Derrota occidental

La última carcajada de la cumbancha acaba de darse nada menos que en Suiza. Qué divertido. ¿Quién habría imaginado que los helvéticos posmodernos resultaron a la postre no ser más que pícaros medievales?

Guillermo Fárber
Columnas
En Suiza existe una larga tradición de democracia directa
Foto: Creative Commons / Daniel Lobo

La última carcajada de la cumbancha acaba de darse nada menos que en Suiza. Qué divertido. ¿Quién habría imaginado que los helvéticos posmodernos resultaron a la postre no ser más que pícaros medievales? Solemnes, eso sí, pero igual de socarrones.

En fin, otra patada de ahogado del Casino que naufraga. Y con él se hunde también lo que quedaba del prestigio de Suiza como país serio en lo financiero; será (ya es) sustituido por Hong-Kong y Singapur.

El referendo suizo, claramente apabullado, pedía responder sí o no a tres propuestas. Una, prohibir al Banco Central de Suiza (SNB) más ventas de sus reservas en oro. Dos, repatriar todo el oro suizo que se guarda en el extranjero (ya ves lo que le ocurre a Alemania, que le hacen perdedizas mil 500 toneladas suyas en mala hora guardadas en Londres y Nueva York). Y tres, reforzar al franco suizo con más oro (físico, no papelitos como los del Banco de México), elevando las reservas de dicho metal hasta un mínimo de 20% de los activos del SNB.

El referendo partió de una iniciativa lanzada por el Partido Popular Suizo en 2011 bajo el lema “Proteger nuestro oro”. Dicha iniciativa fue desde luego rechazada por el Parlamento, pues los políticos jamás se atreverán a tocar ni con el pétalo de una orquídea al Casino Global. Por eso ahora fueron los ciudadanos suizos quienes directamente dijeron la última palabra al respecto.

Bailando rumbo al cementerio

En Suiza existe una larga tradición de democracia directa para decidir sobre asuntos de diversa índole. Antes de esta, dos iniciativas importantes habían sido rechazadas: crear un ejército nacional e integrar al país en la zona euro.

Aquellas fueron testimonios de cordura; esta fue muestra de insania desatada. En fin, era previsible que esta nueva iniciativa fuera derrotada, pues la precedió una intensa campaña publicitaria en contra porque limitaría la capacidad del banco central para depreciar su moneda. Y lo que menos quieren las autoridades monetarias mundiales es que le pongan freno a su carrito en plena carrera hacia el abismo.

El pueblo suizo se equivocó de fea forma por puro e infundado miedo. Lo asustaron con el petate del muerto y se dejó asustar. En sus manos estaba la última, microscópica, esperanza del Oeste. La dejó ir. Ni modo. Salvado este último y pequeño tropiezo, el péndulo de la predominancia global, que ya evidentemente quería regresar a Oriente como hace mil años, cuando Constantinopla y China florecían y Europa era poco más que un albañal maloliente, tiene ahora el camino libre de vuelta.

Por los próximos siglos el poder y la gloria residirán en Asia. Occidente entero descenderá en los peldaños de la evolución social, no sabemos qué tanto. Esta era ya una tendencia poderosa y con esta decisión suicida de Occidente se confirma irreversible. Ahora la única fuerza posible en contra tiene contornos nucleares. Ojalá no se llegue a esa otra decisión suicida.