“LA LIBRE EXPRESIÓN EN EL ARTE PASA POR NO SER DADA POR SENTADA”

Marco Antonio Silva Barón

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En los últimos años el derecho de los artistas a expresarse libremente ha sido amenazado en todo el mundo: en 2020 la organización Freemuse registró 978 violaciones de la libertad artística en 89 países y el asesinato de 17 artistas en seis naciones. Once de las víctimas se registraron en México, indicó en su reporte intitulado The State of Artistic Freedom 2021.

Cabe destacar que esta escalada de violencia no solo afecta a la libertad de expresión del artista sino a la sociedad entera.

En este sentido la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) indica que la libertad artística es la libertad de imaginar, crear y distribuir expresiones culturales diversas sin censura gubernamental, interferencia política o presiones de actores no estatales. Esto, agrega, incluye el derecho de todos los ciudadanos a acceder a esas obras y es fundamental para el bienestar de las sociedades.


Para hablar sobre este tema Vértigo entrevistó a Marco Antonio Silva Barón, especialista en Historia del Arte y profesor de Museología.

—¿Para usted qué es la libertad?

—Es tener la oportunidad de buscar o investigar, llegar a mis propias respuestas ante los fenómenos de la realidad, sin ser coartado o inhibido por ningún agente social en dicha búsqueda. Ni por la familia, ni por organizaciones diversas o el Estado.

—En la actualidad existe en diversos países represión y estigmatización contra las artes y la cultura. ¿Cómo afecta esto a las sociedades en el plano de la libertad?

—Actualmente la práctica artística pertenece a tres grandes rubros de manera general. Uno, el patrimonial, en el que el aspecto simbólico tiene un rol fundamental en la mayoría de los Estados, ya que muchos de ellos abrevan de la creación artística para crear, generar o propiciar marcas identitarias de las naciones. Ejemplo de ello es la existencia de los grandes museos cuyas colecciones son supuestos motivos de orgullo y protección por considerarse partes inalienables de la nación.

El segundo aspecto, dice Silva, “es la educación, porque las legislaciones propugnan por la existencia de algún tipo de educación artística, ya sea para la edificación intelectual del individuo o como derecho cultural y para acrecentar el patrimonio simbólico de una comunidad imaginada”.

Y el tercero, puntualiza, es “el mercado, acaso el menos llamativo en un país como México, pero en el que la creatividad, ya sea objetual o en ideas, se convierte en una mercancía desplazable con base en una operación dineraria con fines de lucro. Los países, tanto de tradición liberal como los que no, comparten este esquema y toman de él lo necesario. Ahora es más común que naciones de sistemas políticos no liberales prefieran enfocarse al arte o los artistas del pasado porque los pueden interpretar y, de algún modo, formatear a su gusto y según la narrativa que mejor les convenga para crear una historia que sea completamente coherente con su naturaleza”.

En cambio, “el arte contemporáneo, a menos que esté completamente bajo su control moral y técnico, interesará menos debido a que, aunado a la búsqueda de la originalidad, la tradición derivada del modernismo aplaude la expresión subjetiva y el cuestionamiento de los paradigmas”.

Diálogo

Silva considera que “a veces dicho cuestionamiento pasa al ámbito social o de las políticas públicas. En un régimen no liberal existen funcionarios que desarrollan un instinto de protección del régimen y por lo tanto se observa el cuestionamiento de la libertad creativa. En este sentido, es poco común la supresión como tal. Más bien se observa que los creadores con vena crítica son ignorados, no financiados, no exhibidos o boicoteados”.

Por lo tanto, “la negación de la incomodidad que puede emanar del arte resulta empobrecedora tanto del patrimonio simbólico que del valor educativo y la reducción del mercado. Empero, a mi parecer lo más grave de la represión o la estigmatización de una manifestación cultural es que puede resultar ser difícil a la postre recuperar el tiempo perdido, los recursos humanos desperdiciados, así como recuperar la asignación de recursos a la creatividad crítica. Es muy difícil rehabilitar una serie de prácticas una vez que estas han sido estigmatizadas como negativas por parte del instrumento hegemónico para su buen cauce: el Estado”.

—En este contexto, ¿qué retos y desafíos considera enfrenta la libre expresión artística?

—La libre expresión en el arte pasa por no ser dada por sentada. Hay que alimentarla, pero sobre todo generar un diálogo crítico interior acerca de las estrategias de comunicación de la expresión artística. Lo que intento decir es que los agentes artísticos, como las financiadoras estatales, la iniciativa privada, deberían colocar como un valor de primera importancia el diálogo tanto con la sociedad como con su interior mismo. Caer en la complacencia es inevitable, pero al mismo tiempo la autocomplacencia puede generar una alienación entre creadores y posibles receptores, quienes podrían llegar a cuestionar la validez o la relevancia de las manifestaciones creativas si estas resultan dirigidas exclusivamente dirigidas a un conjunto de privilegiados o no receptivas a las preocupaciones más importantes de su tiempo.

—Desde su punto de vista, ¿cuál ha sido la influencia del arte para la libertad y viceversa?

—Desde la década de 1860 con la irrupción del fenómeno impresionista quedó claro que la creatividad es un fenómeno que no debe depender de los mandamientos estéticos de una élite, ya sea una academia de arte, el Estado o el gremio. El individuo puede emprender la búsqueda de sus propias respuestas, en este caso sobre el lienzo, sin necesidad de continuar los paradigmas heredados, por muy consolidados y caros que estos sean. Acaso esto es la mayor enseñanza del arte occidental moderno: que el individuo y el ejercicio de su búsqueda estética subjetiva son valores que se deben apreciar y fomentar.

La libertad creativa, dice Silva, “ha sido precisamente una de las grandes generadoras de valores simbólicos que resultan apreciadísimos por muchas sociedades actuales. Casi toda la historia del arte occidental, desde el impresionismo, ha tenido sus picos de genialidad en los quiebres y reformulaciones que con libertad han efectuado los creadores”.

Perfil

Marco Antonio Silva Barón es historiador del Arte, curador, gestor cultural y educador. Licenciado en Historia del Arte por el Centro de Cultura Casa Lamm, realizó una maestría en Historia del Arte en la UNAM y actualmente cursa la maestría en Estudios de Asia y África en el Colegio de México. Ha trabajado en la curaduría y coordinación de exposiciones relacionadas con el arte universal y con temáticas que abordan al individuo como sujeto artístico. Su trabajo como curador se ha exhibido en el Centro Cultural Tijuana, Centro de Cultura Casa Lamm, Museo Arocena, Museo de Arte e Historia de Guanajuato, Museo de Arte de Querétaro, Museo de El Carmen, Museo Nacional de San Carlos, Museo del Noreste y el Museo del Virreinato de San Luis Potosí. Cuenta con una amplia trayectoria como docente a nivel superior y como investigador y editor de catálogos y materiales relacionados con exposiciones. Es coautor del libro Las prácticas expositivas. Una guía para la producción de exposiciones, publicado por la Secretaría de Cultura y sus proyectos interdisciplinarios han sido seleccionados en dos ocasiones para ser financiados por el Fonca.