TENSIÓN MUNDIAL

“Pelosi quiere evitar el descalabro demócrata en las legislativas de noviembre”.

Claudia Luna Palencia
Internacional
Central Committee of the Communist Party of China at a session in the Great Hall of the People, Beijing

Esto es jugar con fuego. En Estados Unidos hasta los republicanos aplaudieron el viaje de la demócrata Nancy Pelosi a Taiwán. En la Unión Americana hay un profundo sentimiento antichino fluyendo en ambos cauces políticos y convergen hacia un mismo objetivo: menguar el área de influencia de Beijing e impedir que se convierta en amo del mundo en el siglo XXI.

Mientras, para el Partido Comunista Chino (PCCh), tótem de la estructura político-económica e ideológica del gigante asiático, la visita a Taiwán de la veterana presidenta de la Cámara de Representantes estadunidense es una clara y abyecta provocación. No es para menos. Ella es la tercera autoridad más relevante dentro del gobierno norteamericano, después de la vicepresidenta Kamala Harris.

Se incendia tanto el avispero, que Wu Qian, portavoz del Ministerio de Defensa de China, anunció la alerta máxima en su país con el consecuente despliegue del Ejército Popular de Liberación por mar y por aire desde las 12:00 horas del jueves 4 de agosto hasta las 12:00 del domingo 7, con maniobras militares y fuego real alrededor de Taiwán prácticamente bajo asedio.

No cesan las amenazas, las protestas verbales o diplomáticas ni las quejas por las redes sociales de los diversos funcionarios que forman parte del gobierno del presidente Xi Jinping. A lo largo de los últimos días las redes se han llenado de quejas acusatorias contra la política estadunidense.

El canciller Wang Yi calificó de “despreciable” la intromisión de Estados Unidos en el tema de Taiwán.

“Quien juega con fuego acabará quemándose”, advirtió el ministro de Exteriores chino. Son las mismas palabras que el mandatario Xi espetó al presidente norteamericano, Joe Biden, en su más reciente conversación telefónica para disuadirlo del viaje de Pelosi a la isla.

Al interior de China los funcionarios solo hablan de represalias y de graves consecuencias. Hua Chunying, portavoz de la cancillería, señaló que los estadunidenses asumirán su responsabilidad y pagarán el precio por socavar la soberanía china.

Se ha hecho tal alharaca, que los inversores en Asia reflejaron su nerviosismo en los mercados bursátiles de la región: el 2 de agosto, cuando arribó Pelosi a Taiwán, el Hang Seng Index de Hong Kong cayó 2.36% y la bolsa de Taiwán 1.56 por ciento.

En cambio, en EU la visita es bien valorada. Al mandatario estadunidense le viene bien mostrar músculo en Asia, considerando su nivel de aprobación y la cercanía de las elecciones legislativas en su país.

Mientras la inflación sube 9.1%, la más alta en cuatro décadas en EU, la popularidad de un Biden momificado busca suavizar su caída libre: según la más reciente encuesta de Ipsos, difundida por Reuters, Biden logró aumentar un punto porcentual su índice de aprobación pública previo al viaje de Pelosi por Asia.

Se situó en 38% y es la segunda semana que en vez de caer empieza a subir marginalmente; aunque falta mucho por mejorar y convencer, porque 57% de los norteamericanos desaprueba la gestión laboral de Biden.

Pelosi quiere evitar el descalabro demócrata en las próximas legislativas del 1 de noviembre y que se pierda el control que su partido ostenta en ambas cámaras: en la de Representantes posee la mayoría con 220 legisladores y en el Senado, aunque hay empate (50 senadores republicanos y 50 demócratas), cuenta con el voto de calidad —para el desempate— de la vicepresidenta Kamala Harris, quien es además presidenta del Senado.

Hay un interés electoral en Biden, y en general en los demócratas, sabiendo que el único punto de comunión con los republicanos tiene que ver con minar la capacidad de China y luchar contra el terrorismo.

Otro golpe de efecto favorable para la Casa Blanca es el reciente asesinato con un dron del buscadísimo terrorista Ayman al-Zawahiri. La inteligencia estadunidense llevaba cazándolo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001; su nombre se puso en la lista de cerebros detrás de los lamentables hechos, junto al de Osama Bin-Laden. Es más, el egipcio ocupó el puesto de liderazgo en Al-Qaeda tras el asesinato de Bin-Laden a manos de una tropa de élite estadunidense en 2011.

Al-Zawahiri murió porque un dron le disparó dos misiles Hellfire mientras salía a la terraza de su casa en Kabul, Afganistán. El propio Biden lo confirmó ante la prensa en la Casa Blanca y celebró que ningún militar norteamericano hubiese perdido la vida en esta maniobra “impecable”, que él mismo siguió sentado cómodamente desde el mando de operaciones del Pentágono.

