¿QUÉ APRENDER DEL COVID-19?

Redacción
Foto: Especial
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Por Katia D’Artigues

Hoy no quiero escribir de política. De si esta emergencia sanitaria y la económica que toca a la puerta se manejan bien o mal. Ya habrá tiempo para desmenuzarla.

Tampoco de cómo Marcelo Ebrard se refuerza como uno de los hombres más cercanos al presidente —quien, por cierto, no se cuida pese a ser una persona de riesgo— al tomar las riendas de la parte política de la pandemia.

No quiero escribir sobre la preocupación por el peso, por el petróleo. Porque los programas sociales se entregan sin sana distancia.

Tampoco quiero decirle que estoy preocupada por los grupos más vulnerables que no están siendo atendidos o informados: las personas en cárceles, en asilos (donde están peor de aislados) o las personas con discapacidad que no son informadas de manera accesible.

Tampoco del determinante papel que juegan, una vez más, el Ejército y la Marina en esta emergencia: haciéndose cargo de hospitales, de fabricar insumos médicos. O tratar de adivinar qué pasará este domingo cuando nuestro presidente anuncie alguna medida económica para lo que vendrá.

O si después de esta crisis global los gobiernos autoritarios, que no han respetado derechos humanos o han usado inteligencia y datos personales para control, saldrán fortalecidos.

No, de eso nada hoy.

Quiero hablar de la vulnerabilidad. De cómo esta pandemia nos puede dar lecciones humanas que trascienden nuestra vida.

El COVID-19 nos demuestra que el mundo es pequeño. Algo microscópico que nació en la provincia de Wuhan, China, le ha dado la vuelta al planeta. Nos ha hecho ver cómo estamos interconectadísimos. Es la prueba del “efecto mariposa”: el aleteo de un insecto provoca un huracán en otro lado.

Nos ha hecho ver que hay cosas que no discriminan a nadie. Este virus es imparcial y afecta a todos. Uno puede hacer esfuerzos personales para su cuidado, para la contención, como quedarse en casa, pero estamos en el mismo barco y dependemos de nuestros vecinos, de nuestra comunidad, del gobierno y también de las decisiones de los líderes del mundo.

Es la comprensión clara de que lo que uno haga o deje de hacer sí afecta al mundo; es parte de una responsabilidad cívica. La lección es que somos miembros de una comunidad y no átomos independientes que no necesitamos de los demás.

También me ha hecho reflexionar sobre esta ilusión de control que tenemos. No existe. Y lo único que podemos es regresar una y otra vez al momento presente, como si estuviéramos en una clase de mindfulness global para cuidar la salud mental.

En estos días en los que a todos nos convoca —frente al televisor, la computadora o el radio— esta suerte de “Telenovela del Covid” de las siete de la noche, somos testigos de la universalidad del sufrimiento.

Son tiempos para releer La peste, de Albert Camus, donde es eso, justo, uno de los mensajes principales: la universalidad del sufrimiento. Y así como el doctorRieux encontró solaz en ayudar a los demás, igual que otros personajes, los únicos verdaderos villanos son los que no ven más allá de sí mismos.

Por estos días muchas cosas me conmueven al sentir mi propia fragilidad, pero también otra palabra fortísima (qué lástima que entintada por alguna campaña política hace tiempo): la solidaridad.

Carpinteros desempleados del teatro que se ofrecen para ampliar hospitales.

Campañas como #MiBarrioMeRespalda, de la organización El día después, en que se visibiliza a todas aquellas personas que no son lo suficientemente privilegiadas como para poderse quedar en casa por tener que ganar el pan y el sustento de todos los días.

Son tiempos en los que, aunque la tecnología nos acerca, también nos hace ver lo engañoso de las redes sociales, donde todos tenemos miles o cientos de amigos y “seguidores”. Son tiempos de las verdaderas redes sociales: esas personas que sabemos que nos escucharán, con las que hacemos videollamadas, que sí saldrían a traerte una medicina si la necesitas o a llevarte comida.

El COVID-19, pues, nos está enseñando lecciones importantes… si es que queremos escuchar.

Dos apuntes finales

Eso sí, ojalá pronto podamos hacer esa jornada de abrazos y besos a lo que convocó el presidente.

Esta semana murió asesinada la periodista María Elena Ferral, corresponsal de El Diario de Xalapa. Es el quinto comunicador asesinado de este 2020. Un abrazo a su familia y amigos.