LA EVOLUCIÓN DE LA GUERRA

“Las primeras dos víctimas de una guerra son la población civil y la verdad”.

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Consultando algunos textos especializados en historia de los conflictos bélicos se llega a la conclusión de que los más peligroso y con dilatados efectos negativos sobre la sociedad son los que se dan entre Estados con ejércitos profesionales, disposición de armamento y, sobre todo, con la convicción de que de una u otra forma la guerra se ganará.

De ahí que, por ejemplo, en la célebre obra de Tucídides La guerra del Peloponeso (ed. Gredos) la trama inicia con el crecimiento del poderío y proyección de Atenas sobre las ciudades Estado vecinas, lo que despierta el temor de Esparta, generándose así las condiciones para un conflicto que resolvería el curso de la etapa de despliegue y clásica de Grecia.

Por otra parte, a lo largo del siglo XX hubo un intenso debate en el primer periodo de las entreguerras mundiales a propósito de si estas eran una fuente de desarrollo y expresión de la civilización.


Las posturas fueron muy debatidas a propósito de quienes negaban en rotundo esa opción, frente a los que argumentaban las indiscutibles cualidades de las guerras. Todo indica que estos últimos ganaron el debate en los círculos de poder político, militar, industrial y desde luego ante la opinión pública.

En nuestras generaciones es muy difícil negar la paradoja de que la guerra, como esencia y parte sustancial de la naturaleza humana, ha tenido aportaciones trascendentales, como por ejemplo, la Unión Europea. Más aún, en nuestra gran región geopolítica, Latinoamérica. Diferencias y graves tensiones entre nuestros gobiernos, las ha habido, que va, pero aún y en el apogeo de las dictaduras militares entre las décadas de los sesenta, setenta y ochenta se dio la posibilidad de un conflicto armado. Un gran resultado de ese ambiente son los Tratados de Tlatelolco (febrero de 1967), en donde se declaró a Latinoamérica la primera zona a nivel mundial desnuclearizada.

Nuevo orden

Otro tanto puede observarse en otras partes del mundo. Desde luego que no se trata de argumentos a favor o de conformidad con la presencia de las guerras; sin embargo, las profundas influencias que han ejercido, y me refiero a las convencionales y profesionales, están y estarán presentes en cada una de las etapas y episodios de la historia.

Tal y como ahora sucede entre Rusia y Ucrania, que lo deseable es su pronta finalización y acercamiento de posiciones, las disputas esenciales son como en la obra de Tucídides el miedo a los adversarios y el control y ampliación de áreas geográficas (que incluyen cuerpos de agua, mares, tierra y, ahora, espacio aéreo y sideral).

Hacer cualquier pronóstico o vaticinio sobre los resultados en la nueva guerra, así como de sus potenciales consecuencias, es tan aventurado que solo la especulación, los buenos deseos o animadversión por alguno de los bandos o líderes impedirá observar y analizar el desarrollo mismo de la guerra.

De hecho, ya lo comenzamos a ver en expresiones de condena y apoyo por parte de distintos líderes políticos. Esto sí que no ayuda a encontrar lo más pronto posible, al menos, un cese al fuego. Ya se sabe, y es un lugar común, que las primeras dos víctimas de una guerra son la población civil y la verdad. La escalada verbal, en este contexto, puede soliviantar respuestas violentas incrementales; los riesgos de una ampliación y escalamiento son reales. En un lamentable escenario como ese todos vamos a perder. No habrá ganador alguno. Una vez concluida la guerra de Rusia contra Ucrania se preparan las condiciones para un nuevo orden mundial.