Una noche en Lima (y de cuando conocí a Rubén Albarrán)

El Che se moriría de la risa con este viajante que cómodamente se sube a un avión comercial y bebe vino chileno mientras redacta estos párrafos. 

Pablo Reyes
Columnas
Rubén Albarrán, vocalista de Café Tacvba
Foto: NTX/Julio Argumedo

Me dijeron que parecía que iba a hacer mi propia versión de Diarios de motocicleta… “Partituras de vihuela —pensé—, así debería llamarse…”

Con guitarra al hombro emprendo larga empresa sudamericana. El Che se moriría de la risa con este viajante que cómodamente se sube a un avión comercial y bebe vino chileno mientras redacta estos párrafos. Casi como Gael…

En fin, de igual suerte el trabajo que uno hace es válido, creo; aunque no sea en motocicleta y en vez de libreta llevemos una iPad. La revolución hoy en día está en el internet.

A primera vista, y luego de documentar la maleta, veo el menudito cuerpo que reconozco desde mi infancia. Me aproximo hacia él con vergüenza, a sabiendas de que habré de hablarle, pero buscaré evitar a toda costa la frase típica del fan from hell, y si me tomo una foto con él será gestionada de la manera más creativa posible.

—Señor: su guitarra ya no cabe arriba del avión, ya vienen demasiadas —advierte la sobrecargo, con un acento limeño que me suena al cantito de Chabuca.

—Es pequeña —le digo—; además, ya dejaron pasar al señor con la suya y sería injusto que yo la documentara ¿no cree?

Giro el rostro y le sonrío tímido a Cosme, pienso que me pasé de la raya con ese comentario, mientras que con un guiño Rubén Albarrán (su verdadero nombre), vocalista de Café Tacvba, me mira y luego le dice a la chica en el mostrador: “Viene con nosotros, déjelo pasar”.

La baba ya me escurría bastante, de por sí, así que solamente me acerqué a él a menos de dos metros y le di las gracias con la cabeza agachada.

—¿Qué música tocas? —me preguntó, mientras me escabullía nervioso entre las maletas.

—De todo un poco —le dije, un tanto titubeante—: jazz, world, algo de rock… y toco un poco la jarana y el requinto —cerré sin presunción.

Y mientras agarraba fuerzas para preguntarle algo, me ganó con otra consulta:

—Está bonita tu guitarra, yo quiero una, ¿dónde la compraste?

Pocas veces se encuentra uno a su ídolo de la infancia y menos en una situación tan curiosa…

Compartimos vuelo sin cruzar palabra, a diez asientos de distancia. Él viaja con su esposa e hijo rumbo a Santiago de Chile, a realizar una serie de conciertos con su grupo Hoopa!, proyecto alterno a Café Tacvba.

Yo voy a Lima, destino final Sao Paulo, en una de esas escalas que abaratan el precio del boleto de avión pero que se salen de toda posibilidad de supervivencia humana. En mi escala peruana, por poco más de 15 horas, traté de hablar un poco más con él, aunque mis balbuceos nerviosos me impedían articular ideas. Salí de migración y no pude encontrar a Rubén. Su conexión a Santiago salía de inmediato y lo dejaron pasar en una fila especial, según me dijo el oficial limeño que revisó mis documentos. “Soy fan de Café (Tacvba) desde el disco Re”, apuntó, mientras sellaba mi pasaporte.

Lima

Entre los géneros más importantes cultivados en el siglo XX se encuentran el vals peruano, la marinera limeña (o canto de jarana), el tondero y el festejo.

Una noche en Lima, desde la peña Don Porfirio en el barrio de Barranco, donde el sexteto del maestro Gabriel Alegría se dispone a dar una cátedra de fusión de jazz y ritmos afroperuanos, un engranaje que no le teme a la raíz del folclor y la utiliza como recurso de innovación.

En la próxima entrega, una reseña detallada de esta tremenda experiencia auditiva.