El aire de la Ciudad de México

Ricardo Torres Jardón, doctor en Ingeniería Ambiental y profesor de la UNAM, explica cómo influye el impacto de la contaminación ambiental sobre el sistema nervioso.

Redacción
Todo menos politica
Aire contaminado
Foto: NTX

Por: Elena Fernández del Valle

Ricardo Torres Jardón, doctor en Ingeniería Ambiental y profesor de la UNAM, es un estudioso de la química de la atmósfera que se ha dedicado a investigar el origen y la dinámica de los contaminantes del aire en el Valle de México. Figura como autor en decenas de publicaciones académicas referentes al aire contaminado; unas 30, escritas en colaboración con Lilian Calderón Garcidueñas, investigadora de la Universidad de Montana, se refieren al impacto de la contaminación ambiental sobre el sistema nervioso.


Nos recibe el 23 de junio en el Centro de Ciencias de la Atmósfera, en Ciudad Universitaria.

Hablamos con él sobre la calidad del aire en la Ciudad de México.

—¿Qué sustancias nocivas hay en nuestro aire?

—Las que medimos continuamente son cinco: ozono, monóxido de carbono, bióxido de nitrógeno, bióxido de azufre y partículas de diferentes tamaños: las menores de 2.5 micras y las de hasta diez micras. Decimos que la calidad del aire es buena o mala dependiendo de si la concentración de estas sustancias está por arriba o por abajo de la norma en uso aquí y en Estados Unidos.

Hay otros contaminantes, dice, “como el benceno, el tolueno y el formaldehído, que no están normados en Estados Unidos porque la industria es muy poderosa y los mantiene así. Y aquí es lo mismo, a pesar de que nuestros niveles de policíclicos aromáticos, como el benzopireno, están por encima de casi todos los lugares que han publicado datos. Lilian Calderón, que es egresada de nuestra Facultad de Medicina y fue después a EU a hacer su doctorado, ha estudiado el problema de las partículas de pequeño tamaño y las sustancias que hay en ellas. Ese hollín negro del escape de los camiones contiene partículas muy tóxicas, como el benzopireno, que pueden ser cancerígenas”.

Torres destaca en este sentido que “los niveles de estos compuestos son mucho más altos en la Ciudad de México que en otras ciudades y la fuente principal son el transporte público y el de carga. La normatividad para las emisiones de esos camiones es muy laxa y no hay vigilancia, y el transporte de carga es federal y la parte federal no hace nada al respecto. En cambio, sí hay un buen control de las emisiones de los automóviles. La gente hace el esfuerzo de ir a verificar el carro e invierte en bajar las emisiones porque hay una normatividad estricta que sí ha dado resultado: aunque tenemos cinco millones de autos, ya no es un problema la emisión de monóxido de carbono como lo era hace 20 años. Desde que uno compra el coche, viene con convertidor catalítico y las revisiones periódicas ayudan a mantenerlo en buen estado. Muchos investigadores estamos de acuerdo en que la calidad del aire empeorará si no se controlan las emisiones del transporte de carga: harían falta restricciones como las que se imponen a los automóviles. Creemos que ese sería el siguiente paso para mejorar el aire”.

Riesgos

—¿Qué otras fuentes de contaminación hay, además de los vehículos de gasolina?

—Hay un inventario de emisiones de acuerdo con el cual 93% de las emisiones en la ciudad lo generan los vehículos. Las emisiones industriales están controladas, y la industria pesada ya salió de la ciudad porque el manto freático se ha agotado. En cuanto a desechos biológicos, ya casi no hay heces humanas expuestas, pero el problema de las heces de perro es muy serio. No está bien estudiado y no sabemos cómo abordarlo. Cada día quedan expuestas varias toneladas de heces de perro que se secan, se vuelven polvo y se quedan en el aire.

—¿Se puede hacer historia de la calidad del aire en nuestra ciudad?

—Sí. El registro secuencial y ordenado data de los años 82-83, que fue cuando se instaló una red de monitoreo oficial, bajo la presión de la Organización Panamericana de la Salud. Así sabemos que en los años 90-91 llegó a un clímax la contaminación y comenzaron a tomarse acciones por presión de la Embajada de Estados Unidos: el personal de la embajada exigía sobresueldos por trabajar en un ambiente insalubre y el embajador se quejó con el gobierno de México. Hace 30 años esto era un problema político y se ocultaba mucha información: querían evitar escándalos.

Por fortuna, explica el especialista, “se ha reconocido el problema, se han tomado medidas, y los niveles de contaminantes han bajado”.

Sin embargo, con las medidas hoy en uso ya no bajan más ni el ozono ni las partículas y el gobierno está muy preocupado: “Cada vez aumentan más los coches y se nota, a pesar de que estamos controlando mucho las emisiones. Hace un año pusieron el Doble No Circula en sábado; me tocó ver el estudio que hicieron para tomar esta decisión. Había dos opciones: o se obligaba a la población a modernizar la flota vehicular a pesar del costo económico, o se tomaban medidas equitativas y te tocaba no circular tuvieras el carro que tuvieras. El gobierno prefirió favorecer la compra de carros nuevos y ya no sabe cómo detener la avalancha. El Hoy No Circula ni se nota, siguen las ventas, y en tres años habrá un millón más de autos”.

—¿Qué otra manera habría de atacar el problema?

—La solución todo el mundo la sabe: un transporte público adecuado, suficiente, con conductores educados. No creo que la bicicleta sea una opción para todos, hay muchos riesgos.

Impacto

—Respecto de otras ciudades, ¿cómo estamos?

—En el país la ciudad más contaminada es Guadalajara. Le sigue Monterrey y el Distrito Federal está en tercer lugar. En las tres es determinante la contribución del transporte público y de carga. Respecto de otros países, estamos más o menos empatados con Los Ángeles en niveles de ozono. Y a nivel mundial, las ciudades chinas son hoy las peores.

—¿Qué nos podría decir sobre el impacto de la contaminación en la salud en el Valle de México?

—El ozono da una reducción en la capacidad para la actividad física. Las partículas producen mucha irritación pulmonar y desatan alergias, y mientras más pequeñas sean más peligro hay de que lleguen al cerebro. A Lilian Calderón le ha preocupado el daño cerebral por contaminantes y ha comparado niños de la Ciudad de México (sobre todo de la zona suroeste, que tiene los mayores niveles de ozono y partículas porque el viento lleva allí la contaminación generada en otras zonas) con niños de zonas rurales en cuanto a su capacidad de aprendizaje, desarrollo cognoscitivo y procesamiento auditivo: ha encontrado que los niños de la ciudad, a pesar de estar mejor alimentados, tienen más fallas.

—¿Qué más puede hacerse a favor del ambiente?

—Hay en el país 80 estaciones de monitoreo ambiental, pero funcionan solo 40, de las cuales 30 están en el DF. Tenemos la mejor red de monitoreo de Latinoamérica y es muy caro mantenerla. Como la calidad del aire no se ve, a menos que pase algo muy grave, falta voluntad política para mejorarla y cada vez que hay campaña electoral recortan los presupuestos y le quitan a la gente con qué trabajar. Los académicos podemos decir lo que otros deben callar, así que mis colegas de las secretarías me piden: “Ricardo, cuando te entrevisten, diles esto”.