Urticaria

En su larga carrera política, especialmente como legisladora, Pelosi —quien cumplió en enero 82 años— ha hecho del tema de los derechos humanos, de la defensa de la libertad y de la democracia su triángulo estratégico. Tres bazas que comparte especialmente con Biden, porque ambos desprecian las tiranías y las autocracias.

También comparten su animadversión hacia China. Y esta política nacida en Baltimore es frenéticamente consistente con su condena hacia los derechos humanos en el país asiático.

De hecho, el 4 de agosto de 1991 una joven Pelosi, de carrera política incipiente y entonces representante de California, en compañía de otros dos colegas suyos del Congreso desplegaron en la Plaza de Tiananmén una pequeña manta negra con letras blancas en chino: “A los que murieron por la democracia en China”.

Ella llevaba una falda gris, un saco color chedrón y en la mano una discreta flor blanca. El momento histórico lo captó el periodista de CBS News Mike Chinoy y lo filmó Mitch Farkas para CNN. Ambos fueron inmediatamente rodeados —había otros cinco periodistas— por los guardias chinos, que los arrestaron mientras los guardaespaldas escoltaban a los tres congresistas fuera de la Plaza. Aquel momento quedó grabado en su memoria.

La lideresa, quien se ha consagrado como legisladora por muchos años y periodos diversos al frente de la Cámara de Representantes, actualmente atraviesa su décimo octavo mandato en el Congreso desde que lo hizo por vez primera en 1987.

Prácticamente ha visto y ha sido participe de muchos de los grandes cambios que transformaron al mundo; para comenzar, la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la URSS; el final de la Guerra Fría y la nueva era bajo la tónica del terrorismo y el rearme.

Todo ha cambiado, pero China —que ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) justo tres meses después de los atentados del S-11— ha consagrado al comunismo en su Constitución bajo la era de Xi Jinping favoreciendo una autocracia con economía de mercado.

En los últimos años Pelosi condenó acciones de Beijing para frenar la libertad de expresión en Hong Kong y las persecuciones implementadas contra disidentes y opositores al régimen; también señaló violaciones y asesinatos de los uigures, una comunidad musulmana ubicada en Xinjiang, al oeste de China, que es minoritaria.

Los uigures sufren de conversión, persecución y hasta de limpieza étnica denunciada reiteradamente por la Casa Blanca y que motivó la imposición de sanciones contra China por la constante violación de los derechos humanos aplicada contra su propia población. Amnistía Internacional habla de miles de niños separados de sus padres uigures en centros de conversión.

En julio de 2020 el primero en tomar cartas en el asunto fue Donald Trump; como presidente ordenó al Departamento de Estado negar la entrada a tres altos dirigentes del PCCh, así como a sus familiares: Wang Mingshan, titular del partido en la oficina de Seguridad Pública de Xinjiang; Zhu Hailun, secretario del partido en la provincia; y Chen Quanguo, autoridad del partido en Xinjiang.

A pesar del cambio de partido en el gobierno, en marzo de 2021 los demócratas con Biden fueron consistentes con la política antiChina del republicano Trump y junto con Reino Unido y Canadá anunciaron sanciones a varios dirigentes chinos por la represión contra los uigures por sus campos de reeducación.

Pelosi lideró en sendas ocasiones la implementación de sanciones y de condenas de su país por la política aplicada desde Beijing a los derechos humanos contra sus propias minorías; recuérdese la represión en el Tíbet.

En el caso de Taiwán, Pelosi sostiene además la misma sintonía que Biden: el respeto a la autodeterminación, a la libertad de expresión y a los valores humanos y ciudadanos.

Ya en Taipéi, capital de la isla, Pelosi remarcó que “la solidaridad estadunidense con Taiwán es crucial” y que los estadunidenses estarán siempre a su lado para proteger a la democracia.

En su breve estancia de 19 horas, la política norteamericana además de reunirse con activistas de diversas ONG y otros representantes populares y políticos fue recibida por Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán, a quien dijo mirándola a los ojos que “no vamos a abandonar” a ese país.

En palabras de Pelosi la solidaridad estadunidense “resulta crucial” y hacérselo saber a Taiwán es el motivo fundamental de su viaje. La verdad es que no hacía falta el desplazamiento in situ: ya el propio Biden dejó muy clara su postura respecto de la isla al afirmar el 23 de mayo, durante su visita a Japón, que está dispuesto a defender militarmente a Taiwán en caso de agresión por parte de China.

La amenaza china

La presencia de tan alto cargo estadunidense en la isla que Beijing considera “rebelde” es calificada por los funcionarios chinos como un insulto que no quedará sin castigo y una afrenta a lo que durante décadas Beijing ha defendido como “una sola China”, con Taiwán formando parte de su territorio.

