Bye bye Welfare state

El “Estado de Bienestar” (Welfare state) lo inventó Otto von Bismarck en 1870; no cumple aún siglo y medio… y ya está moribundo.

Guillermo Fárber
Columnas
Estatua de Bismarck
Foto: Creative Commons

El “Estado de Bienestar” (Welfare state) lo inventó Otto von Bismarck en 1870; no cumple aún siglo y medio… y ya está moribundo.

Inicialmente una reforma conservadora (bautizada como Sozialstaat), hoy es bandera fundamental de la izquierda (que al inicio la combatió como un engaño ofrecido a las masas para distraerlas de su lucha central por la reivindicación laboral: migajas para apaciguar).

¿Te acuerdas del potentado que entra en un templo para pedir por un enorme negocio en riesgo, pero el reclinatorio del altar está ocupado por un pobre que en voz alta le ruega fervorosamente a Dios que le conceda un favorcito de poco dinero? El potentado le extiende un billete y le espeta: “¡Vete y no me lo distraigas!”

Pues eso es exactamente lo que pensó Bismarck al crear el Sozialstaat (y así demostró su altura de estadista).

Se cita a un político claridoso que presumía de actuar solo con base en ideas, no en intereses. Cuando se le propuso darle un millón a cambio de cierto favor contrario a su ideología, respondió: “Mmm, eso sería una buena idea”. El Sozialstaat es una de esas buenas ideas.

El historiador Robert Paxton dice esto que seguramente dispara bilis en muchos hígados “progresistas”: “Todas las dictaduras europeas de derecha del siglo XX, tanto fascistas como autoritarias, fueron Welfare states… Todas proporcionaban cuidados médicos, pensiones, vivienda accesible y transportación pública, con el fin de mantener la productividad, la unidad nacional y la paz social”.

RIP pío pío

Esa buena idea del Estado de Bienestar está cumpliendo su ciclo histórico y agoniza. Muchas almas buenas rechazan esta muerte anunciada y se exprimen las meninges para evitarla. Sus intenciones son nobles, pero no pasan de ser patadas de ahogado.

El economista catalán Santiago Niño-Becerra anticipa en su reciente libro Diario del crash que las pensiones públicas serán en el futuro “ridículas”, por lo que “la gente va a tener que trabajar hasta que se muera”. Qué novedad, yo lo supe desde mi adolescencia; jamás esperé que “alguien” se encargara de mi vejez, y desde siempre me hice a la idea de que tendré que trabajar hasta el final. Esta resignación es para mí natural; entiendo que a europeos y gringos les resultará menos fácil.

Niño añade: “El sistema público de pensiones español se basó en estos parámetros: esperanza de vida de 65 años, sanidad barata, bajas tasas de desempleo y salarios y gasto público crecientes”. Ninguno de esos supuestos se da hoy: “La gente vive más, los costos médicos se han disparado, el pleno empleo es una fantasía, los salarios van a la baja, los fondos de pensiones han perdido rentabilidad, y el Estado se irá empequeñeciendo”. Por ello, “el sistema es insostenible”.

Pero ya se sabe: los economistas construyen sus modelos con base en supositorios… errr, digo… supuestos (que nunca se cumplen). Por lo pronto le presto al Welfare state este epitafio que también quisiera en mi lápida: SE PASÓ DE VIVO.