SIEMPRE HE ESCRITO PARA TRATAR DE ACLARAR MIS IDEAS

El éxito no es ninguna maravilla y pretenderlo tampoco es lo mejor.

Hector González
Todo menos politica
Foto: Especial
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A Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) le llegó el momento de hacer público lo privado. En Lo que fue presente (Diarios 1986-2006) el narrador recupera aquellos escritos que fueron escritos al vuelo de la experiencia y donde habla de separaciones, lecturas, encuentros y desencuentros de una forma honesta y sin demasiados tapujos.

Sin más frontera que la publicación de El olvido que seremos el colombiano reconoce su gratitud a la escritura, actividad que le permite aclarar su mente.

—Después de leer sus diarios me queda claro que dentro de la tradición judeocristiana usted tiene varios pecados.

—Crecí como católico, hice la primera comunión, estudié en un colegio confesional de curas... Ahora soy ateo y no creo en el más allá. Sin embargo el examen de conciencia y el arrepentimiento son algo difícil de combatir. Los diarios, que tienen mucho de confesión, guardan algo de esa cultura irremediablemente.

—De confesión pública, sobre todo.

—Sí. Hay asuntos de la condición humana, como la infidelidad en el matrimonio. No digo que sea bueno, ni siquiera la defiendo, solo que pasa. A mí me ha ocurrido varias veces. Cuando los papeles se invierten y te pones en el lugar de la pareja descubres lo doloroso y desagradable que es. El filósofo Bertrand Russell le propuso a su mujer, una feminista, un matrimonio totalmente abierto. Él se fue a dar unas conferencias a Estados Unidos y estando allá recibió un telegrama donde su esposa le dice que salió con un periodista norteamericano y quedó embarazada. Russell en principio aceptó y le dio el apellido a la niña pero con el tiempo no lo soportó y se fue con la niñera. La infidelidad es un problema que ocurre y forma parte de la condición natural del animal humano. Es un problema insoluble y en los diarios está.

—Cuando le tocó padecerlo ¿cómo lo llevó?

—Aparentemente perdoné a mi mujer, pero solo fue una apariencia porque al cabo del tiempo ese matrimonio se dañó y nos separamos. Algunos dicen que lo mejor es no saber, pero lo cierto es que todos queremos averiguar. Lo mejor es creer a nuestras parejas, así sepamos que en el fondo no es real. A veces es preferible la ignorancia. El problema de los diarios es que rompen con la confidencialidad porque ahí todo se cuenta.

—En alguna parte del libro escribe que los diarios se alimentan de vergüenza. ¿Hay arrepentimiento ante cuestiones como la infidelidad o el aborto?

—Lo hablo con perplejidad y conocimiento. Embarazar a una mujer de la que no estaba enamorado y con la cual no esperaba tener un hijo es trágico. Estoy a favor del aborto pero entiendo que no es un método anticonceptivo fácil y tiene consecuencias más traumáticas para la mujer. Al ya no ser católico no pienso en función de arrepentimiento. Debí haberme cuidado y vivido esa relación de otra manera; el problema es que la vida no es un ensayo. La vida es lo que es. A partir de una experiencia así espero madurar para que no me vuelva a ocurrir.

—¿Los diarios funcionan como ejercicio de conciencia?

—Siempre he escrito para tratar de aclarar mis ideas. Cuando uno tiene muchas contradicciones, incertidumbre y angustia, escribir ayuda. Es como quien hace listas para organizarse. Los diarios son un ejercicio para aclarar la mente: por eso vivo agradecido con la escritura. Al poner mi locura por escrito empiezo a ser cuerdo.

La vida después del éxito

—Me da la impresión de que en estos diarios hay una tensión entre el éxito y el fracaso, que a su vez me hizo recordar La tentación del fracaso, los diarios de Julio Ramón Ribeyro.

—Ese título de Ribeyro me parece maravilloso. Los diarios son el sitio donde descargamos nuestros fracasos. Me parece que salvo algunos cuentos la mejor literatura de Ribeyro está precisamente en sus diarios. Él quiso que se convirtieran en el testimonio del fracaso de su vida. Creo nos parecemos en ese sentido.

—Los diarios terminan cuando publica El olvido que seremos, su libro más leído.

—Fue una decisión de mi editor, Gabriel Hiriarte, y me pareció una buena idea. Seguí escribiendo diario tres o cuatro años más, pero ya los abandoné. Ahora vivo más tranquilo. Ya no tengo la angustia permanente. Tal vez la serenidad de la edad; además el fracaso ya no me preocupa tanto, porque forma parte de mi vida y de cualquier escritor. Uno no puede pretender escribir siempre libros buenos, a veces salen malos; lo importante en dado caso es no publicarlos. Por otro lado aprendí que el éxito no es ninguna maravilla y que pretenderlo tampoco es lo mejor, aunque te dé cierta estabilidad económica y algunos lectores. Hoy creo que los diarios tienen algo de adolescente y cuando maduras lo suficiente te puedes desprender de ellos. Yo ya lo hice.

—¿Los diarios escritos después de El olvido que seremos son igual de transparentes?

—No los he transcrito; ahí tengo los cuadernos y no podría asegurar que son igual de honestos. Nunca escribí diarios para publicar, salvo una vez que me pidieron uno de viaje. Quizá como no estaban pensados para ver la luz sí tienen el mismo tono.

