que la xenofobia es un término que no alcanza a expresar la relación de superioridad hacia el desprotegido.

Resultado de sus estudios es el libro Aporofobia, el rechazo al pobre (Paidós), un volumen donde explica los alcances de su práctica y advierte la importancia de crear instituciones que la desactiven.

—Usted plantea que lejos de vivir un periodo de auge xenofóbico, estamos en un pico de la aporofobia, es decir, del miedo al pobre.


—Sí. Es fácil detectar que hay extranjeros a los que nadie odia. Los turistas que aportan riqueza son bien recibidos, y lo mismo sucede con los deportistas exitosos. Por eso me parece que a quien se rechaza es al extranjero pobre. A finales de los noventa escribí un artículo llamado Aporofobia, término que creé a partir de encontrar que “aporos” equivale a decir “pobre” en griego. La palabra como tal data de finales de los noventa.

—En su libro usted plantea que este tipo de rechazo es una reacción cerebral. ¿Por qué?

—En las sociedades democráticas el rechazo al pobre es inaceptable y debe ser combatido. Sin embargo me parece que esto no es suficiente. Necesitamos conocer las causas de este rechazo. Tal parece que hay una base cerebral relacionada con esto y tiene que ver con algo planteado por neurólogos como David Eagleman, quien dice que nuestro cerebro es xenófobo porque conforme lo vamos desarrollando rechazamos a los diferentes y a los extraños. Yo, en tanto, voy más allá y sostengo que lo que rechaza nuestro cerebro es a quienes no tienen nada interesante que darnos, es decir, a los pobres.

—En la lógica capitalista ellos no aportan nada al sistema…

—Yo diría que no es exclusivo del capitalismo. A lo largo de la historia humana se ha visto que estamos dispuestos a dar siempre que recibamos algo a cambio. Dar y recibir es la base de la reciprocidad. No obstante también es importante ser conscientes de que esta base cerebral se puede cultivar o desactivar.

—¿No plantea esto una contradicción moral? Pese a que la mayoría se decanta por la igualdad y la justicia tenemos predisposición para rechazar al pobre.

—Claro, pero las predisposiciones no necesariamente se convierten en realidades. Nosotros podemos desactivarlas y por eso es importante crear cultura, educación e instituciones que traten de acoger y tomar en cuenta al pobre. Me parece que ese es el tema de nuestro tiempo. Vivimos en sociedades clasistas, con diferentes estratos sociales, y no solo a nivel económico: sucede también en lo cultural o educativo. Mientras sigamos con una cultura de desprecio nada tendrá arreglo.

Ética y miedo

—¿Esta cultura tiene una base ética?

—El rechazo al pobre es un problema cultural, político y económico. Por eso se necesitan instituciones que disminuyan las desigualdades. La sociedad civil tiene mucho por hacer en este sentido; en particular las universidades y las escuelas. En México hay instituciones que intentan reducir la inequidad y educan a partir del respeto a los vulnerables, pero aparte hay otra cultura que promueve el desprecio a la vida humana y que tiene mucha potencia. Es muy importante que las estructuras económicas, políticas y sociales se pongan en marcha para detener esta tendencia.

—¿Qué sucede cuando a esta aporofobia se le suma un sentimiento como el miedo, que puede servir para legitimar el rechazo?

—La idea del miedo es propia de todas las fobias. Se dice que los migrantes nos van a quitar el trabajo, la seguridad social o ejercerán el terrorismo, pero no es verdad. El odio o rechazo no es un sentimiento que los seres humanos necesitemos para sobrevivir, es algo que se puede desactivar. Mucha gente cultiva el miedo y termina por criminalizar al pobre. La realidad es que esas son patrañas, aunque en nuestras culturas su efecto es letal.

—¿Cómo construir instituciones que realmente promuevan el rechazo a la aporofobia?

—Entre el dicho y el hecho hay mucho trecho. Efectivamente desde la educación se plantea atacar a la aporofobia. No conozco ni una escuela que promueva el rechazo al pobre. La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 reconoce la dignidad y subraya que no se puede rechazar o excluir al desposeído; es decir, de saberlo lo sabemos. En dado caso me parece necesario reforzar en los profesores la habilidad para transmitir estos argumentos por medio de la emoción. Por lo mismo creo que los maestros tendrían que estar maravillosamente pagados; en sus manos está tratar de acabar con la aporofobia y la exclusión. La educación es la base de una sociedad.

—Parece que todavía vamos en el sentido contrario. Vivimos un periodo de pésima distribución de la riqueza.

—Hoy sabemos que el planeta tiene los recursos suficientes como para que nadie pase hambre o miserias; sin embargo todo esto está mal distribuido. Falta voluntad para distribuir mejor la riqueza. Hay mucha gente que saca ventaja de la inequidad y por lo mismo no está dispuesta a respetar los derechos de otros. La corrupción es un tema clave en nuestros países porque termina favoreciendo a los mejor situados. Desde luego me interesa un planteamiento ético en este sentido.

—¿Cuál es la importancia de dejar de confundir xenofobia con aporofobia?

—Me parece importante que cada cosa tenga su nombre. Hoy la palabra aporofobia solamente está incluida en el Diccionario de la Real Lengua Española: espero que llegue a los demás diccionarios porque es una patología social con la cual debemos acabar. Necesitamos reconocerla y visibilizarla. Es importante no confundirla por una cuestión elemental. A Donald Trump no le molestan los extranjero: le molestan quienes vienen de ciertos lugares, entre ellos, México. Hay que distinguir entre el extranjero rico y el pobre. Me parece fundamental que nos demos cuenta de que la aporofobia es un fenómeno transversal a todas las demás fobias. No se concreta en un solo grupo y en ese sentido nombrarla es importante.

—¿Tiene idea de algún lugar que haga cosas ejemplares en este sentido?

—Desde que la palabra comenzó a usarse en la calle hay una serie de intentos e investigaciones para medir la aporofobia y revisar cómo influye en los procesos penales o en los delitos de odio. En España ya se trabaja para que al maltrato a las personas sin hogar se le considere un delito de odio. Hay que ir paso por paso y punto por punto, pero ya se empiezan a hacer cosas.

—Una de las promesas de la democracia era la disminución de la desigualdad.

—A la democracia hay que tomársela en serio y no parece que así sea en muchos países. La mayoría se asumen democráticos pero lo cierto es que se considera que solo existen 20 que lo son plenamente debido al respeto de los derechos civiles, políticos, culturales y económicos. La construcción de auténticas democracias es otro de los grandes retos de nuestro tiempo.