En los 4 meses de su papado, Francisco exhortó a los jóvenes católicos a que salgan a las trincheras espirituales y sacudan una iglesia doctrinaria, anquilosada, que pierde fieles y relevancia.
Pidió un papel más prominente para las mujeres, aunque no como curas, en una iglesia que reconoce que María es más importante que cualquiera de los apóstoles. Y causó conmoción, dejando posiblemente sin aire a los sectores más homofóbicos, al pronunciar la palabra “homosexuales” y acotar: ¿Y qué?”.
El pontífice argentino se ha metido en el bolsillo a millones de fieles e incluso a la prensa, oficiando la segunda misa papal más concurrida de la historia en Río de Janeiro, donde asistió a las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Eso le da ciertos reaseguros a medida que hace lo que se le encomendó: reformar no solo una burocracia vaticana que no funciona sino la iglesia misma, usando su propia persona y su historia personal como modelos.
“Le está devolviendo la credibilidad al catolicismo”, afirmó el historiador de la iglesia Alberto Melloni.
Los católicos tradicionalistas ven en las palabras y los hechos de Francisco una amenaza.
“Sean inteligentes. Habrá tiempo en el futuro para que la gente analice el significado del Segundo Concilio Vaticano”, expresó el reverendo John Zuhlsdorf en su blog dirigido a lectores tradicionalistas. “Pero escuchen lo que les digo: Si cuestionan el Segundo Concilio Vaticano en estos momentos, en el ambiente actual, podrían perder lo que han conseguido”.
Tampoco los conservadores moderados están muy contentos con Francisco.
El arzobispo de Filadelfia, Estados Unidos, Charles Chaput dijo que los católicos de derecha “no están contentos” con Francisco.