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Han fallado los pronósticos recientes de las crisis financieras

Foto: Susan Walsh/AP

Han fallado los pronósticos recientes de las crisis financieras

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Ve la hiperburrada que acaba de expectorar la abuelita Janet Yellen, la cabeza de ornato de la Reserva Federal (el verdadero poder lo ejerce desde las sombras su dizque segundo, Stanley Fischer). La dama dijo: “¿Me atrevería a decir que nunca más habrá otra crisis financiera? Probablemente eso sería ir un poco lejos. Pero creo que hoy estamos mucho más seguros y espero que no habrá ninguna más en nuestra vida, y no creo que la haya”. Bueno, la abuelita Yellen tiene 71 años, entonces a lo mejor se refería a “su” vida (que me temo prevé no muy larga).

Quizá le convendría recordar el sensato comentario de su antecesor Ben Bernanke de que “sería muy arrogante decir que se han eliminado las crisis financieras, ya que siempre las habrá”. Por cierto que también don Ben no era tan intelectualmente honesto cuando estaba sentadito en el asiento del piloto: cometió otra megaburrada en su momento y declaró a finales de 2008 que él no veía ningún problema mayor en la economía mundial en el futuro cercano, justo cuando ya había comenzado el mayor terremoto financiero del siglo (del que nunca nos hemos recuperado y que está a punto de pegarnos otra sacudida, la más severa de la historia). Bernanke pronto tuvo que reconocer que “septiembre y octubre de 2008 fueron la peor crisis financiera de la historia mundial, incluyendo a la Gran Depresión”. Y eso que dizque nunca la vio venir.


No aprenden nunca

En fin, la hilarante declaración de doña Janet recordó a muchos la famosa estupidez del primer ministro inglés (1937-1940) Neville Chamberlain (famoso por su política de apaciguamiento, appeasement, con respecto de la Alemania nazi y la Conferencia de Múnich de 1938), quien después de darle las nal… no, perdón, cederle a Hitler sus demandas territoriales en los Sudetes checos, creyó que lo había aplacado y había evitado la horrenda matanza que tan solo meses después se desató y se llamó II Guerra Mundial. Tan solo un par de meses después el pertinaz fracasado Chamberlain (primero como industrial, luego como estadista) tuvo que tragarse su ilusa oferta de “Paz para el mundo”, trago amargo acompañado de una peculiar botana de unos cien millones de muertos, mutilados, huérfanos, desplazados.

Todas estas pifias de “expertos” me recuerdan al pazguato politólogo harvardiano Francis Fukuyama y su decretado Fin de la historia y el último hombre (1992), que dictaba la etapa terminal de los cambios políticos tras el derrumbe de la Unión Soviética. Hoy un mucho menos confiado, Fukuyama reconoce que no todo su monte teórico era de orégano y que los espejismos neocons no resultaron tan benéficos en la real geopolitik. Su obra posterior refleja una visión más aterrizada (“El neoconservadurismo ha evolucionado en algo que ya no puedo apoyar”), pero me temo que esas rectificaciones no bastarán para rescatar su imagen bastante abollada.

El mismo cruel destino espera a doña Janet.