El maestro que repara los relojes monumentales del DF

Cada hora, entre las 10:00 de la mañana y las 7:00 de la tarde, hay un discreto espectáculo en el número 33 de la calle Palma, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

David Moreno
Bienestar
Elmaestro que repara relojes monumentales en el DF
Foto: David Moreno

Cada hora, entre las 10:00 de la mañana y las 7:00 de la tarde, hay un discreto espectáculo en el número 33 de la calle Palma, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Allí, en la fachada del Centro del Reloj, 4 pequeñas puertas de madera se abren una tras otra.

En la primera, de derecha a izquierda, aparece un muñeco de madera y da cuerda a un fonógrafo que toca una canción diferente según la estación del año.

En la segunda, otro muñeco gira la manivela de un mecanismo. Pareciera que le da cuerda al reloj que está a su lado.


En la tercera, un muñeco más toca un par de campanas pequeñas.

En la última puerta hay una campana más grande que anuncia las horas, como si fuera una catedral.

El reloj de la fachada del Centro del Reloj se llama “Los Espíritus del Tiempo”.

Lo construyó el maestro relojero Luis Hernández Estrada, quien se dedica a restaurar y dar mantenimiento a los relojes monumentales de la ciudad. Aquellos que adornan las fachadas de los edificios históricos.

Luis Hernández Estrada es un hombre de 69 años. Desde hace más de medio siglo su vida gira en torno a los relojes. Le fascina cómo estos mecanismos ayudan a medir algo abstracto como el tiempo.

En su taller del despacho 212 en el Centro del Reloj, don Luis cuenta cómo se inició en el arte de reparar relojes.

Aprendió gracias a su padrino Carlos Salamanca, quien tenía un taller de relojería en Tepito, barrio donde Luis ha vivido toda su vida.

Su padrino lo aceptó como discípulo a los 15 años, a principios de los años 60, y aprendió con él hasta 1967, cuando le dijo que debía marcharse, pues no tenía nada más que enseñarle.

También le dijo que estaban contratando relojeros en H. Steel, un centro de servicio para relojes de la marca Haste & Steel Co., una empresa grande.

Poco después de entrar a trabajar a la compañía, Luis se convirtió en jefe de relojeros. Al mismo tiempo estudiaba en el Centro Relojero Suizo, en la calle Hamburgo.

Cuando aprendió todo lo que pudo en México, decidió mudarse a Los Ángeles, California, en la costa este de Estados Unidos, para trabajar en una cadena de relojerías. Era 1973.

Allí conoció cómo funcionaban los relojes de cuarzo, cómo trabajar con ellos y cómo repararlos.


A su regreso a México, 5 años después, compartió el conocimiento con quienes fueran sus maestros en el Centro Relojero Suizo.

Entre ellos estaba Daniel Fisher, un suizo radicado en México que le regaló una beca para estudiar relojería en Suiza. Se fue en 1980.

Desde ese entonces ha visitado 10 veces el país para tomar cursos en las ciudades de Neuchâtel y La Chaux-de-Fonds.

Durante el tiempo que fue presidente de la Federación de Relojeros Técnicos de México, de 1995 a 1997, tomaba los cursos en Suiza y venía a impartirlos a México.

Con orgullo, don Luis revela que el primer reloj monumental que conoció fue el de la Iglesia de San Francisco de Asís, en Tepito, su barrio natal.

Le pidió al maestro encargado de ese reloj que lo llevara a verlo. Un nuevo mundo se abrió para él. Desde entonces ha reparado más de 800 relojes monumentales en todo México.

Cuando se le pregunta sobre el trabajo que más satisfacción le dio, don Luis no puede limitarse a nombrar sólo uno.

Menciona el reloj de la fachada del Universal. Un mecanismo de más de 10 toneladas que desarmaron con una grúa.

Don Luis dice que fue su más grande rompecabezas. Lo restauró en 1990. A la fecha sigue funcionando.

También habla sobre el reloj del Palacio de Correos, que arregló en el 2000, y sobre el reloj de Pachuca, cuya maquinaria fue construida por el mismo fabricante del Big Ben, el reloj emblemático de Londres.

Sin embargo, por la forma en que lo cuenta, se puede intuir que la obra de la que más orgulloso se siente es “Los Espíritus del Tiempo”. O al menos es a la que le tiene más cariño.

La historia empieza en 1995, cuando lo llamaron para reparar el reloj de una iglesia en Xochimilco.

El aparato no tenía arreglo. Estaba demasiado oxidado, repleto de excremento de paloma y por si fuera poco, también le habían prendido fuego. Esto último lo cuenta con pesar, como si le doliera.

El padre de la iglesia pensó en venderlo como chatarra, pero don Luis lo convenció de que mejor se lo vendiera a él.

Llevó el maltrecho mecanismo a que lo lavaran y descubrió una inscripción que antes no era visible por el óxido: “England 1895". Indicaba el país de origen y el año en que se fabricó el reloj.

Su amigo Rodolfo Pluer, un suizo que llegó a México y daba clases a relojeros en el país, lo retó echar a andar el reloj.

“Si eres maestro, demuéstralo y arréglalo”, le dijo.

Dos años después don Luis invitó a su amigo a tomar un chocolate en una tarde de invierno. Como buen Suizo, a Pluer le encantaba el chocolate.

Le enseñó el mecanismo del viejo reloj rescatado de Xochimilco. Lo había echado a andar.

“Qué huevos tiene usted. Lo arregló", fue la respuesta de Pluer.

El viejo reloj sirvió a don Luis un tiempo para dar clases hasta que Gabriel Galvez, dueño de la joyería La Princesa, le presentó a los dueños del Centro del Reloj, quienes querían un mecanismo para el edificio.

“Si ustedes hacen un edificio que sea sólo para relojeros, entonces les regalo el reloj”, les dijo.

En 2005 inauguraron el Centro del Reloj. Andrés López Obrador, entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, cortó el listón de “Los Espíritus del Tiempo” junto a don Luis.

El oficio de relojero poco a poco se extingue. Gracias a los relojes digitales y los teléfonos celulares, que entre muchas otras cosas, también pueden dar la hora, los relojes mecánicos y de cuarzo van en desuso.

En la Ciudad de México quedan aproximadamente 500 relojeros profesionales. Don Luis Hernández considera que son muy pocos.

A sus 69 años, el maestro relojero ha pensado varias veces en retirarse. Pero su amor a la profesión no lo deja.

“Creo que me voy a morir en mi mesa de trabajo”, dice.

Actualmente, además de dar mantenimiento a relojes monumentales, ofrece sus servicios en el taller de Palma #33.

También tiene un aprendiz. Teme que sus conocimientos no sean aprovechados.

“No quiero morirme y que todo lo que sé se vaya a la tumba”.