PLAGAS NO DAN TREGUA A PALMERAS EN LA CIUDAD DE MÉXICO

El picudo rojo y la falsa chicharrita son insectos que se alimentan de estas plantas, donde comen y depositan sus huevos.

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Ya que son de fácil y rápido crecimiento, pero sobre todo por su majestuosidad que evoca riqueza y elegancia, las palmeras de la especie phoenix canariensis son las plantas arborescentes más socorridas dentro del paisajismo y la jardinería en los cinco continentes.

Provenientes de las Islas Canarias, llegaron al país por obra del presidente Miguel Alemán (gobernó de 1946 a 1952), quien en una visita a Los Ángeles, California, las vio y decidió traerlas a la Ciudad de México.

Hoy a casi 80 años de su arribo estas plantas enfrentan diversas enfermedades, plagas y hongos que provocan que la mayoría de los ejemplares perezca y los restantes enfermen.


“Hay varios organismos que pueden asociarse con la muerte de una palmera. Entre los más comunes están el picudo rojo, la falsa chicharrita y la palomilla; también puede haber virus, bacterias y hongos (el del género fusarium es el que mantiene mayor presencia). Varios de estos pueden alojarse y atacar a un solo ejemplar”, explica en entrevista la bióloga Ivonne Olalde Omaña, técnica académica del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM.

Extranjeras divinas

Las palmeras no son árboles: son plantas arborescentes, es decir, tienen forma de árbol pero en realidad no lo son ya que no forman madera; el llamado tronco es la unión de las hojas, no un tronco verdadero.

Su área de crecimiento se concentra en el centro y en la punta, razón por la cual se dificulta saber qué pasa con las plagas porque es ahí donde se alojan.

Como antes se dijo, son endémicas de las Islas Canarias, donde se les considera un símbolo. El primer documento que se tiene sobre el cultivo de la palmera canaria fuera de su lugar de origen procede de Noruega. El botánico Christen Smith la conoció durante un viaje a las Islas Canarias en 1815 y recolectó semillas que llevó al jardín botánico de Oslo, donde muchas de ellas germinaron. Fue el primero en introducir la phoenix canariensis en Europa. Una de sus palmeras, que se conocía como “la palmera de Smith”, creció en un invernadero hasta que murió en 2000, a los 185 años.

Las palmeras llegaron a Estados Unidos durante la llamada época dorada (1878-1889), cuando los empresarios más acaudalados empezaron a construir mansiones y hoteles en Florida que requerían grandes proyectos de jardinería y paisajismo.

Por esos mismos años también se importaron a países de Sudamérica como Ecuador, Chile, Argentina, Bolivia y Perú, donde se utilizan como ornamento de plazas y parques, además de Asia y el sur de España.

Su recorrido por el mundo se logró gracias a que esta planta se adapta a cualquier clima: desde el nivel del mar hasta dos mil 500 metros de altitud. Las palmeras también alojan y sirven de refugio a diversas aves y mamíferos. Otra característica es que pueden llegar a medir hasta 20 metros, aunque influye el espacio donde se encuentre porque depende de la disposición del agua y los nutrientes.

Cómo enferman

Olalde Omaña detalla que el picudo rojo y la falsa chicharrita son insectos que se alimentan de estas plantas; llegan a la punta de la palmera, ahí comen y depositan sus huevos.

“Salen de los huevos unas larvas, tipo gusanos, que comienzan a hacer galerías en el centro de la palmera. A esos túneles es fácil que lleguen bacterias y hongos. Estos se propagan por el tejido interno, hacen una especie de fermentación y el centro de la palmera muere, ya no se recupera porque se afecta directamente su zona de crecimiento. También hay otros organismos que pueden estar en el suelo, como los nematodos (gusanos redondos, tienen el cuerpo alargado y cilíndrico), que también las afectan”, explica.

De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente capitalina (Sedema) en la Ciudad de México hay registros de mortalidad de palmeras desde 2011.

Otro problema, apunta la bióloga, es que estas plagas no tienen en la capital un depredador natural que las detenga. “En su lugar de origen seguramente hay algún ave o reptil que se alimenta de ellas, por eso ahí la población se controla. Ahí sí existe esa cadena trófica. Pero cuando sacamos tanto a la palmera como al insecto de su entorno natural rompemos ese equilibrio. Aquí en la ciudad no tenemos un animal tope que se alimente de esos insectos y por eso la población de las plagas puede crecer tanto”.

No obstante, admite que los insectos que pueden ser los portadores de los virus “no son invencibles y se podrían controlar”. El problema es detectarlos en el momento en que llegan a la palmera, monitorearlos e impedir que se expandan, ya que pueden tener varias generaciones en un año si el clima es bueno, es decir, “si hace calor y hay humedad. Y en la Ciudad de México cada vez hace más calor”. Incluso pueden tener dos o tres generaciones: cada generación puede poner hasta 200 huevos.

La especialista agrega que el riesgo es que estos insectos, incluso los hongos, pueden pasar a otros tipos de palmeras que estén cercanas. “Podrían entonces afectar a palmeras mexicanas, además de que podemos perder gran parte de la vegetación que está en la ciudad; es decir, si tenemos muchas palmeras y mueren perdemos esa cobertura; lo ideal en este caso sería reemplazarlas por plantas nativas”.

Hasta julio de este año personal de la Secretaría de Obras y Servicios capitalina (Sobse) ha retirado 27 palmeras secas y realizado la apertura de 64 cepas para la plantación de 25 palmeras de la especie phoenix canariensis, las cuales posteriormente se reemplazarán con palmeras washingtonia robusta.

“Lo mejor sería que no se volvieran a plantar palmeras de ninguna especie, porque se pueden volver a infectar, mientras que los hongos pueden estar todavía en el suelo de la palmera que murió; los agentes patógenos siguen ahí”, dice.

Nativas

“Nadie niega la belleza de las palmeras o de cualquier otra planta exótica, pero son especies que muchas veces no funcionan para procesos naturales del ecosistema a donde llegan y pueden romper el equilibrio natural del lugar”, indica la especialista del Jardín Botánico de la UNAM.

Por ello recomienda que en la Ciudad de México las palmeras se sustituyan por especies endémicas como pinos, encinos o madroños.

En camellones y áreas verdes también se pueden plantar capulines y tejocotes. “Estas especies se recomiendan porque, además de los beneficios ecológicos que brindan, dan frutos con los que se pueden alimentar aves, mamíferos y hasta reptiles como las lagartijas. Todos ellos necesitan alimento y estos árboles se los pueden brindar”.

La idea, agrega, es que las alcaldías busquen estas especies endémicas, porque son las primeras que realizan grandes plantaciones y reforestaciones. No obstante, “actualmente vemos que varias calles de la ciudad se remodelaron y lo nuevo que se puso fue otra vez exótico. Ellas tendrían que propagar estas plantas nativas”, concluye.