INVENTARIO AMATORIO

De vez en cuando me gusta releer las páginas de mi diario de amantes.

Foto: Especial

De vez en cuando me gusta releer las páginas de mi diario de amantes.

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Por Mónica Soto Icaza

“Anótame en tu lista de quienes quieren hacerte el amor”. El hormigueo de esas palabras al sur de mi vientre me indicó que el susodicho brincaría varios puestos en mi inventario de amantes. No tenía forma de prever que cada vez que alguien nuevo me acompaña a la cama la anécdota se va, con plumas de colores, a una libreta de cuero regalo de mi ex marido, souvenir de uno de sus viajes con el pretexto de ir a ver clientes.
Destiné el bolígrafo negro para los que merecen una ovación de pie (o hincada, según el caso); el morado es de los que tuvieron una algo fallida actuación pero merecen la famosa segunda oportunidad; el azul le pertenece a los de armamento pequeño, dedos largos y lengua elocuente; el anaranjado corresponde a las mujeres; el rosa escribe las historias que pudieron ser épicas y decepcionaron; el marrón es de los de debut y despedida, no solo por poco placenteros sino también por patanes.
Cuando terminamos de comer el postre me hizo la consabida invitación a tomar el café en su casa, estratégicamente cercana al restaurante donde me citó para compartir la mesa y los bajos instintos. Me encantan los hombres tan seguros de sí mismos, incapaces de considerar una negativa; flacos o gordos, calvos o de pelo abundante, feos o guapos, bien dotados o no, jamás dudan de su labia y su capacidad de seducir. Sabedora de eso no le haría tan sencillo el juego. Ni el brinco del sitio en mi lista. Le respondí: “Sí voy a subir contigo a tu casa pero no nos vamos a ir a la cama. Hoy. Hasta la próxima vez”.
Sucedió entonces que sí: subimos a su casa. Al atravesar la estancia luminosa con piso de madera y pararme frente al ventanal con una vista espectacular de la ciudad entendí por qué su estrategia era infalible: ¿qué mujer en su sano juicio cerraría las piernas ante esa voz seductora y esa imagen sobrecogedora del contraste entre los edificios y el cielo? Aun así tuve la fuerza de voluntad suficiente para resistirme a sus besos, a sus manos en mis tetas, a mi falda levantada en el intento de incursión en mi entrepierna... como unos cinco minutos, después de los cuales huí despavorida.

Páginas

Estuve a punto de flaquear, ya sé que con unos buenos besos y los dedos colocados en el sitio perfecto mi resistencia se escurre tanto como yo. Aun así lo logré y salí de ahí con la promesa de una espera que valdría los siete días de insomnio que se avecinaban. Necesité más de una hora para que los latidos de mi corazón recuperaran su ritmo habitual; todavía ignoraba que ese día había iniciado una larga temporada de agitación y brillo en los ojos.
Esa noche me envió un mensaje al WhatsApp: “Sueña conmigo”; yo le respondí, en un susurro ahogado en la penumbra de mi habitación: “¿Cómo voy a soñar contigo si la adrenalina de tus besos no me deja dormir?” En ese entonces yo vivía a plenitud una relación abierta con mi marido, aunque él fue el último en enterarse.

El miércoles siguiente la descripción de cómo el eco de mi voz se quedó entre las páginas de los libros de su recámara, de cómo viví la sensación de su ombligo en pleno encontronazo con el mío y la certeza de que mis zapatos negros de tacón combinaban a las mil maravillas con los claroscuros del techo de su casa, quedó inmortalizada en mi libreta café de piel con letras bold negras junto al acuerdo de repetir la hazaña el miércoles más próximo del calendario.

De vez en cuando me gusta releer las páginas de mi diario de amantes, volver a sentir el sabor de la saliva de cada uno, la textura del interior de sus muslos y fantasear con cómo será, qué nombre tendrá, cuál ocupación y a qué profundidad llegará el próximo en quedar inmortalizado en esas páginas color ahuesado. ¿Serás tú?