Los orígenes del libro

Hector González
Todo menos politica
Los orígenes del libro
Foto: Creative Commons/

¿La era 2.0 es la tercera revolución del libro? Investigadores como el francés Roger Chartier o el argentino Alberto Manguel aseguran que la primera es el papiro, la segunda la imprenta y la tercera la digital.

No es el caso del venezolano Fernando Báez, quien propone abrir más el horizonte: “Creo que hay más de tres revoluciones y debemos ser más plurales e incorporar la revolución del papel y los cambios en la era anterior a la imprenta”, expone desde Egipto, donde realiza una investigación sobre la cultura yihadista en el marco de la guerra cultural que inició con las cruzadas y que llega hasta nuestros días.

Autor de Los primeros libros de la humanidad. El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico (Océano), Báez ha dedicado buena parte de sus estudios al desarrollo del libro. Su bibliografía cuenta con lo que él llama el Ciclo de la destrucción cultural, que comienza con la Historia de la antigua Biblioteca de Alejandría, Historia universal de la destrucción de los libros, La destrucción cultural de Irak, El saqueo cultural de América Latina y Las maravillas perdidas del mundo. El tercero de estos títulos, por cierto, hizo que el gobierno de George W. Bush levantara la ceja y lo declarara persona non grata.

En su nueva investigación el autor viaja a los orígenes del libro y ofrece un ensayo con distintas vertientes. Una de ellas la reivindicación de Egipto, país que “es una bisagra entre el mundo africano y el occidental. Los griegos copiaron el alfabeto fenicio para escribir y tuvieron que comprar las hojas de papiro a Egipto porque el secreto de su elaboración no lo obtuvieron. En Egipto nació el códice, que permitió al cristianismo evangelizar a millones de seres humanos; allí se crea la idea de la biblioteca como una farmacia del alma. Fue en Egipto y no en Atenas donde los griegos por primera vez crearon la biblioteca más grande del mundo, la Biblioteca de Alejandría”, argumenta.

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Alfabetos

A cambio, explica que si bien los chinos inventaron el papel no explotaron del todo su uso dadas las condiciones de su alfabeto, cosa que sí hicieron los fenicios.

“En Byblos, hoy un asentamiento cultural en Líbano, el alfabeto surgió alrededor de 1060 aC, en lo que se considera el segundo paso más relevante en la historia de la escritura de la humanidad. Con relación al papel, su inventor Ts’ai Lun o Cai Lun tuvo el mismo destino que quienes sabían del papiro: fue envenenado acusado de falsear registros, pero lo más probable es que se intentara callarlo para detener la posibilidad de que vendiera la fórmula, cuestión que tomó tiempo hasta que los persas torturaron a un chino que entregó el secreto y todo cambió”, señala Báez.

El alfabeto chino es complejo, añade, “y no fue el comercio, como en el caso fenicio, lo que lo cambió sino una decisión tomada por el mismo emperador, quien ordenó destruir todos los libros que existieran antes de su mandato. Hoy China tiene tres murallas: la que construyó el mismo emperador, su lengua y la digital, donde censura a toda una nación. Sin embargo, la continuidad de China como civilización y su adaptación al ámbito tecnológico demuestra su fortaleza”.

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¿Revolución digital?

A lo largo de su ensayo Fernando Báez reconoce la influencia de la religión en el posicionamiento del libro un instrumento de poder. “Por años fue un objeto sagrado. En pleno 2015 tenemos una población de 7 mil 500 millones de habitantes, de los cuales 4 mil millones pertenecen a religiones que se rigen por textos sagrados. La Biblia y El Corán siguen siendo dos posiciones en conflicto. Ambos permiten letras sagradas, pero delimitan como tabú la imagen”.

Objeto de análisis son los códices, instrumentos usados tanto en Oriente como en Mesoamérica. “Las grandes culturas originarias de México tienen el honor de haber estado entre las pocas civilizaciones que crearon sus propios libros (Egipto, Mesopotamia y China, por ejemplo) y es un rasgo determinante que crea una crónica paralela con Oriente: uso de papel propio, figura del escriba, escuela de formación de escribas-funcionarios, relación entre caligrafía como imagen de poder y acto sagrado, estudio de la cronología y cosmología, presencia de la poesía ritual”.

Y puntualiza: “Es curioso, pero España destruyó cientos de códices árabes en el Auto de Fe de Granada y un discípulo del cardenal Cisneros fue enviado a México y tras estudiar la importancia que tenían en la identidad popular decidió destruir los códices mayas”.

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Escéptico sobre la supuesta “revolución” que convulsiona a la industria editorial, Fernando Báez propone esperar antes de emitir juicios sobre el libro electrónico. “Una tablilla usada hace cientos de años en Irak se parece, en forma, a una tableta. El papiro fue soporte de una revolución dada su popularidad y expansión cultural. El códice creado en Egipto impuso un imperio, el romano; una religión, la cristiana. Con la imprenta se empujó la revolución científica, la reforma protestante y el redescubrimiento de los clásicos en la Italia del Renacimiento. El libro electrónico tiene apenas dos décadas frente a cinco milenios. Es apresurado sacar conclusiones sobre un proceso en marcha en la que es la versión de la revolución informática”.

Sostiene su tesis en el informe del Observatorio del Libro, el cual indicó que en lo que va de 2015 el libro impreso que había retrocedido su presencia ya registró un nuevo aumento de 3.7%. “Quizá sea un efecto rebote ante el fenómeno anglosajón, cuyo poder deriva de las grandes corporaciones. Si observamos con atención descubrimos que el proceso que llaman revolucionario no incluye a los autores ni a los editores. Es más: ni siquiera tiene que ver con la competitividad, porque Estados Unidos cada vez traduce menos libros y los títulos en castellano, portugués o árabe están fuera de esa inercia”.

El riesgo en el libro electrónico, advierte, “está en el monitoreo de la metadata. Si mucha gente supiera lo que sucede con sus datos y la manera en que son rastreados evitaría leer un e-book con el Wi-Fi abierto. El e-book solo podrá ser revolucionario a largo plazo en la medida en que las licencias sean más abiertas, los dispositivos rompan la brecha digital y asuman la privacidad del lector”.