Pelosi había intentado viajar en abril pasado a la isla, pero le dio coronavirus y suspendió su agenda en Asia, que finalmente retomó a finales de julio pasado con un viaje por tres (Singapur, Taiwán y Corea del Sur) de los cuatro países llamados “tigres asiáticos”. En su bitácora también incluyó a Malasia y Japón.

Lo ha hecho bajo el pretexto de tomarle el pulso al Indo-Pacífico, convertido en foco caliente de una serie de roces constantes entre aeronaves militares chinas y taiwanesas; entre aeronaves militares chinas y japonesas; y otros roces durante la navegación de barcos de mercancías por el Estrecho de Taiwán y el Mar de la China Meridional.

La Casa Blanca esgrime que el Indo-Pacífico debe ser una zona libre y abierta para el mundo, pero ahí recalan multitud de tensiones con países como Japón y China confrontados entre sí.

El más reciente Libro Blanco de defensa de Japón enfoca a China como el principal agresor en la región, el más relevante foco de preocupación para la seguridad nipona. En el texto se recoge que “la estabilidad de Taiwán es crucial” para la seguridad de Japón.

Desde Beijing, Wu Qian, portavoz del Ministerio de Defensa, refirió que dicho informe solo “exagera la llamada amenaza militar” y criticó la actitud victimista y la intromisión nipona en asuntos que solo competen a China, como el caso de Taiwán, la isla Diaoyu (Senkaku), las islas del Mar Meridional y las aguas circunscritas.

Esta parte del mundo es dinamita pura de tensiones que la Casa Blanca inflama con su política injerencista y como esencial suministrador de armamento militar en la región.

Durante la pasada administración de Trump, llegó a Taiwán el 9 de agosto de 2020 Alex Azar, entonces secretario de Salud de EU. Hasta ese momento ningún otro político norteamericano con tal rango había visitado la isla desde 1979.

Esa vez también Beijing protestó, calificó a Trump de injerencista y amenazó con represalias. Trump respondió dos meses después autorizando la mayor venta de armamento jamás registrada a Taiwán por dos mil 370 millones de dólares por concepto de 100 sistemas de defensa marítima Harpoon y 400 misiles RGM 84L-4 Harpoon Block II.

El primero en vender armas a Taiwán fue el demócrata Barack Obama (2009-2017), quien autorizó el suministro de armamento, fragatas, misiles y vehículos militares por valor de mil 830 millones de dólares.

Biden tampoco se queda atrás. El también demócrata autorizó cinco distintos paquetes de venta de armas a la isla; el primero, el 5 de agosto de 2021, con 40 obuses autopropulsados M109 y mil 700 kits de guiado de precisión por un valor de 750 millones de dólares.

Después se concedieron otros cuatro paquetes más de venta de armamento: el más reciente (el 18 de julio) es un contrato por 108 millones de dólares por vehículos de combate y repuestos de tanques.

En año y medio de la administración Biden se aceleró como nunca antes el rearme de Taiwán. El lobby de las armas en EU tiene una relevante influencia económica y política en los destinos de la Casa Blanca; no es de extrañar que antes de que concluya 2022 Taiwán reciba otro paquete de armamento, ni tampoco que Biden haya metido de lleno a Rusia y a China en su agenda para las próximas semanas, cuando el elector deberá votar por el destino del Congreso norteamericano.

Supremacía pura y dura…

Reacción de Rusia

El 2 de agosto el Ministerio de Exteriores ruso difundió la postura oficial del Kremlin respecto de la visita de Pelosi a Taiwán: “La posición de principios de Rusia permanece sin cambios: operamos bajo la premisa de que solo hay una China y el gobierno de la República Popular China es el único legítimo que representa a toda China, que Taiwán es una parte inalienable de China”.

Unos días antes de la invasión de las tropas rusas a Ucrania (24 de febrero), el presidente Vladimir Putin se reunió con su homólogo chino, Xi Jinping, en el marco de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno y aprovecharon la ocasión para signar una declaración conjunta de la Federación Rusa y la República Popular China sobre las relaciones internacionales “que ingresan a una nueva era y el desarrollo sostenible global”.

El documento, al que ha tenido acceso Vértigo, señala que las partes están “muy preocupadas” por los serios desafíos de seguridad internacional y creen que los destinos de todas las naciones están interconectados.

“La parte rusa reafirma su apoyo al principio de Una China, confirma que Taiwán es una parte inalienable de China y se opone a cualquier forma de independencia de Taiwán”, señala el texto.

Otra parte del documento indica que “Rusia y China se oponen a los intentos de fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en sus regiones adyacentes comunes, tienen la intención de contrarrestar la interferencia de fuerzas externas en los asuntos internos de los países soberanos bajo cualquier pretexto, se oponen a las revoluciones de color y aumentarán la cooperación en las áreas antes mencionadas”.