—En algún momento escribe que García Márquez es “diluido” y “aguado”.

—No sé si lo digo de él o de otros escritores.

—No, lo dice de él…

—Sin embargo García Márquez me gusta hasta en su última novela, Memorias de mis putas tristes, que muchos critican.

—Con Noticia de un secuestro tuvo un desencuentro con él.

—Sí, es que a veces los escritores se imitan a sí mismos y hasta a García Márquez le pasó. Noticia de un secuestro sabía un poco aguado. Me gustó mucho El amor en los tiempos del cólera, pero solo dos de los Doce cuentos peregrinos me parecieron interesantes.

—En su literatura la figura paterna es una presencia fuerte. ¿Su crítica a García Márquez habrá tenido que ver con una especie de parricidio?

—Por mi experiencia personal o familiar nunca he tenido esa inclinación. A mi padre lo mataron y lo que yo he pretendido es resucitarlo y asimilarlo. Con Noticia de un secuestro tuve un esbozo de agresión al padre literario, pero después entendí que lo mejor era asimilarlo, quererlo, pero no imitarlo en su escritura. Lo “normal” a veces es sentir deseos de pelear o aniquilar a ese padre, pero lo sano es tomar lo mejor de él.

—¿Quién era más duro: él o su esposa, Mercedes?

—Cuando estaba ofendido ponía en Mercedes la ofensa para él salvarse y quedar bien. Ella en sí era más tolerante, pero en la vida cotidiana era una guardiana de la intimidad y el respeto a su marido. Si él quería salir y tomar whisky, su mujer era la leona.

—¿Cómo se repone uno al rechazo de siete editoriales?

—Gracias a una buena esposa que te apoya y publica el libro y gracias a un padre que creía en tu escritura. Trato de confiar más en él que en mí mismo.

—¿Cuál de sus libros le daría a su padre?

—Angosta. Ahí la figura de mi padre aparece transfigurada en el doctor Burgos. Creo que es mi mejor novela. La van a reeditar en Colombia y la tuve que releer el mes pasado. Me parece que no ha envejecido mal.

Debilidades

—Releyó Angosta, ahora los diarios y en el libro cita una frase de Clarice Lispector que dice: “Releer lo que uno ha escrito es comerse el propio vómito”.

—Eso es cierto. Cuando uno tiene que corregir las galeras del libro que acaba de terminar y lo repite todo el tiempo. La frase de Clarice Lispector es exacta. Pero después de 15 años el texto tiene poco que ver con uno mismo. Uno debería releerse solo si ya olvidó el libro en cuestión.

—¿Le sucedió que al releer los diarios encontrara algo que no le gustara?

—Sí, pero en los diarios uno debe tener resignación. Uno evoluciona como escritor pero también como persona. Hay que reconocer que uno así escribía y se comportaba entonces. Por honestidad no se pueden corregir.

—En otra parte escribe: “Me duele no poder ser el escritor que quise ser”. ¿Ya le pasó este dolor?

—Hay muchos escritores a los que quiero y admiro mucho. Mi ambición siempre ha sido parecerme a ellos y llegar a ser tan fuerte y conmovedor como ellos. Y no, nunca he llegado a esos niveles y eso me duele.

—¿Cómo quién?

—En Francia, Stendhal; y en Rusia, Tolstoi.

—Puestos a ese nivel nadie…

—Uno debe aspirar a eso. Yo no quiero escribir como Paulo Coelho: eso es fácil.

—¿Vargas Llosa?

—En La fiesta del chivo y Conversación en la catedral es un mago de la técnica de la novela. Nunca llegaré a escribir como él. Tampoco alcanzaré la magia en el lenguaje de García Márquez, quien incluso cuando perdió la memoria siguió produciendo frases extraordinarias.

—¿Cómo cuál?

—Ya había perdido la memoria y llegó un amigo a su casa y le dijo: “No sé quién eres, pero sé que te quiero mucho”. En Cartagena me dijo: “No me acordaba de que esta casa era nuestra. No reconocía nada, pero después sembramos árboles y nos quedamos”. Tenía esas frases que siempre son poéticas.

—Usted estuvo en Cuba con García Márquez y William Ospina. ¿Puede disociar al escritor de su opinión política?

—Nunca estuve de acuerdo con esa atracción fatal que sentía García Márquez por los poderosos. No solo hacia Fidel Castro sino por los presidentes de cualquier país. Sin embargo lo seguí admirando como persona y escritor. Todos tenemos debilidades. La mía puede ser por una mujer muy joven y bonita. No estoy de acuerdo con que Vargas Llosa sea muy amigo de políticos del PP, pero eso no afecta mi admiración por su literatura. Solamente los fanáticos no separan las ideas políticas del escritor, aunque es verdad que hay de opiniones a opiniones. No puedo entender que Fernando Vallejo se declare admirador de los paramilitares.

—¿Cuál es su debilidad?

—Es muy difícil saber cuáles son las debilidades más grandes de uno. Si uno quiere conocerlas debe oír a los enemigos, a las personas que más lo odian. A los enemigos hay que agradecerles la sinceridad. Los míos dicen que soy creído, vanidoso y alejado… Tal vez tienen razón, pero lucho todo el tiempo contra eso.