FUENTEOVEJUNA EN LA CORREGIDORA

“El clamor general es el cese de la violencia en los estadios”.

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La campal que se armó en el estadio La Corregidora es una muestra de la polarización social que proyecta hasta dónde es capaz de llegar la masa cuando se desata la violencia. Un episodio que recuerda aquella vieja conseja: “¿Quién mató al comendador? Fuenteovejuna, señor”, con la que se ocultaba la autoría de un crimen para endosar la responsabilidad a una población que lejos de recibir castigo sería indultada.

Un suceso que recuerda al menos dos episodios de la historia del país: el linchamiento de estudiantes en Canoa, Puebla, y los sucesos que dieron sustento al refrán popular que hace referencia al Rosario de Amozoc.

En las gradas de La Corregidora no solo se armó la de Dios padre, sino que en paralelo se proyectó en los planos nacional e internacional la imagen del México bronco, donde escudados en el anonimato que brinda la actuación en masa pretendidos aficionados se convirtieron en mercenarios ávidos de sangre, capaces de lesionar gravemente a quienes consideran sus adversarios.


Los lesionados, si bien graves en menor número, contrastan con la alerta social que provocaron al difundirse de inmediato imágenes y videos impactantes. A partir de ahora no serán pocos quienes lo piensen más de dos veces para llevar a los menores a los estadios. La percepción generalizada que consideraba al futbol como un espectáculo familiar quedó atrás.

Además, las sanciones impuestas para el equipo queretano si bien son ejemplares están lejos de ser una solución de fondo.

Barbarie

La violencia desatada en La Corregidora, está lejos de enfocarse en la afectación de la 4T o la administración estatal; tampoco se percibe como una acción violenta orquestada por algún grupo del crimen organizado.

Esa violencia desbordada que alcanzó amplios espacios en redes públicas y medios de comunicación en general, provocando una reacción generalizada de condena, es imposible de ignorar. Los aficionados al futbol, los queretanos, los jaliscienses y en general los mexicanos anhelamos vivir en un país de paz y progreso permanentes. Ese anhelo va más allá del cambio de mentalidad o la ética social; y por supuesto está alejado de toda esfera gubernamental porque requiere del compromiso de todos los ciudadanos.

La barbarie que se hizo presente en La Corregidora, por desgracia, permite apreciar que no todo en derredor del deporte marcha bien, entre ello las denominadas barras, que sustituyeron a las porras tradicionales.

Hay que recordar que como nación adoptamos la figura de barras a pesar de la violencia que en su momento proyectaron en el pasado mediato los Hooligans y que les ganó la descalificación social en Europa.

Sin embargo, hay que señalar que no se trata de un comportamiento novedoso. En los registros periodísticos y la memoria de los aficionados están los enfrentamientos protagonizados, entre otras, por las barras de los equipos América, Guadalajara, Cruz Azul, UNAM y Monterrey, por citar algunos.

Se trata de un fenómeno que los dueños de los equipos, la Federación Mexicana de Futbol y la autoridad local dejaron crecer, menospreciando sus efectos perniciosos.

Sin duda, el violento episodio del estadio La Corregidora debe marcar un parteaguas en el tema.

Más allá de que el Querétaro sea vetado o no se vuelva a permitir la presencia de las barras del equipo visitante en todos los encuentros, el clamor general es el cese de la violencia en los estadios y por supuesto el castigo ejemplar para los culpables.

En este episodio no puede actualizarse la trama del clásico de Lope de Vega: la afición, jugadores y directivos no pueden ni deben pagar por lo sucedido. Los dueños de los equipos tienen la capacidad necesaria para, en coordinación con los jugadores y directivos del futbol organizado, brindar las garantías necesarias para que los estadios alojen con seguridad a las familias mexicanas.