El retrato de Lupe (varios)

Segundo disco de música para violín y piano de Luis Samuel Saloma, uno de los violinistas más apreciados en el ámbito musical mexicano.

Eusebio Ruvalcaba
Todo menos politica
Violinismo mexicano
Foto: Roberto Venturini/Creative Commons

Por: Eusebio Ruvalcaba

México no es país de violinistas. Más bien, el violinismo mexicano se incrustó en la senda que habían marcado Fritz Kreisler, Pablo de Sarasate y Henrik Wieniawsky, y que tuvo muchísimas ramificaciones.

Inclinado hacia un fino lirismo, sin duda alguna Luis Samuel Saloma es uno de los violinistas más apreciados en el ámbito musical mexicano.

Perteneciente a una familia de buena cepa —su padre fue David Saloma, el violista decano de la Orquesta Sinfónica Nacional, además de dueño de un acervo de música que alquilaba a diversos grupos musicales; y su abuelo fue Luis G. Saloma, fundador del Cuarteto Saloma en las postrimerías del siglo XIX, lo que lo convirtió en pionero de la música de cámara en México—, él mismo violín concertino y director de orquesta, Luis Samuel se ha propuesto una tarea de difícil realización pero que, de llevarse a cabo, será bienvenida —lo está siendo— en la historia de la música para violín y piano hecha en México.

El retrato de Lupe se intitula el segundo disco de este largo camino de pasar lista a la música para violín y piano que ha emprendido Luis Samuel Saloma.

Con Duane Cochran al piano, Saloma toca las siguientes piezas: Romanza, de Alfonso de Elías; Idilio, de Alejandro Corona; Serenata, de Higinio Ruvalcaba; Mientras llueve, de Eduardo Gamboa; De siempre, de José Sabre Marroquín; Melodía, de Alfonso de Elías; Nostalgia, de José Sabre Marroquín; El retrato de Lupe, de Carlos Jiménez Mabarak; Pastoral, de Alfonso de Elías; De mi patria, de José Sabre Marroquín; Elegía, de Alfonso de Elías; y Tres danzas tarascas, allegro con brío, andante y presto, de Miguel Bernal Jiménez.

Aunque de entrada llama la atención que de Alfonso de Elías se incluyan cuatro piezas y tres de José Sabre Marroquín cuando la variedad de los compositores podría ser más rica, lo que arrojaría una gama más amplia de las posibilidades del violín, este cd se deja escuchar sin escollo alguno porque su propuesta, insisto, va más por el lado amable del violín que por su faceta escabrosa. Asunto que hay que tomar en cuenta a la hora de juzgar este instrumento.

Tersura

De algún modo el violín es un instrumento punk, incómodo, que ha permanecido del lado de la incomplacencia. Al contrario de los pianistas, los violinistas siempre han sido la piedra en el zapato, esa música acre y ríspida que, si se la oye, por ejemplo, para violín solo, provoca un alud de comentarios adversos.

De verdad que muy pocas personas son capaces de permanecer ecuánimes ante una audición de los Capricci de Paganini.

Esto viene a cuento porque es lo único que, acaso, y para quienes somos adictos al violín, se echa a desear del disco de marras. Digamos, un poco más de adrenalina violinística. De ese tufo demoniaco que deja tras de sí un instrumento de estos. Si algo distingue el sonido de Saloma es su tersura. Es famoso y respetado por eso y por su arco, flexible y firme. Las versiones de estas piezas son impecables, su personalidad se impone en todas y cada una —algunas de ellas nada sencillas, por cierto—, pero hace falta esta urticaria, únicamente para darle un poco de más equilibrio a la antología.

Sorprenden también las danzas de Miguel Bernal Jiménez. Tal vez porque en ellas la complejidad violinística ofrece más lecturas. Y a propósito de obras mexicanas para violín y piano poco escuchadas, ¿tendrá conocimiento el maestro Saloma de la sonata para violín y piano de Juan F. Mora, o de la sonata de Emiliana de Zubeldía?